4. He
escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran significado en la historia
reciente de la Iglesia. En efecto, abriré
la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio
Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este
evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres reunidos
en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del
Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo
más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido
la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar
el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre.
Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor
entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de
ser en el mundo signo vivo del amor del Padre.
Vuelven a
la mente las palabras cargadas de significado que san Juan XXIII pronunció en
la apertura del Concilio para indicar el camino a seguir: « EN NUESTRO TIEMPO, LA ESPOSA DE CRISTO PREFIERE USAR LA MEDICINA DE
LA MISERICORDIA Y NO EMPUÑAR LAS ARMAS DE LA SEVERIDAD … La Iglesia Católica,
al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad
católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de
misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella ».[2]
En el
mismo horizonte se colocaba también el beato Pablo VI quien, en la Conclusión
del Concilio, se expresaba de esta manera: « Queremos
más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la
caridad … La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la
espiritualidad del Concilio … Una corriente de afecto y admiración se ha
volcado del Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí,
porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas,
sólo invitación, respeto y amor. El
Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar de deprimentes
diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de
esperanza: sus valores no sólo han sido respetados sino honrados, sostenidos sus
incesantes esfuerzos, sus aspiraciones, purificadas y bendecidas … Otra cosa
debemos destacar aún: toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única
dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus
debilidades, en todas sus necesidades ».[3]
Con estos sentimientos de agradecimiento por cuanto
la Iglesia ha recibido y de responsabilidad por la tarea que nos espera,
atravesaremos la Puerta Santa, en la plena confianza de sabernos acompañados
por la fuerza del Señor Resucitado que continua sosteniendo nuestra
peregrinación. El Espíritu Santo que conduce los pasos de los creyentes para
que cooperen en la obra de salvación realizada por Cristo, sea guía y apoyo del
Pueblo de Dios para ayudarlo a contemplar el rostro de la misericordia.[4]
[2] Discurso de apertura del
Conc. Ecum. Vat. II, Gaudet Mater Ecclesia, 11 de octubre de
1962, 2-3.
[3] Alocución en la
última sesión pública, 7 de diciembre de 1965.
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