17. LA CUARESMA DE ESTE AÑO JUBILAR SEA VIVIDA
CON MAYOR INTENSIDAD, COMO MOMENTO FUERTE PARA CELEBRAR Y EXPERIMENTAR LA
MISERICORDIA DE DIOS. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser
meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso
del Padre! Con las palabras del profeta Miqueas también nosotros podemos
repetir: Tú, oh Señor, eres un Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el
pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú,
Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo.
Destruirás nuestras culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros pecados
(cfr 7,18-19).
Las
páginas del profeta Isaías podrán ser meditadas con mayor atención en este
tiempo de oración, ayuno y caridad: « Este
es el ayuno que yo deseo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del
yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu
pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas
desnudo y no abandonar a tus semejantes. Entonces despuntará tu luz como la
aurora y tu herida se curará rápidamente; delante de ti avanzará tu justicia y
detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá;
pedirás auxilio, y él dirá: “¡Aquí estoy!”. Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra
maligna; si partes tu pan con el hambriento y sacias al afligido de corazón, tu
luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El
Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y
llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente
de agua, cuyas aguas nunca se agotan » (58,6-11).
La
iniciativa “24 HORAS PARA EL SEÑOR”,
a celebrarse durante el viernes y sábado
que anteceden el IV domingo de Cuaresma, se incremente en las Diócesis.
Muchas personas están volviendo a acercarse al sacramento de la Reconciliación
y entre ellas muchos jóvenes, quienes en una experiencia semejante suelen
reencontrar el camino para volver al Señor, para vivir un momento de intensa
oración y redescubrir el sentido de la propia vida. De nuevo ponemos convencidos
en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite
experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada
penitente fuente de verdadera paz interior.
Nunca me cansaré de insistir en que los confesores
sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se
improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en
busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de
la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor
divino que perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del
Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables.
Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de
Dios. Cada confesor deberá acoger a los
fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al
encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese
hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo
encontrado. No se cansarán de salir
al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse,
para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido ante
la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola
interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces
de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica
de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas
partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la
misericordia.
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