Jesús,
ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y
extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una
intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este
amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14)
y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37).
LO QUE MOVÍA A JESÚS EN TODAS LAS
CIRCUNSTANCIAS NO ERA SINO LA MISERICORDIA, CON LA CUAL LEÍA EL CORAZÓN DE LOS
INTERLOCUTORES Y RESPONDÍA A SUS NECESIDADES MÁS REALES. Cuando encontró la
viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por
el inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo
de la muerte (cfr Lc 7,15). Después de haber liberado el
endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: « Anuncia todo lo que el Señor te
ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo » (Mc 5,19).
También la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia.
Pasando delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre
los de Mateo. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados
de aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge
a él, el pecador y publicano, para que sea uno de los Doce. San Beda el
Venerable, comentando esta escena del Evangelio, escribió que Jesús miró a
Mateo con amor misericordioso y lo eligió: miserando atque eligendo.[7] Siempre
me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema.
©
Copyright - Librería Editrice Vaticano
No hay comentarios:
Publicar un comentario