Por su
parte, Jesús habla muchas veces de la importancia de la fe, más bien que de la
observancia de la ley. Es en este sentido que debemos comprender sus palabras
cuando estando a la mesa con Mateo y otros publicanos y pecadores, dice a los
fariseos que le replicaban: « Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios.
Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores » (Mt 9,13).
Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley que juzga,
dividiendo las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina a mostrar el
gran don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón
y la salvación. Se comprende por qué, en presencia de una perspectiva tan
liberadora y fuente de renovación, Jesús haya sido rechazado por los fariseos y
por los doctores de la ley. Estos, para ser fieles a la ley, ponían solo pesos
sobre las espaldas de las personas, pero así frustraban la misericordia del
Padre. El reclamo a observar la ley no puede obstaculizar la atención a las
necesidades que tocan la dignidad de las personas.
Al
respecto es muy significativa la referencia que Jesús hace al profeta Oseas
–« yo quiero amor, no sacrificio » (6, 6). Jesús afirma que de ahora en
adelante la regla de vida de sus discípulos deberá ser la que da el primado a
la misericordia, como Él mismo testimonia compartiendo la mesa con los
pecadores. La misericordia, una vez más,
se revela como dimensión fundamental de la misión de Jesús. Ella es un
verdadero reto para sus interlocutores que se detienen en el respeto formal de
la ley. Jesús, en cambio, va más allá de la ley; su compartir con aquellos que
la ley consideraba pecadores permite comprender hasta dónde llega su
misericordia.
También
el Apóstol Pablo hizo un recorrido parecido. Antes de encontrar a Jesús en el
camino a Damasco, su vida estaba dedicada a perseguir de manera irreprensible
la justicia de la ley (cfr Flp 3,6). La conversión a Cristo lo
condujo a ampliar su visión precedente al punto que en la carta a los Gálatas
afirma: « Hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo
y no por las obras de la Ley » (2,16). Su comprensión de la justicia ha
cambiado ahora radicalmente. Pablo pone en primer lugar la fe y no más la ley. NO ES LA OBSERVANCIA DE LA LEY LO QUE
SALVA, SINO LA FE EN JESUCRISTO, QUE CON SU MUERTE Y RESURRECCIÓN TRAE LA
SALVACIÓN JUNTO CON LA MISERICORDIA QUE JUSTIFICA. LA JUSTICIA DE DIOS SE
CONVIERTE AHORA EN LIBERACIÓN PARA CUANTOS ESTÁN OPRIMIDOS POR LA ESCLAVITUD
DEL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS. LA JUSTICIA DE DIOS ES SU PERDÓN (cfr Sal 51,11-16).
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