9. En las
parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como
la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el
pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos
estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada,
y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas
parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando
perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque
la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el
corazón y que consuela con el perdón.
De otra
parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida
cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces fuese
necesario perdonar, Jesús responde: « No te digo hasta siete, sino hasta
setenta veces siete » (Mt 18,22) y pronunció la parábola del
“siervo despiadado”. Este, llamado por el patrón a restituir una grande suma,
le suplica de rodillas y el patrón le condona la deuda. Pero inmediatamente
encuentra otro siervo como él que le debía unos pocos centésimos, el cual le
suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar.
Entonces el patrón, advertido del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar
aquel siervo le dice: « ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero,
como yo me compadecí de ti? » (Mt 18,33). Y Jesús concluye: « Lo
mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a
sus hermanos » (Mt 18,35).
La
parábola ofrece una profunda enseñanza a cada uno de nosotros. JESÚS AFIRMA QUE LA MISERICORDIA NO ES SOLO
EL OBRAR DEL PADRE, SINO QUE ELLA SE CONVIERTE EN EL CRITERIO PARA SABER
QUIÉNES SON REALMENTE SUS VERDADEROS HIJOS. Así entonces, estamos llamados
a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado
misericordia. EL PERDÓN DE LAS OFENSAS
DEVIENE LA EXPRESIÓN MÁS EVIDENTE DEL AMOR MISERICORDIOSO Y PARA NOSOTROS
CRISTIANOS ES UN IMPERATIVO DEL QUE NO PODEMOS PRESCINDIR. ¡Cómo es difícil
muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en
nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el
rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para
vivir felices. Acojamos entonces la exhortación del Apóstol: « No permitan que
la noche los sorprenda enojados » (Ef 4,26). Y sobre todo
escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de
vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. « DICHOSOS LOS MISERICORDIOSOS, PORQUE ENCONTRARÁN MISERICORDIA » (Mt 5,7)
es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo.
Como se
puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para
indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor,
sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser
una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones,
actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La
misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente
responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de
alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el
amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos
nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.
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