Ciudad del
Vaticano, 27 octubre 2014 (VIS).-
El Santo Padre se ha desplazado esta mañana a
la Casina Pío IV en el Vaticano, en ocasión de la Asamblea Plenaria de la
Academia Pontificia de las Ciencias y la inauguración de un busto en honor a
Benedicto XVI al que ha definido como un gran Papa.
''Grande por la fuerza y la
penetración de su inteligencia, grande por su importante contribución a la
teología, a su gran amor por la Iglesia y los seres humanos, grande por su
virtud y religiosidad''. Asimismo el Papa ha recordado que Benedicto XVI fue el
primero en invitar a un Presidente de esta Academia a participar al Sínodo
sobre la nueva evangelización ''consciente de la importancia de la ciencia en
la cultura moderna''.
Francisco no ha
querido entrar en el complejo tema que actualmente trata la Academia: ''La
evolución del concepto de naturaleza''; sólo ha señalado ''que Dios y Cristo
caminan con nosotros, y están presentes también en la naturaleza''. ''Cuando
leemos en el Génesis el relato de la creación,-ha dicho- creemos imaginar que
Dios es un mago, que con una varita mágica ha hecho todas las cosas. Pero no es
así. Él ha creado a los seres y les ha dejado desarrollarse según las leyes internas
que dio a cada uno, para que.. alcanzasen su propio desarrollo. Dio la
autonomía a los seres del universo al mismo tiempo que les aseguraba su
continua presencia, dando el ser a toda realidad. Y así la creación ha
proseguido su marcha por siglos y siglos, milenios y milenios hasta que se ha
convertido en lo que hoy conocemos; exactamente porque Dios no es un mago sino
el Creador que da el ser a todas las cosas. El inicio del mundo no es obra del
caos que debe a otro su origen, sino que se deriva directamente de un Principio
supremo que crea por amor. El Big-Bang, que hoy se sitúa en el origen del
mundo, no contradice la intervención de un creador divino, al contrario, la
requiere. La evolución de la naturaleza no contrasta con la noción de creación,
porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan''.
''En cuanto al ser
humano, -ha continuado-, hay un cambio y una novedad. Cuando, en el sexto día
de la historia del Génesis, llega la creación del hombre, Dios da al ser humano
otra autonomía, una autonomía diferente a la de la naturaleza, que es la
libertad. Y dice al hombre que ponga nombre a todas las cosas y siga hacia
delante en el curso de la historia. Le hace responsable de la creación, para
que domine la creación, para que la desarrolle y así hasta el final de los
tiempos. Por eso al científico, y sobre todo al científico cristiano
corresponde la actitud de interrogarse sobre el futuro de la humanidad y de la
tierra y, como ser libre y responsable, de contribuir a prepararlo, a defenderlo,
y a eliminar los riesgos del medio ambiente, sean naturales que humanos. Pero,
al mismo tiempo, el científico debe estar movido por la confianza en que la
naturaleza esconda, en sus mecanismos evolutivos, potenciales que toca a la
inteligencia y a la libertad descubrir y poner en práctica para llegar al
desarrollo que está en el diseño del Creador. Entonces, por muy limitada que
sea, la acción del hombre participa de la potencia de Dios y es capaz de
construir un mundo apropiado para su doble vida corporal y espiritual;
construir un mundo humano para todos los seres humanos y no para un grupo o
clase de personas privilegiadas.
''Esta esperanza y
confianza en Dios, Autor de la naturaleza, y en la capacidad del espíritu
humano -ha concluido- pueden proporcionar al investigador una nueva energía y
una serenidad profunda. Pero también es cierto que la acción del hombre, cuando
su libertad se convierte en autonomía - que no es libertad, sino autonomía -
destruye la creación y el hombre usurpa el lugar del Creador. Y este es el gran
pecado contra Dios Creador''.
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