“Paciente
y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento
para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata
concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad
prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo
particular, destacan esta grandeza del proceder divino: « Él perdona todas tus
culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de
gracia y de misericordia » (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro
Salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: « ÉL SEÑOR LIBERA A LOS CAUTIVOS, ABRE LOS
OJOS DE LOS CIEGOS Y LEVANTA AL CAÍDO; EL SEÑOR PROTEGE A LOS EXTRANJEROS Y
SUSTENTA AL HUÉRFANO Y A LA VIUDA; EL SEÑOR AMA A LOS JUSTOS Y ENTORPECE EL
CAMINO DE LOS MALVADOS » (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones
del salmista: « El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas.
[…] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo »
(147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una
realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o
una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio
hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde
lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y
compasión, de indulgencia y de perdón.
[5] Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4.
[6] XXVI domingo del tiempo
ordinario. Esta colecta se encuentra ya en el Siglo VIII, entre los textos
eucológicos delSacramentario Gelasiano (1198).
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