Vigilia Pascual con el Papa Francisco -
04/04/2015 19:33
VATICANO, 04 Abr. 15 /
02:52 pm (ACI).-
El Papa Francisco presidió esta noche la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, en la
cual llamó a los fieles a entrar en el Misterio de la Pascua con humildad y de la mano de la Virgen
María, siguiendo el ejemplo de las primeras discípulas de Jesús.
A continuación el texto
completo de la homilía del Papa:
Esta noche es noche de
vigilia.
El Señor no duerme, vela
el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la esclavitud y para
abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela y, con la
fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar Rojo; y hace pasar a
Jesús a través del abismo de la muerte y de los infiernos.
Esta fue una noche de vela
para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor. Los
hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al
alba del día siguiente, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus
corazones estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?,
¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer signo
del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba
abierta.
«Entraron en el sepulcro y
vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las
mujeres fueron las primeras que vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y
fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el sepulcro».
En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en reflexionar sobre la
experiencia de las discípulas de Jesús, que también nos interpela a nosotros.
Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar, para entrar en el misterio
que Dios ha realizado con su vigilia de amor.
No se puede vivir la
Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es sólo
conocer, leer... Es más, es mucho más.
«Entrar en el misterio»
significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el
silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos
habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el misterio nos
exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo
que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no
eliminar los interrogantes... Entrar en el misterio significa ir más allá de
las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y
ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya
descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis
nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.
Para entrar en el misterio
se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de
nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para
redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas
con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el
misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las
propias idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos enseñan las
mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la
Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron
prisioneras del miedo y del dolor, sino que salieron con las primeras luces del
alba, llevando en las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor.
Salieron y encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y
entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María,
nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.
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