Segundo
domingo después de Navidad en la Plaza de San Pedro para rezar con el Papa
Francisco - REUTERS
03/01/2016 11:59
LA PALABRA ES LA LUZ
(RV).- A la hora del Ángelus del segundo domingo
después de Navidad, el Santo Padre Francisco recordó que la
liturgia nos presenta el Prólogo del Evangelio de San
Juan, quien sin esconder el carácter dramático de la Encarnación al
proclamar que el Verbo, es decir, la Palabra creadora de Dios, se hizo
carne y habitó entre nosotros, contrapone, a este don del amor de Dios, la
falta de acogida por parte de los hombres. De ahí su afirmación de que “la
Palabra es la luz, y sin embargo los hombres han preferido las tinieblas”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
TEXTO DE LA ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE FRANCISCO
ANTES DE REZAR A LA MADRE DE DIOS:
Queridos hermanos y hermanas ¡feliz domingo!
La liturgia de hoy, segundo domingo después de
Navidad, nos presenta el Prólogo del Evangelio de San Juan, en el que se
proclama que “el Verbo – o sea la Palabra creadora de Dios – se hizo carne y
habitó entre nosotros” (Jn1,14).
Esa Palabra, que reside en el cielo, es decir en la dimensión de Dios, ha
venido a la tierra a fin de que nosotros la escucháramos y pudiéramos conocer y
tocar con las manos el amor del Padre. El Verbo de Dios es su mismo Hijo
Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad (Cfr. Jn 1,14), es el mismo Jesús.
El Evangelista no esconde el carácter dramático de
la Encarnación del Hijo de Dios, subrayando que al don de amor de Dios se
contrapone la no acogida por parte de los hombres. La Palabra es la luz, y sin
embargo los hombres han preferido las tinieblas; la Palabra vino entre los
suyos, pero ellos no la han acogido (Cfr. vv. 9-10). Le han cerrado la puerta
en la cara al Hijo de Dios. Es el misterio del mal que asecha también nuestra
vida y que requiere por nuestra parte vigilancia y atención para que no
prevalezca.
El Libro del Génesis dice una bella frase que nos
hace comprender esto: dice que el mal está agazapado a la puerta” (Cfr. 4,7).
Ay de nosotros si lo dejamos entrar; sería él entonces el que cerraría nuestra
puerta a quien quiera. En cambio, estamos llamados a abrir de par en par la
puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para llegar a ser así
sus hijos.
En el día de Navidad ya ha sido proclamado este
solemne inicio del Evangelio de Juan; y hoy se nos propone una vez más. Es la
invitación de la Santa Madre Iglesia la que acoge esta Palabra de salvación,
este misterio de la luz.
Si lo acogemos, si acogemos a Jesús, creceremos en
el conocimiento y en el amor del Señor y aprenderemos a ser misericordiosos
como Él. Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos de modo
que el Evangelio sea cada vez más carne en nuestra vida. Acercarse al
Evangelio, meditarlo y encarnarlo en la vida cotidiana es la mejor manera para
conocer a Jesús y llevarlo a los demás.
Ésta es la vocación y la alegría de todo bautizado:
indicar y donar a los demás a Jesús; pero para hacer esto debemos conocerlo y
tenerlo dentro de nosotros, como Señor de nuestra vida. Y Él nos defiende del
mal, del diablo, que siempre está agazapado ante nuestra puerta, ante nuestro
corazón, y quiere entrar.
Con un renovado impulso de abandono filial,
nosotros nos encomendamos una vez más a María: precisamente en el pesebre
contemplamos en estos días su dulce imagen de Madre de Jesús y Madre nuestra.
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