21. LA MISERICORDIA NO ES CONTRARIA A LA
JUSTICIA SINO QUE EXPRESA EL COMPORTAMIENTO DE DIOS HACIA EL PECADOR,
OFRECIÉNDOLE UNA ULTERIOR POSIBILIDAD PARA EXAMINARSE, CONVERTIRSE Y CREER.
La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para mostrarnos la
superación de la justicia en dirección hacia la misericordia. La época de este
profeta se cuenta entre las más dramáticas de la historia del pueblo hebreo. El
Reino está cercano de la destrucción; el pueblo no ha permanecido fiel a la
alianza, se ha alejado de Dios y ha perdido la fe de los Padres. Según una
lógica humana, es justo que Dios piense en rechazar el pueblo infiel: no ha
observado el pacto establecido y por tanto merece la pena correspondiente, el
exilio. Las palabras del profeta lo atestiguan: « Volverá al país de Egipto, y
Asur será su rey, porque se han negado a convertirse » (Os 11,5). Y
sin embargo, después de esta reacción que apela a la justicia, el profeta
modifica radicalmente su lenguaje y revela el verdadero rostro de Dios: « Mi corazón se convulsiona dentro de mí, y
al mismo tiempo se estremecen mis entrañas. No daré curso al furor de mi
cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios, no un hombre; el Santo
en medio de ti y no es mi deseo aniquilar » (11,8-9). San Agustín, como
comentando las palabras del profeta dice: « ES MÁS FÁCIL QUE DIOS CONTENGA LA
IRA QUE LA MISERICORDIA ».[13] Es
precisamente así. LA IRA DE DIOS DURA UN
INSTANTE, MIENTRAS QUE SU MISERICORDIA DURA ETERNAMENTE.
Si Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser
Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la
experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de
destruirla. Por esto Dios va más allá de
la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle
valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se
experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la
engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está
a la base de una verdadera justicia. Debemos prestar mucha atención a cuanto
escribe Pablo para no caer en el mismo error que el Apóstol reprochaba a sus
contemporáneos judíos: « Desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en
establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el
fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree » (Rm 10,3-4).
ESTA JUSTICIA DE DIOS ES LA MISERICORDIA
CONCEDIDA A TODOS COMO GRACIA EN RAZÓN DE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DE
JESUCRISTO. La Cruz de Cristo, entonces, es el juicio de Dios sobre todos
nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida
nueva.
[13] Enarr. in Ps. 76,
11.
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