08/04/2015 10:20
(RV).- En su catequesis de
la audiencia general, celebrada el miércoles de la Octava de
Pascua, en una soleada Plaza de San Pedro y ante varios miles de fieles y
peregrinos procedentes de numerosos países, el Papa Francisco, en
el ámbito de sus reflexiones sobre la familia, completó el tema de los niños
que si bien representan el fruto más bello de la bendición que el Creador ha
dato al hombre y a la mujer, muchos de ellos, suelen sufrir auténticas
“historias de pasión”.
Francisco invitó a pensar en los
hijos no deseados o abandonados, en losniños de la
calle, sin educación ni atención sanitaria, en los chicos
maltratados, a los que les roban su infancia y su
juventud, lo que constituye – dijo – una vergüenza para la sociedad y un grito
de dolor dirigido directamente al corazón del Padre.
El Obispo de Roma destacó asimismo
que un niño nunca puede ser considerado un error, puesto que el
error es del mundo de los adultos y delsistema que genera bolsas
de pobreza y violencia, en las que los másdébiles son los
más perjudicados. Y tras afirmar que los niños son responsabilidad
de todos, el Papa destacó que los padres no deberían sentirse solos en su
tarea, teniendo en cuenta que tratándose de niños, ningún sacrificio es
demasiado costoso.
Dios no se olvida de ninguno de sus
hijos más pequeños, dijo también el Santo Padre recordando que Jesús los trató
con especial predilección, imponiéndoles las manos, bendiciéndolos y afirmando
que el Reino de los cielos es de quienes se hacen como ellos; mientras la
Iglesia siempre se ha puesto al servicio de los niños y sus familias con
solicitud maternal y defendiendo sus derechos.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL
PAPA
LA
FAMILIA: LOS NIÑOS
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
En las catequesis sobre la familia
completamos hoy la reflexión sobre los niños, que son el fruto más bello de la
bendición que el Creador ha dado al hombre y a la mujer. Ya hemos hablado del
gran don que son los niños, hoy lamentablemente debemos hablar de las
“historias de pasión” que viven muchos de ellos.
Tantos niños desde el inicio son
rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguien osa decir,
casi para justificarse, que ha sido un error hacerlos venir al mundo. ¡Esto es
vergonzoso! ¡No descarguemos sobre los niños nuestras culpas, por favor! Los
niños no son jamás “un error”. Su hambre no es un error, como no lo es su
pobreza, su fragilidad, su abandono, tantos niños abandonados por las calles; y
no lo es tampoco su ignorancia o su incapacidad, tantos niños que no saben qué
es una escuela, y no lo es tampoco todo esto. A lo sumo, estos son motivos para
amarlos más, con mayor generosidad. ¿A qué sirven solemnes declaraciones de los
derechos del hombre y de los derechos del niño si luego punimos a los niños por
los errores de los adultos?
Aquellos que tienen el deber de
gobernar, de educar, pero, diría, todos los adultos, somos responsables de los
niños y de hacer cada uno lo que pueda para cambiar esta situación. Me refiero
a la pasión de los niños. Cada niño emarginado, abandonado, que vive en la
calle mendigando y con todo tipo de expediente, sin escuela, sin cuidados
médicos es un grito que llega a Dios y que acusa el sistema que nosotros
adultos hemos construido. Y lamentablemente, estos niños son presa de los
delincuentes, que los explotan para indignos tráficos y comercios, o adiestrándolos
para la guerra y la violencia.
Pero también en los países llamados
ricos tantos niños viven dramas que los marcan duramente, a causa de la crisis
de la familia, de los vacíos educativos y de condiciones de vida a veces
deshumanas. En todo caso son infancias violadas en el cuerpo y en el
alma. ¡Pero a ninguno de estos niños el Padre que está en los cielos lo ha
olvidado! ¡Ninguna de sus lágrimas está perdida! Como tampoco se debe perder
nuestra responsabilidad, la responsabilidad social de las personas, de cada uno
de nosotros y de los Países.
Una vez Jesús reprochó a sus discípulos
porque alejaban a los niños que los padres le llevaban, para que los bendijera.
Es conmovedora la narración evangélica: “Le trajeron entonces a unos niños para
que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los
reprendieron, pero Jesús les dijo: ‘Dejen a los niños, y no les impidan que
vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos.
Y después de haberles impuesto las manos, se fue de allí” (Mt 19,13-5). ¡Qué
bella esta confianza de los padres y esta respuesta de Jesús! ¡Cómo quisiera
que esta página se transformara en la historia normal de todos los niños! Es
verdad que gracias a Dios los niños con graves dificultades encuentran muy
a menudo padres extraordinarios, dispuestos a todo sacrificio y a toda
generosidad. ¡Pero estos padres no deberían ser dejados solos! Deberíamos
acompañar su fatiga, pero también ofrecerles momentos de alegría compartida y
de alegría despreocupada, para que no estén ocupados sólo por la routine
terapéutica.
Cuando se trata de los niños, en todo
caso, no se debería escuchar aquellas fórmulas de defensa legal de oficio,
tipo: “después de todo, nosotros no somos un ente de beneficencia” o también
“en el propio privado, cada uno es libre de hacer lo que quiere”; o también:
“lo sentimos, no podemos hacer nada”. Estas palabras no sirven cuando se trata
de los niños.
Demasiado a menudo sobre los niños
recaen los efectos de vidas desgastadas por un trabajo precario y mal pagado,
por horarios insostenibles, por transportes ineficientes….Pero los niños pagan
también el precio de uniones inmaduras y de separaciones irresponsables, son
las primeras víctimas; sufren los resultados de la cultura de los derechos
subjetivos exasperados, y se transforman luego en los hijos más precoces. A
menudo absorben violencia que no están en condiciones de “digerir” y bajo los
ojos de los grandes están obligados a acostumbrarse a la degradación.
También en esta época nuestra, como en el
pasado, la Iglesia pone su maternidad al servicio de los niños y de sus
familias. A los padres y a los hijos de este nuestro mundo lleva la bendición
de Dios, la ternura materna, el reproche firme y la condena decidida. Hermanos
y hermanas, piénsenlo bien: ¡Con los niños no se juega!
Piensen en que cosa sería una sociedad
que decidiera, de una vez por todas, establecer este principio: “es verdad que
no somos perfectos y que cometemos muchos errores. Pero cuando se trata de los
niños que vienen al mundo, ningún sacrificio de los adultos será juzgado
demasiado costoso o demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que
es un error, que no vale nada y que es abandonado a las heridas de la vida y a
la prepotencia de los hombres”. ¡Qué bella sería una sociedad así! Yo digo que
a esta sociedad se le perdonaría mucho, de sus innumerables errores. Mucho, de
verdad.
El Señor juzga nuestra vida escuchando
aquello que le refieren los ángeles de los niños que “ven siempre el rostro del
Padre que está en los cielos” (cfr. Mt 18,10). Preguntémonos siempre: ¿Qué le
contarían a Dios de nosotros estos “ángeles de los niños”?
(Traducción del italiano: MCM - RV)
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