Epifanía
del Señor - RV
05/01/2016 14:53
(RV).- «Los Magos, que aparecen en el Evangelio de
Mateo, son una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en
todas partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo
reconozcan como Padre bueno y fiel». Lo dijo el Papa Francisco este
miércoles 6 de enero, en la SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR,
presidiendo la Santa Misa en la Basílica Vaticana.
Reflexionando sobre las palabras que el profeta
Isaías dirigió a la ciudad santa de Jerusalén, « ¡Levántate y resplandece,
porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (60,1), una
invitación a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz de
Jesús que ilumina nuestras vidas, el Papa señaló que la Iglesia no puede
pretender brillar con luz propia porque “Cristo es la luz verdadera que
brilla” y “en la medida en que la Iglesia está unida a él” y “se deja
iluminar por él”, ilumina “la vida de las personas y de los pueblos”.
De este modo los Magos que aparecen en el Evangelio
representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la
casa de Dios: “delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y
cultura”, dijo, y “la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a
la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno”. Entre las
muchas estrellas del cielo, los Magos siguieron una “distinta, nueva, mucho más
brillante para ellos”, y esto “encierra una enseñanza para
nosotros”. También hoy muchas personas, como los Magos, viven
con el “corazón inquieto”, “haciéndose preguntas a las que no encuentran
respuestas seguras”, “reconozcamos que laverdadera sabiduría” se esconde en
el rostro de Cristo, y que “en la sencillez de Belén”, “encuentra su
síntesis la vida de la Iglesia”.
(GM – RV)
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO:
Las palabras que el profeta Isaías dirige a la
ciudad santa de Jerusalén nos invitan levantarnos, a salir; a salir de nuestras
clausuras, a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz que
ilumina nuestras vidas: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria
del Señor amanece sobre ti!» (60,1). «Tu luz» es la gloria del Señor. La
Iglesia no puede pretender brillar con luz propia, no puede. San Ambrosio nos
lo recuerda con una hermosa expresión, aplicando a la Iglesia la imagen de la
luna, y dice así: «La Iglesia es verdaderamente como la luna: […] no brilla con
luz propia, sino con la luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia,
para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive
en mí”» (Hexameron, IV, 8, 32). Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la
medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar
por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos. Por eso, los
santos Padres veían a la Iglesia como el «mysterium lunae».
Necesitamos de esta luz que viene de lo alto para
responder con coherencia a la vocación que hemos recibido. Anunciar el
Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una
profesión. Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para
la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza: es decir,
dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. Éste es su servicio. No hay otro
camino. La misión es su vocación: hacer resplandecer la luz de Cristo es su
servicio. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero, en
este sentido, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre.
Los Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo,
son una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas
partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan
como Padre bueno y fiel. Los Magos representan a los hombres de cualquier parte
del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay
distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda la humanidad encuentra
su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a la luz con
más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno. Éste es el servicio
de la Iglesia, con la luz que refleja: hacer emerger el anhelo de Dios que cada
uno lleva en sí mismo. Como los Magos, también hoy muchas personas viven con el
«corazón inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras;
es la inquietud del Espíritu Santo que se mueve en los corazones. También ellos
están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén.
¡Cuántas estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo,
los Magos han seguido una distinta, nueva, mucho más brillante para ellos.
Durante mucho tiempo, habían escrutado el gran libro del cielo buscando una
respuesta a sus preguntas - tenían el corazón inquieto - y, al final, la
luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo olvidar los intereses
cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron atención a la voz que
dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz; - es la voz del Espíritu
Santo, que trabaja en todas las personas - y ella los guió hasta que en una
pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos.
Todo esto encierra una enseñanza para nosotros. Hoy
será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: «¿Dónde está el Rey de
los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a
adorarlo» (Mt 2,2). Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual,
a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos
para descifrarlos y comprender así su voluntad. Estamos llamados a ir a Belén
para encontrar al Niño y a su Madre. ¡Sigamos la luz que Dios nos da,
pequeñita! El himno del breviario nos dice poéticamente que los Magos “lumen
requirunt lumine”, aquella pequeña luz. La luz que proviene del rostro de
Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos ante él,
adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra
libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. La verdadera sabiduría se esconde
en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra
su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí
a todas las personas en el mundo y guía a los pueblos por el camino de la paz.
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