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El Papa Francisco durante la última audiencia
general de enero en el Aula Pablo VI del Vaticano - AFP
28/01/2015 10:05
(RV).- En su catequesis de
la audiencia general, celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano,
el Papa Francisco prosiguió sus reflexiones sobre lafamilia,
deteniéndose, el último miércoles de enero, en la palabra padre,
“palabra universal” – dijo – conocida por todos, que indica una relación
fundamental cuya realidad es tan antigua como la historia del hombre.
El Obispo de Roma recordó que se trata de la
palabra con la que Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios, dándole un nuevo y
profundo sentido, revelándonos así, el misterio de la intimidad de Dios.
También destacó que en nuestros días se ha llegado
a hablar de una “sociedad sin padres”. Y explicó que con la ausencia de
esta figura se pretende pensar en una especie de liberación, sobre todo cuando
se percibe al padre como la autoridad cruel que coarta la libertad de sus
hijos.
El Pontífice destacó que tanto las comunidades
cristianas como las civiles deben estar atentas a esta situación creada “de orfandad”,
en los niños y jóvenes de hoy, que viven desorientados sin el buen ejemplo o la
guía prudente de un padre; porque esta “ausencia” deja lagunas y heridas en
la educación de los jóvenes, que carecen de guías y corren el riesgo de caer en
los ídolos que les roben el corazón, la ilusión y las
auténticas riquezas.
Al saludar a los fieles y peregrinos procedentes de
América Latina y de España, el Papa Bergoglio invitó a no olvidar que Jesús nos
prometió no dejarnos huérfanos, por lo que debemos vivir con la
esperanza puesta en Él, sabiendo que el amor puede vencer al odio y que es
posible un futuro defraternidad y de paz para
todos.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA
LA
FAMILIA: EL PADRE
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Retomemos
el camino de catequesis sobre la familia.
Hoy
nos dejamos guiar por la palabra “padre”. Una palabra más querida que
cualquier otra por nosotros cristianos, porque es el nombre con el cual Jesús
nos ha enseñado a llamar a Dios: Padre. El sentido de este nombre
ha recibido una nueva profundidad precisamente a partir del modo en el cual
Jesús lo usaba para dirigirse a Dios y manifestar su especial relación con Él.
El misterio bendito de la intimidad de Dios, Padre, Hijo y Espíritu, rebelado
por Jesús, es el corazón de nuestra fe cristiana.
“Padre”
es una palabra conocida a todos, una palabra universal. Ella indica
una relación fundamental cuya realidad es antigua cuánto la
historia del hombre. No obstante, hoy se ha llegado a afirmar que nuestra
sociedad sería una “sociedad sin padres”. En otros términos, in particular en
la cultura occidental, la figura del padre estaría
simbólicamente ausente, desvanecida, removida.
En
un primer momento, la cosa fue percibida como una liberación: liberación del
padre-padrón, del padre como representante de la ley que se impone desde el
exterior, del padre como censor de la felicidad de los hijos y obstáculo a la
emancipación y a la autonomía de los jóvenes.
En
efecto, en el pasado algunas veces en
nuestras casas reinaba el autoritarismo, en ciertos casos incluso el atropello:
padres que trataban a los hijos como siervos, no respetando las exigencias
personales de su crecimiento; padres que no los ayudaban a emprender su camino
con libertad – pero no es fácil educar a un hijo en libertad – padres que no
los ayudaban a asumir las propias responsabilidades para construir su futuro y
aquel de la sociedad. Esto ciertamente es una actitud no buena.
Pero como frecuentemente sucede, se pasa de un
extremo al otro. El problema de nuestros días no parece ser más tanto la
presencia invasiva de nuestros padres, sino más bien su ausencia, su
contumacia. Los padres están a veces tan concentrados en sí mismos y en su
propio trabajo y a veces sobre su propia realización individual, al punto de
olvidar también la familia. Y dejan solos a los niños y a los jóvenes. Ya
como obispo de Buenos Aires advertía el
sentido de orfandad de viven hoy los chicos. Y a menudo les preguntaba a los
papás si jugaban con sus hijos, si tenían el coraje y el amor de perder tiempo
con los hijos. Y la respuesta era fea. En la mayoría de los casos era: “no
puedo porque tengo tanto trabajo”. El padre estaba ausente con ese hijo que
crecía y no jugaba con él, no perdía tiempo con él.
Ahora,
en este camino común de reflexión sobre la familia, quisiera decir a todas las
comunidades cristianas que debemos estar más atentos: la ausencia de la figura
paterna en la vida de los pequeños y de los jóvenes produce lagunas
y heridas que pueden
ser también muy graves.
Y en efecto, las desviaciones de los niños y de los adolescentes en buena
parte se pueden atribuir a esta falta, a la carencia de ejemplos y de guías
competentes en su vida de todos los días, a la carencia de cercanía, a la
carencia de amor de parte de los padres. El sentido de orfandad que
viven tantos jóvenes es más profundo de lo que pensamos.
Son huérfanos pero
‘en familia’, porque los padres
a menudo están ausentes, incluso físicamente, de casa, pero sobre todo porque,
cuando están, no se comportan como padres, no dialogan con sus hijos, no
cumplen con su tarea educativa, no dan a los niños con su ejemplo acompañado de
las palabras, aquellos principios, aquellos valores, esas reglas de vida, de
las que necesitan como el pan. La calidad
educativa de la presencia paterna es mucho más necesaria cuanto más
el papá se ve obligado por trabajo a estar lejos de casa. A veces pareciera que
los papás no supieran bien qué lugar ocupar en la familia y cómo educar a los hijos. Y entonces, ante la duda, se
abstienen, se retiran y descuidan sus responsabilidades, tal vez, refugiándose en una relación
improbable “a la par” con los hijos. Es verdad que debes ser compañero de tu
hijo, pero sin olvidar que tú eres el padre ¿eh? Si solamente te comportas como
un compañero ‘a la par’ de tu hijo, esto no le hará bien al muchacho.
Pero
esto también lo vemos en la comunidad civil. La comunidad civil con sus instituciones, tiene una cierta
responsabilidad, podemos decir, paterna hacia los jóvenes. Una responsabilidad
que a veces descuida o ejerce mal. También ella a menudo los deja huérfanos y
no les propone una verdad de perspectiva. Los jóvenes quedan, así, huérfanos de
caminos seguros a recorrer, huérfanos de maestros en los cuales confiarse,
huérfanos de ideales que inflamen el corazón, huérfanos de valores y esperanzas
que los sostengan cotidianamente. Son llenados, tal vez, de ídolos, pero se les
roba el corazón; son empujados a soñar diversiones y placeres, pero no se les
da trabajo; son ilusionados con el dios dinero, y se les niegan las verdaderas
riquezas.
Entonces hará bien a todos, a los padres y a los
hijos, volver a escuchar la promesa que Jesús hizo a sus discípulos: “No los
dejo huérfanos” (Jn 14:18). Es Él, de hecho, el camino a recorrer, el Maestro
al que escuchar, la Esperanza de que el mundo puede cambiar, que el amor vence
al odio, que puede haber un futuro de fraternidad y de paz para todos.
Alguno de ustedes podría decirme: “padre, usted hoy
ha sido demasiado negativo; ha hablado sólo de la ausencia de los padres, y de
lo que sucede cuando los padres no están cerca de los hijos”. Es
verdad, he querido subrayar esto porque el próximo miércoles seguiré con esta
catequesis, poniendo a la luz la belleza de la paternidad. Por esto he elegido
comenzar de la oscuridad para llegar a la luz. Que el Señor nos ayude a
comprender bien estas cosas. Gracias.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual,
Griselda Mutual - RV)
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