Cuando
los primeros cristianos llegaron al norte de Europa, descubrieron que sus
habitantes celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol la fertilidad,
adornando un árbol perenne, en la fecha próxima a la Navidad cristiana.
Cuenta la
historia germana, que el árbol sostenía al mundo y que en sus ramas estaban
sostenidas las estrellas, la luna y el sol. Era un símbolo de vida, porque a
pesar de los duros inviernos, éste no perdía su follaje y verdor.
Esta costumbre
cobra fuerza y se extiende como moda cuando la Reina Victoria de Inglaterra
para celebrar la Navidad, hace colocar un árbol en el palacio decorándolo con
velitas que hacen relucir una serie de bellos y finos adornos.
El árbol
de Navidad también representa ese árbol que nace y que con el tiempo madurará
en un gran árbol del cual saldrá la cruz que tal como nos recuerda la liturgia
del Viernes Santo: "Cruz amable y
redentora, árbol noble y espléndido, ningún árbol fue tan rico ni en frutos ni
en flor". Podemos decir que de alguna manera el árbol de Navidad nos
recuerda la redención.
Posteriormente con la evangelización de esos pueblos, los cristianos tomaron la idea del árbol, para celebrar el nacimiento de Cristo, pero cambiándole totalmente el significado.
Se dice que San Bonifacio (680-754), evangelizador
de Alemania, fue el primero en plantar un pino como símbolo del amor perenne de
Dios. Según cuenta la tradición, lo adornó con manzanas para simbolizar el
pecado original y las tentaciones y con velas para representar luz de
Jesucristo como Luz del mundo.
Conforme pasó el tiempo, las manzanas y las
luces, se transformaron en esferas y otros adornos.
El árbol
de Navidad recuerda al árbol del Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y Eva, y
de donde vino el pecado original; y por lo tanto recuerda que Jesucristo ha
venido a ser Mesías prometido para la reconciliación. Pero también representa
al árbol de la Vida o la vida eterna, por ser de tipo perenne.
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