15. En este Año Santo, podremos realizar la
experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias
periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente
crea. ¡Cuántas situaciones de
precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la
carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado
a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. EN ESTE JUBILEO LA IGLESIA
SERÁ LLAMADA A CURAR AÚN MÁS ESTAS HERIDAS, A ALIVIARLAS CON EL ÓLEO DE LA
CONSOLACIÓN, A VENDARLAS CON LA MISERICORDIA Y A CURARLAS CON LA SOLIDARIDAD Y
LA DEBIDA ATENCIÓN. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la
habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el
cinismo que destruye. Abramos nuestros
ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y
hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito
de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros
para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la
fraternidad. Que su grito se vuelva el
nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar
campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.
Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione
durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra
conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar
todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados
de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras
de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos
suyos. Redescubramos las obras de MISERICORDIA
CORPORALES: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento,
vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los
presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de MISERICORDIA ESPIRITUALES: dar
consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra,
consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas
molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
No
podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si
dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero
y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo
o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará
si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es
fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven
millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para
ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba
solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma
de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo
el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si
encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está
presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo
martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que nosotros los
reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras
de san Juan de la Cruz: « En el ocaso de
nuestras vidas, seremos juzgados en el amor ».[12]
[12] Palabras de luz y de
amor, 57.
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