(RV).- Actualizado con texto completo de la catequesis del Papa (Con audio)
El auténtico amor, que crea comunión, no presume ni se engríe, no
lleva cuentas del mal recibido y goza haciendo el bien, no tiene
envidia, sino que considera a los otros más que a uno mismo, sufre con
los últimos y necesitados, y valora y reconoce a quienes hacen los
servicios más humildes y escondidos.
Con estas palabras inspiradas en
el himno a la caridad de San Pablo, el Papa explicó en su catequesis
por qué decimos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. No se trata
simplemente de una forma de hablar – dijo Francisco – sino de una
expresión llena de contenido; puesto que la Iglesia es una obra maestra
del Espíritu Santo que, infundiendo en cada uno de nosotros la vida
nueva del Señor Resucitado, nos congrega en la unidad, hasta el punto de
convertirnos en un solo Cuerpo, edificado sobre la comunión del amor.
Mientras
es en el Bautismo – agregó el Santo Padre – donde nos unimos realmente a
Cristo Cabeza y a los hermanos como miembros del mismo cuerpo. De ahí
que recordara que el Apóstol San Pablo descubre un reflejo de la
profundidad de este vínculo en el matrimonio cristiano, al que compara
con la unión de Cristo con su Iglesia.
Al saludar a los peregrinos
procedentes de España y de diversos países de América Latina, el Obispo
de Roma los invitó a invocar al Espíritu Santo para que su gracia y la
abundancia de sus dones nos ayuden a vivir de verdad como Cuerpo de
Cristo y como signo visible y hermoso de su amor.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
Texto completo de la catequesis del Santo Padre
La Iglesia cuerpo de Cristo
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Cuando
se quiere evidenciar cómo los elementos que componen una realidad están
estrechamente unidos los unos a los otros y forman juntos una sola
cosa, se usa a menudo la imagen del cuerpo. A partir de Apóstol Pablo,
esta expresión ha sido aplicada a la Iglesia y ha sido reconocida como
su característica distintiva más profunda y más bella. Entonces hoy
queremos preguntarnos: ¿en qué sentido la Iglesia forma un cuerpo? ¿Y
por qué es definida “cuerpo de Cristo”?
En el libro de Ezequiel
se describe una visión un poco particular, impresionante, pero capaz de
infundir confianza y esperanza en nuestros corazones. Dios muestra al
profeta una fila de huesos, separados uno del otro y resecos. Un
escenario desolador… Imagínense, todo un valle lleno de huesos. Dios le
pide entonces que invoque sobre ellos al Espíritu. En aquel momento, los
huesos se mueven, comienzan a acercarse y a unirse, sobre ellos crecen
primero los nervios y luego la carne y se forma así un cuerpo, completo y
lleno de vida (cfr. Ez 37, 1-14). ¡Ésta es la Iglesia! Les
encomiendo hoy, en casa, tomen la Biblia, en el capítulo 37 del profeta
Ezequiel, ¡no lo olviden! Y lean esto, ¡es bellísimo! ¡Ésta es la
Iglesia! Es una obra maestra, la obra maestra del Espíritu, el cual
infunde en cada uno la vida nueva del Resucitado y nos pone uno al lado
del otro, uno al servicio y en apoyo del otro, haciendo así de todos
nosotros un cuerpo solo, edificado en la comunión y en el amor.
Pero
la Iglesia no es solamente un cuerpo edificado en el Espíritu: ¡la
Iglesia es el cuerpo de Cristo! Un poco extraño…pero es así. No se trata
simplemente de un modo de decir: ¡lo somos verdaderamente! ¡Es el gran
don que recibimos el día de nuestro Bautismo! En el sacramento del
Bautismo, en efecto, Cristo nos hace suyos, recibiéndonos en el corazón
del misterio de la cruz, el misterio supremo de su amor por nosotros,
para hacernos luego resucitar con Él como nuevas creaturas. ¡Así nace la
Iglesia, y así la Iglesia se reconoce cuerpo de Cristo! El Bautismo
constituye un verdadero renacimiento, que nos regenera en Cristo, nos
hace parte de Él, y nos une íntimamente entre nosotros, como miembros
del mismo cuerpo, del cual Él es la cabeza (cfr. Rm 12,5; 1 Cor 12,12 – 13).
La
que surge, entonces, es una profunda comunión de amor. En este sentido,
es iluminante como Pablo, exhortando a los esposos a “amar a su mujer
como a su propio cuerpo”, afirma: “así hace Cristo por la iglesia, por
nosotros que somos los miembros de su cuerpo” (Ef 5,28-30). Qué
bueno si recordáramos más a menudo lo que somos, lo que ha hecho de
nosotros el Señor Jesús: somos su cuerpo, ese cuerpo que nada ni nadie
puede arrancar de Él y que Él recubre con toda su pasión y todo su amor,
así como un esposo con su esposa. Este pensamiento, sin embargo, debe
hacer surgir en nosotros el deseo de corresponder al Señor y de
compartir su amor entre nosotros, como miembros vivos de su mismo
cuerpo. En los tiempos de Pablo, la comunidad de Corinto encontraba
muchas dificultades en este sentido, viviendo, como con frecuencia
también nosotros, la experiencia de las divisiones, de las envidias, de
las incomprensiones y de la marginación. Todas estas cosas no van bien,
porque, en lugar de construir y hacer crecer la Iglesia como cuerpo de
Cristo, la fracturan en muchos pedazos, la desmiembran. Y esto también
sucede en nuestros días. Pensemos en las comunidades cristianas, en
algunas parroquias, pensemos en nuestros barrios, cuántas divisiones,
cuántas envidias, cómo se habla mal, cuánta incomprensión y marginación.
¿Y esto qué hace? Nos desmiembra entre nosotros. Es el inicio de la
guerra. La guerra no comienza en el campo de batalla: la guerra, las
guerras comienzan en el corazón, con estas incomprensiones, divisiones,
envidias, con esta lucha entre los demás. Y esta comunidad de Corinto
era así, pero eran campeones de esto, ¿eh? El Apóstol dio a los
Corintios algunos consejos concretos que valen también para nosotros: no
ser celosos, sino apreciar en nuestras comunidades los dones y las
cualidades de nuestros hermanos. Pero…los celos: “aquel compró un
coche”, y yo siento aquí celos; “éste ganó la lotería”, y celos; “y ése
hace bien esto”, otros celos. Y esto desmiembra, hace mal, ¡no se debe
hacer! Porque los celos crecen, crecen y llenan el corazón. Y un corazón
celoso, es un corazón ácido, un corazón que en vez de sangre parece que
tuviera vinagre. Y un corazón que nunca es feliz, es un corazón que
desmiembra a la comunidad. Pero, ¿qué tengo que hacer? Apreciar en
nuestra comunidad, los dones y las cualidades de los otros, de nuestros
hermanos. Cuando me pongo celoso - porque todos nos ponemos, ¿eh?
¡Todos, todos somos pecadores, eh! Cuando me pongo celoso decirle al
Señor: pero…gracias Señor porque has dado esto a aquella persona.
Apreciar las cualidades y contra las divisiones hacerse cercanos, y
participar en el sufrimiento de los últimos y de los más necesitados;
expresar la propia gratitud a todos. Decir gracias: el corazón que sabe
decir gracias, es un corazón bueno, es un corazón noble. Es un corazón
que está contento porque sabe decir gracias. Me pregunto, todos
nosotros, ¿sabemos decir gracias siempre? Y…no siempre, ¿eh? Porque la
envidia y los celos nos frenan un poco. Y por último, éste es el consejo
que el Apóstol Pablo da a los corintios y que también debemos darnos
nosotros, los unos a los otros: no considerar a nadie superior a los
demás. ¡Cuánta gente se siente superior a los demás! También nosotros
tantas veces decimos como aquel fariseo de la parábola: “te agradezco
Señor porque no soy como aquél, soy superior”. Pero esto es feo, ¡no
hacerlo nunca! Y cuando tienes este pensamiento, recuérdate de tus
pecados, de aquellos que nadie conoce, avergüénzate ante Dios y di: “tú
Señor, tú sabes quién es superior, yo cierro la boca”; ¡y esto hace
bien! Y siempre en la caridad considerarse miembros los unos de los
otros, que viven y se donan en beneficio de todos (cf. 1 Cor 12-14).
Queridos
hermanos y hermanas, como el profeta Ezequiel y como el Apóstol Pablo,
también nosotros invoquemos al Espíritu Santo, para que su gracia y la
abundancia de sus dones nos ayuden a vivir verdaderamente como cuerpo de
Cristo, unidos, como familia, pero una familia que es el cuerpo de
Cristo, y como signo visible y bello del amor de Cristo. Gracias.
Traducción del italiano: María Cecilia Mutual, Griselda Mutual - RV
Texto completo del resumen de la catequesis del Papa en nuestro idioma:
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy, nos preguntamos en qué sentido y por qué decimos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo.
No
se trata simplemente de un modo de hablar, sino de una expresión llena
de contenido. La Iglesia es una obra maestra del Espíritu Santo que,
infundiendo en cada uno de nosotros la vida nueva del Señor Resucitado,
nos congrega en la unidad, hasta el punto de convertirnos en un solo
Cuerpo, edificado sobre la comunión del amor. Es en el Bautismo donde
nos unimos realmente a Cristo Cabeza y a los hermanos como miembros del
mismo cuerpo.
El Apóstol San Pablo descubre un reflejo de la
profundidad de este vínculo en el matrimonio cristiano, al que compara
con la unión de Cristo con su Iglesia. El auténtico amor, que crea
comunión, no presume ni se engríe, no lleva cuentas del mal recibido y
goza haciendo el bien, no tiene envidia, sino que considera a los demás
mejor que a sí mismo, sufre con los últimos y necesitados, y valora y
reconoce a quienes hacen los servicios más humildes y escondidos.
Saludo a los peregrinos venidos de España, México, Panamá, Costa Rica, Argentina, Perú, Chile y otros países latinoamericanos.
Queridos
hermanos, invoquemos también nosotros al Espíritu Santo para que su
gracia y la abundancia de sus dones nos ayuden a vivir de verdad como
Cuerpo de Cristo y como signo visible y hermoso de su amor. Muchas
gracias.
“SÁBELO, TEN POR CIERTO, HIJO MÍO EL MÁS PEQUEÑO, QUE YO SOY LA PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, MADRE DEL VERDADERÍSIMO DIOS POR QUIEN SE VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DEL CIELO, EL DUEÑO DE LA TIERRA, MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME LEVANTEN MI CASITA SAGRADA, EN DONDE LO MOSTRARÉ, LO ENSALZARÉ AL PONERLO DE MANIFIESTO:
LO DARÉ A LAS GENTES EN TODO MI AMOR PERSONAL, EN MI MIRADA COMPASIVA, EN MI AUXILIO, EN MI SALVACIÓN:
PORQUE YO EN VERDAD SOY VUESTRA MADRE COMPASIVA,
TUYA Y DE TODOS LOS HOMBRES QUE EN ESTA TIERRA ESTÁIS EN UNO,
Y DE LAS DEMÁS VARIADAS ESTIRPES DE HOMBRES, MIS AMADORES, LOS QUE A MÍ CLAMEN, LOS QUE ME BUSQUEN, LOS QUE CONFÍEN EN MÍ, PORQUE ALLÍ LES ESCUCHARÉ SU LLANTO, SU TRISTEZA, PARA REMEDIAR PARA CURAR TODAS SUS DIFERENTES PENAS, SUS MISERIAS, SUS DOLORES…".
"ESCUCHA, PÓNLO EN TU CORAZÓN, HIJO MÍO EL MENOR, QUE NO ES NADA LO QUE TE ESPANTÓ, LO QUE TE AFLIGIÓ, QUE NO SE PERTURBE TU ROSTRO, TU CORAZÓN;
NO TEMAS ESTA ENFERMEDAD NI NINGUNA OTRA ENFERMEDAD, NI COSA PUNZANTE, AFLICTIVA.
¿NO ESTOY AQUÍ, YO, QUE SOY TU MADRE?
¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO?
¿NO SOY, YO LA FUENTE DE TU ALEGRÍA?
¿NO ESTÁS EN EL HUECO DE MI MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS? ¿TIENES NECESIDAD DE ALGUNA OTRA COSA?.
QUE NINGUNA OTRA COSA TE AFLIJA, TE PERTURBE; …”
Palabras de Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego, tomadas del Nican Mopohua.
miércoles, 22 de octubre de 2014
El auténtico amor sufre con los últimos y necesitados, y valora y reconoce a quienes hacen los servicios más humildes y escondidos, dijo el Papa en su catequesis con Texto completo
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