05/04/2015 11:22
(RV).- “¡Jesucristo
ha resucitado! El amor ha vencido al odio, la vida ha vencido a la muerte, la
luz ha disipado la oscuridad”, anunció el Pontífice en su Mensaje
Urbi et Orbi de la Pascua de Resurrección 2015, desde el balcón
central de la basílica de San Pedro.
Después de presidir
la celebración de la Santa Misa de Pascua, en una plaza de San Pedro repleta de
peregrinos y decorada para la ocasión con flores procedentes de Holanda, el
Pontífice recorrió la plaza en papamóvil, prodigando saludos, sonrisas y bendiciones
a los numerosos presentes, llegados a la plaza no obstante la lluvia.
En su Mensaje
Pascual ‘a la ciudad de Roma y al mundo’, el Obispo de Roma explicó que la
humildad - y por consiguiente la humillación - es el camino de la
vida y de felicidad indicado por Jesús a todos, con su muerte. Porque
“sólo quien se humilla puede ir hacia “las cosas de allá arriba”, hacia Dios -
dijo.
Constatando que el
mundo de hoy propone imponerse a toda costa, el Papa subrayó que es “por la
gracia de Cristo muerto y resucitado”, que los cristianos ‘son el brote
de otra humanidad’, en la cual buscamos vivir al servicio, los unos de los
otros”. “¡Ésta no es debilidad sino verdadera fuerza!” – enfatizó -
“porque quien lleva dentro la fuerza de Dios, su amor y su justicia no necesita
usar la violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad”. Por
ello, Francisco invitó a implorar del Señor resucitado “la gracia de no ceder
al orgullo que alimenta la violencia y las guerras sino tener el coraje humilde
del perdón y de la paz”.
TEXTO COMPLETO DEL
MENSAJE URBI ET ORBI DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN 2015
Queridos hermanos y
hermanas, ¡feliz Pascua!
¡Jesucristo ha
resucitado!
El amor ha
derrotado al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la
oscuridad.
Jesucristo, por
amor a nosotros, se despojó de su gloria divina; se vació de sí mismo, asumió
la forma de siervo y se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz. Por esto
Dios lo ha exaltado y le ha hecho Señor del universo. Jesús es el Señor.
Con su muerte y
resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la vida y la felicidad: y esta
vía es la humildad, que comporta la humillación. Este es el camino que conduce
a la gloria. Sólo quien se humilla pueden ir hacia los «bienes de allá arriba»,
a Dios (cf. Col 3,1-4). El orgulloso mira «desde arriba hacia abajo», el
humilde, «desde abajo hacia arriba».
La mañana de
Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo
encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se «inclinaron» para
entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que «inclinarse», abajarse.
Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su
camino.
El mundo propone
imponerse a toda costa, competir, hacerse valer... Pero los cristianos, por la
gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la
cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino
disponibles y respetuosos.
Esto no es
debilidad, sino autentica fuerza. Quién lleva en sí el poder de Dios, de su
amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la
fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.
Imploremos hoy al
Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y
las guerras, sino que tengamos el valor humilde del perdón y de la paz. Pedimos
a Jesús victorioso que alivie el sufrimiento de tantos hermanos nuestros
perseguidos a causa de su nombre, así como de todos los que padecen
injustamente las consecuencias de los conflictos y las violencias que se están
produciendo. Son muchas.
Roguemos ante todo
por la amada Siria e Irak, para que cese el fragor de las armas y se
restablezca una buena convivencia entre los diferentes grupos que conforman
estos amados países. Que la comunidad internacional no permanezca inerte ante
la inmensa tragedia humanitaria dentro de estos países y el drama de tantos
refugiados.
Imploremos la paz
para todos los habitantes de Tierra Santa. Que crezca entre israelíes y
palestinos la cultura del encuentro y se reanude el proceso de paz, para poner
fin a años de sufrimientos y divisiones.
Pidamos la paz para
Libia, para que se acabe con el absurdo derramamiento de sangre por el que está
pasando, así como toda bárbara violencia, y para que cuantos se preocupan por
el destino del país se esfuercen en favorecer la reconciliación y edificar una
sociedad fraterna que respete la dignidad de la persona. Y esperemos que
también en Yemen prevalezca una voluntad común de pacificación, por el bien de toda
la población.
Al mismo tiempo,
encomendemos con esperanza al Señor que es tan misericordioso el acuerdo
alcanzado en estos días en Lausana, para que sea un paso definitivo hacia un
mundo más seguro y fraterno.
Supliquemos al
Señor resucitado el don de la paz en Nigeria, Sudán del Sur y diversas regiones
del Sudán y la República Democrática del Congo. Que todas las personas de buena
voluntad eleven una oración incesante por aquellos que perdieron su vida ―y
pienso muy especialmente en los jóvenes asesinados el pasado jueves en la
Universidad de Garissa, en Kenia―, los que han sido secuestrados, los que han
tenido que abandonar sus hogares y sus seres queridos.
Que la resurrección
del Señor haga llegar la luz a la amada Ucrania, especialmente a los que han sufrido
la violencia del conflicto de los últimos meses. Que el país reencuentre la paz
y la esperanza gracias al compromiso de todas las partes interesadas.
Pidamos paz y
libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y antiguas formas de
esclavitud por parte de personas y organizaciones criminales. Paz y libertad
para las víctimas de los traficantes de droga, muchas veces aliados con los
poderes que deberían defender la paz y la armonía en la familia humana. E
imploremos la paz para este mundo sometido a los traficantes de armas, que
ganan con la sangre de hombres y mujeres.
Y que a los
marginados, los presos, los pobres y los emigrantes, tan a menudo rechazados,
maltratados y desechados; a los enfermos y los que sufren; a los niños,
especialmente aquellos sometidos a la violencia; a cuantos hoy están de luto; y
a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, llegue la voz consoladora y
sanadora del Señor Jesús: «La paz esté con ustedes». (Lc 24,36). «No teman, he
resucitado y siempre estaré con ustedes» (cf. Misal Romano, Antífona de entrada
del día de Pascua).
SALUDOS DE PASCUA
DEL SANTO PADRE
Queridos
hermanos y hermanas,
Deseo dirigir mis
augurios de Feliz Pascua a todos ustedes que han venido a esta plaza de
diversos países, como también a cuantos están conectados a través de los medios
de comunicación social.
Lleven en a sus
casas y a quienes encuentran el alegre anuncio que ha resucitado el Señor de la
vida, llevando consigo amor, justicia, respeto y perdón.
Gracias por su
presencia, por su oración y por el entusiasmo de su fe. Un pensamiento especial
y agradecido por el don de las flores, que también este años previenen de los
Países Bajos.
¡Feliz Pascua a
todos!
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