"DIOS TE SALVE, REINA Y MADRE DE
MISERICORDIA...
“Durante siglos la gente ha
invocado a la SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
bajo este título y ahora, en tiempos modernos, el Papa Juan Pablo II nos la
presentó nuevamente para subrayar en el papel singular que la VIRGEN MARÍA
juega en el plan eterno de Misericordia que Dios tiene preparado.
En su encíclica “RICO
EN MISERICORDIA”, el Santo Padre Juan Pablo II dedica una sección
entera a SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, "LA MADRE DE LA MISERICORDIA”. Y
explica que “es ella quien tiene el entendimiento más profundo de la Misericordia
de Dios y es ella, más que nadie, quien más mereció y recibió la misericordia”.
Llamada de forma especial a
compartir la Misión de Su Hijo, donde Él revela Su amor. Ella sigue
proclamando la misericordia de Jesús "de generación en generación”.
Para la beata Sor Faustina, la
VIRGEN MARÍA era una fuente perpetua de la Misericordia de Dios, como madre,
tutora, instructora e intercesora.
De María recibió el regalo especial de la pureza, la fortaleza en momentos de sufrimiento e innumerables
lecciones en la vida espiritual.
“MARÍA [ES] MI INSTRUCTORA", escribe Faustina:
1. "Que me enseña siempre cómo vivir
para Dios" (Diario
Sor Faustina, 620).
2. "Cuanto más imito a la Santísima
Virgen, tanto más profundamente conozco a Dios" (Diario, 843).
3. "Antes de cada Santa Comunión,
ruego fervorosamente a la Madre de Dios que me ayude a preparar mi alma para la
llegada de Su Hijo"
(Diario Sor Faustina, 11 14).
4. "Ella me ha enseñado a amar
interiormente a Dios y cómo cumplir su Santa Voluntad en todo" (Diario Sor Faustina, 40)
5. "Oh María, Madre y Señora mía...
pongo todo en tus manos," (Diario Sor Faustina, 79).
6. "María, Tú eres la alegría, porque
por medio de Ti, Dios descendió a la tierra [y] a mi corazón" (Diario Sor Faustina, 40).
“Una vez me dijo el confesor que
rogara según su intención, y comencé una novena a la Santísima Virgen. Esa
novena consistía en rezar nueve veces la Salve Regina. Al final de la novena
vi. a la Virgen con el Niño Jesús en los brazos y vi también a mi confesor que
estaba arrodillado a sus pies y hablaba con Ella. No entendía de que hablaba
con la Virgen porque estaba ocupada en hablar con el Niño Jesús que había
bajado de los brazos de la Santísima Madre y se acercó a mí. No dejaba de
admirar su belleza. Oí algunas palabras que la Virgen le decía, pero no oí
todo. Las palabras son éstas: Yo no soy no sólo la Reina del Cielo, sino
también la Madre de la Misericordia y tu Madre. En ese momento extendió la mano
derecha en la que tenía el manto y cubrió con él al Sacerdote. En ese instante
la visión desapareció.” (Diario Sor Faustina 330).
María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado
por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (Jn 3, 16-18).
Él ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar
misericordia (Mt 9,
13).
Y la misericordia mayor radica en su estar en medio de nosotros y en la
llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro,
como "el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).
Ningún pecado del hombre puede cancelar la misericordia de Dios, ni
impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la
invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor
del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo (181):
Su Misericordia para nosotros es
redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo,
que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los
obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que
renueva la faz de la tierra (Sal 104, 30), posibilita el milagro del
cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que
es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto
sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del
mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante el don de la vida nueva,
Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu.
María es también Madre de
misericordia porque Jesús le confía su Iglesia y toda la humanidad. A los pies
de la cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al
Padre el perdón para los que no saben lo que hacen (cf. Lc 23, 34).
María invita a todo ser humano a acoger esta Sabiduría. También nos
dirige la orden dada a los sirvientes en Caná de Galilea durante el banquete de
bodas: "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5).
María comparte nuestra condición
humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido
el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al
hombre pecador y lo ama con amor de Madre. Precisamente por esto se pone de parte
de la verdad y comparte el peso de la Iglesia en el recordar constantemente a
todos las exigencias morales. Por el mismo motivo, no acepta que el hombre
pecador sea engañado por quien pretende amarlo justificando su pecado, pues
sabe que, de este modo, se vaciaría de contenido el sacrificio de Cristo, su
Hijo. Ninguna absolución, incluso la ofrecida por complacientes doctrinas
filosóficas o teológicas, puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la cruz y la gloria de
Cristo resucitado pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida.
María, Madre de misericordia, cuida de todos para que no se haga
inútil la cruz de Cristo, para que el hombre no pierda el camino del
bien, no pierda la conciencia del pecado y crezca en la esperanza en Dios,
"rico en misericordia" (Ef 2, 4), para que haga libremente las buenas obras
que él le asignó (cf. Ef 2, 10) y, de esta manera, toda su vida sea "un
himno a su gloria" (Ef 1, 12).
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