«El éxodo, experiencia fundamental de la vocación».
Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones -
OSS_ROM
14/04/2015 11:38
(RV).- «El éxodo, experiencia fundamental
de la vocación», es el Mensaje y el lema elegido por el Papa
Francisco para la 52 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se
celebra el cuarto Domingo de Pascua, del Buen Pastor, y que en 2015 es el 26 de
abril. Haciendo hincapié en la importancia de rezar, evocando el mandamiento
de Jesús en el contexto de un envío misionero, el Obispo de
Roma señala que «efectivamente, si la Iglesia «es misionera
por su naturaleza» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2), la
vocación cristiana nace necesariamente dentro de una experiencia de misión. Así, escuchar
y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándose atraer y conducir por él y
consagrando a él la propia vida, significa aceptar que el Espíritu
Santo nos introduzca en este dinamismo misionero, suscitando en nosotros el
deseo y la determinación gozosa de entregar nuestra vida y gastarla por la
causa del Reino de Dios».
Entregar la propia vida en esta actitud misionera
sólo será posible si somos capaces de salir de nosotros mismos. Por eso, el Papa desea «reflexionar
precisamente sobre ese particular «éxodo» que es la vocación o,
mejor aún, nuestra respuesta a la vocación que Dios nos da. Cuando oímos la
palabra «éxodo», nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa
historia de amor de Dios con el pueblo de sus hijos, una historia que
pasa por los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés,
la liberación y el camino hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo ―el
segundo libro de la Biblia―, que narra esta historia, representa una parábola
de toda la historia de la salvación, y también de la dinámica fundamental de la
fe cristiana. De hecho, pasar de la esclavitud del hombre viejo a la vida
nueva en Cristo es la obra redentora que se realiza en nosotros mediante la fe
(cf. Ef 4,22-24). Este paso es un verdadero y real «éxodo», es el camino
del alma cristiana y de toda la Iglesia, la orientación decisiva de la
existencia hacia el Padre».
«Responder a la llamada de Dios, por tanto,
es dejar que él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para ponernos en
camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de nuestra
felicidad», escribe el Santo Padre, explicando luego que esta dinámica del
éxodo «no se refiere sólo a la llamada personal, sino a la acción misionera y
evangelizadora de toda la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente
fiel a su Maestro en la medida en que es una Iglesia «en salida», no
preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas, sino más bien
capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos de Dios en su
situación real y de com-padecer sus heridas. Dios sale de sí mismo en
una dinámica trinitaria de amor, escucha la miseria de su pueblo e interviene
para librarlo (cf. Ex 3,7).
«La Iglesia que evangeliza sale al encuentro del
hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios
las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados»
«Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el
hombre, llena la vida de alegría y de sentido» vuelve señalar el
Papa, con el anhelo de «decírselo especialmente a los más jóvenes.
Y los alienta a no tener miedo, a ponerse en camino: «el Evangelio es la
Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es
dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los
pasos de vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio
divino y en la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más
alegre cada día».
Culminando su Mensaje con «la Virgen María,
modelo de toda vocación», que «no tuvo miedo a decir su «fiat» a la llamada
del Señor»: «Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia generosa de
la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios sus
proyectos de vida», el Papa Francisco ha fechado su Mensaje en el Vaticano
el, 29 de marzo, Domingo de Ramos, de 2015.
(CdM - RV)
Texto completo del MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 52 JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS
VOCACIONES
26 DE ABRIL DE 2015 – IV DOMINGO DE PASCUA
«El éxodo, experiencia fundamental de la vocación»
Queridos hermanos
y hermanas:
El
cuarto Domingo de Pascua nos presenta el icono del Buen Pastor que conoce a sus
ovejas, las llama por su nombre, las alimenta y las guía. Hace más de 50 años
que en este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones. Esta Jornada nos recuerda la importancia de rezar para que, como
dijo Jesús a sus discípulos, «el dueño de la mies… mande obreros a su mies» (Lc
10,2). Jesús nos dio este mandamiento en el contexto de un envío misionero:
además de los doce apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los
mandó de dos en dos para la misión (cf. Lc 10,1-16). Efectivamente, si la
Iglesia «es misionera por su naturaleza» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes,
2), la vocación cristiana nace necesariamente dentro de una experiencia de
misión. Así, escuchar y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándose atraer y
conducir por él y consagrando a él la propia vida, significa aceptar que el Espíritu
Santo nos introduzca en este dinamismo misionero, suscitando en nosotros el
deseo y la determinación gozosa de entregar nuestra vida y gastarla por la
causa del Reino de Dios.
Entregar la propia vida en esta actitud misionera
sólo será posible si somos capaces de salir de nosotros mismos. Por eso, en
esta 52 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera reflexionar
precisamente sobre ese particular «éxodo» que es la vocación o, mejor aún,
nuestra respuesta a la vocación que Dios nos da. Cuando oímos la palabra
«éxodo», nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa
historia de amor de Dios con el pueblo de sus hijos, una historia que pasa por
los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés, la liberación
y el camino hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo ―el segundo libro de
la Biblia―, que narra esta historia, representa una parábola de toda la
historia de la salvación, y también de la dinámica fundamental de la fe
cristiana. De hecho, pasar de la esclavitud del hombre viejo a la vida nueva en
Cristo es la obra redentora que se realiza en nosotros mediante la fe (cf. Ef
4,22-24). Este paso es un verdadero y real «éxodo», es el camino del alma
cristiana y de toda la Iglesia, la orientación decisiva de la existencia hacia
el Padre.
En la raíz de toda vocación cristiana se encuentra
este movimiento fundamental de la experiencia de fe: creer quiere decir
renunciar a uno mismo, salir de la comodidad y rigidez del propio yo para
centrar nuestra vida en Jesucristo; abandonar, como Abrahán, la propia tierra
poniéndose en camino con confianza, sabiendo que Dios indicará el camino hacia
la tierra nueva. Esta «salida» no hay que entenderla como un desprecio de la
propia vida, del propio modo de sentir las cosas, de la propia humanidad; todo
lo contrario, quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en
abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino. Dice
Jesús: «El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer,
hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (Mt
19,29). La raíz profunda de todo esto es el amor. En efecto, la vocación
cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que se refiere a algo
más allá de uno mismo, descentra a la persona, inicia un «camino permanente,
como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de
sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún,
hacia el descubrimiento de Dios» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est,
6).
La experiencia del éxodo es paradigma de la vida
cristiana, en particular de quien sigue una vocación de especial dedicación al
servicio del Evangelio. Consiste en una actitud siempre renovada de conversión
y transformación, en un estar siempre en camino, en un pasar de la muerte a la
vida, tal como celebramos en la liturgia: es el dinamismo pascual. En efecto,
desde la llamada de Abrahán a la de Moisés, desde el peregrinar de Israel por
el desierto a la conversión predicada por los profetas, hasta el viaje
misionero de Jesús que culmina en su muerte y resurrección, la vocación es
siempre una acción de Dios que nos hace salir de nuestra situación inicial, nos
libra de toda forma de esclavitud, nos saca de la rutina y la indiferencia y
nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos.
Responder a la llamada de Dios, por tanto, es dejar que él nos haga salir de
nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y
fin de nuestra vida y de nuestra felicidad.
Esta dinámica del éxodo no se refiere sólo a la
llamada personal, sino a la acción misionera y evangelizadora de toda la
Iglesia. La Iglesia es verdaderamente fiel a su Maestro en la medida en que es
una Iglesia «en salida», no preocupada por ella misma, por sus estructuras y
sus conquistas, sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento, de
encontrar a los hijos de Dios en su situación real y de com-padecer sus
heridas. Dios sale de sí mismo en una dinámica trinitaria de amor, escucha la
miseria de su pueblo e interviene para librarlo (cf. Ex 3,7). A esta forma de
ser y de actuar está llamada también la Iglesia: la Iglesia que evangeliza sale
al encuentro del hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con
la gracia de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y
necesitados.
Queridos hermanos y hermanas, este éxodo liberador
hacia Cristo y hacia los hermanos constituye también el camino para la plena
comprensión del hombre y para el crecimiento humano y social en la historia.
Escuchar y acoger la llamada del Señor no es una cuestión privada o intimista
que pueda confundirse con la emoción del momento; es un compromiso concreto,
real y total, que afecta a toda nuestra existencia y la pone al servicio de la
construcción del Reino de Dios en la tierra. Por eso, la vocación cristiana,
radicada en la contemplación del corazón del Padre, lleva al mismo tiempo al
compromiso solidario en favor de la liberación de los hermanos, sobre todo de
los más pobres. El discípulo de Jesús tiene el corazón abierto a su horizonte
sin límites, y su intimidad con el Señor nunca es una fuga de la vida y del
mundo, sino que, al contrario, «esencialmente se configura como comunión
misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23).
Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el
hombre, llena la vida de alegría y de sentido. Quisiera decírselo especialmente
a los más jóvenes que, también por su edad y por la visión de futuro que se
abre ante sus ojos, saben ser disponibles y generosos. A veces las incógnitas y
las preocupaciones por el futuro y las incertidumbres que afectan a la vida de
cada día amenazan con paralizar su entusiasmo, de frenar sus sueños, hasta el
punto de pensar que no vale la pena comprometerse y que el Dios de la fe
cristiana limita su libertad. En cambio, queridos jóvenes, no tengáis miedo a
salir de vosotros mismos y a poneros en camino. El Evangelio es la Palabra que
libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse
sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de
vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en
la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada
día.
La Virgen María, modelo de toda vocación, no tuvo
miedo a decir su «fiat» a la llamada del Señor. Ella nos acompaña y nos guía.
Con la audacia generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y
confiar a Dios sus proyectos de vida. A Ella nos dirigimos para estar
plenamente disponibles al designio que Dios tiene para cada uno de nosotros,
para que crezca en nosotros el deseo de salir e ir, con solicitud, al encuentro
con los demás (cf. Lc 1,39). Que la Virgen Madre nos proteja e interceda por
todos nosotros.
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