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11/02/2015 10:16
(RV).- En su catequesis de la audiencia
general, celebrada el segundo miércoles de febrero en la Plaza de San
Pedro, el Papa Francisco continuó sus reflexiones sobre la
familia, refiriéndose en esta ocasión a los hijos comodon
de Dios para los padres y la sociedad.
Tras destacar que un hijo es amado por ser hijo y
no porque sea bello, sano, bueno o porque piense o encarne los deseos de sus
padres, el Obispo de Roma recordó que ser hijos nos permite
descubrir la dimensión gratuita del amor, de ser amados antes de
haber hecho nada para merecerlo, antes de saber hablar o pensar, e incluso
antes de venir al mundo, “lo que representa – dijo – una experiencia
fundamental para conocer el amor de Dios, fuente última de este auténtico
milagro”.
Aludiendo al cuarto mandamiento que
nos pide “honrar al padre y a la madre” el Papa Bergoglio afirmó
que una sociedad que descarta a sus mayores es
una sociedad sin dignidad, que pierde sus raíces y se marchita;
mientras una sociedad que no se rodea de hijos, que los considera un problema,
o un peso, no tiene futuro.
Además, teniendo en cuenta que la concepción de
los hijos debe ser responsable, el Santo Padre también dijo que el
simple hecho de tener muchos hijos no puede ser visto como una decisión
irresponsable, puesto quela vida rejuvenece y cobra nuevas fuerzas multiplicándose.
Y en el sucederse de las generaciones – concluyó –
se realiza el designio amoroso de Dios sobre la humanidad.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL SANTO PADRE:
LA FAMILIA: LOS HIJOS
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber reflexionado sobre las figuras de
la madre y del padre, en esta catequesis sobre la familia quisiera hablar del
hijo, o mejor dicho, de los hijos. Me
inspiro en una bella imagen de Isaías. El profeta escribe: «Mira a
tu alrededor y observa: todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos
llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás
radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón» (60,4-5a). Es una espléndida
imagen, una imagen de la felicidad que se realiza en el encuentro entre padres
e hijos, que caminan juntos hacia un futuro de libertad y paz, después de mucho
tiempo de privaciones y separaciones, como fue, en aquel tiempo, esa historia,
cuando estaban lejos de su patria.
De hecho, hay una estrecha relación entre la esperanza de un pueblo y la armonía
entre generaciones. Esto tenemos que pensarlo bien ¿eh? Hay un vínculo
estrecho entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre generaciones. La
alegría de los hijos hace palpitar el corazón de los padres y vuelve a abrir el
futuro. Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad. No son un problema
de biología reproductiva, ni uno de los muchos modos de realizarse. Y mucho
menos son una posesión de los padres... No, no. Los hijos son un don. Son un
regalo: ¿entendido? Los hijos son
un don. Cada uno es único e irrepetible; y al mismo tiempo, inconfundiblemente
ligado a sus raíces. Ser hijo e hija, de hecho, según el designio de Dios,
significa llevar en sí la memoria y la esperanza de un amor que se ha realizado
a sí mismo encendiendo la vida de otro ser humano, original y nuevo. Y para los
padres cada hijo es sí mismo, es diferente, diverso. Permítanme un recuerdo de
familia. Recuerdo que mi mamá decía sobre nosotros, éramos cinco: “Yo tengo
cinco hijos”, “¿cuál es tu preferido?”, le preguntábamos. Y ella: “Yo tengo
cinco hijos, como tengo cinco dedos. Si me golpean éste me hace mal; si me
golpean éste me hace mal. Me hacen mal los cinco, ¡todos son míos! Pero todos
diferentes como los dedos de una mano”. ¡Y así es la familia! La diferencia de
los hijos, pero todos hijos.
UN HIJO SE AMA PORQUE ES HIJO: no porque sea bello,
o porque sea así o asá, ¡no! ¡Porque es hijo! No porque piensa como yo, o
encarna mis deseos. Un hijo es un hijo: una vida generada por nosotros, pero
destinada a él, a su bien, para el bien de la familia, de la sociedad, de toda
la humanidad.
De ahí viene también la profundidad de la
experiencia humana del ser hijo e hija, que nos permite descubrir la dimensión
más gratuita del amor, que nunca deja de sorprendernos. Es la belleza de ser
amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen. Cuántas veces
encuentro a las mamás aquí que me hacen ver la panza y me piden la bendición…
porque son amados estos niños antes de venir al mundo. Y ésta es gratuidad, esto es amor; son amados
antes, como el amor de Dios, que nos ama siempre antes. Son amados antes de
haber hecho nada para merecerlo, antes de saber hablar o pensar, ¡incluso antes
de venir al mundo! Ser hijos es la condición fundamental para conocer el amor
de Dios, que es la fuente última de este auténtico milagro. En el alma de cada hijo, por más
vulnerable que sea,Dios pone el sello
de este amor, que está en la base de su dignidad personal, una dignidad
que nada ni nadie podrá destruir.
Hoy en día parece más difícil para los hijos
imaginar su futuro. Los padres - como mencioné en las catequesis anteriores -
quizás han dado un paso atrás y los hijos se han vuelto más inciertos en el dar
pasos hacia adelante. Podemos
aprender la buena relación entre generaciones de nuestro Padre Celestial,
que nos deja libres a cada uno de nosotros, pero nunca nos deja solos. Y si nos
equivocamos, Él continúa siguiéndonos con paciencia sin disminuir su amor por
nosotros. El Padre Celestial no da pasos hacia atrás en su amor por nosotros,
¡jamás! Va siempre hacia adelante y si no se puede ir adelante, nos espera,
pero nunca va hacia atrás; quiere que sus hijos sean valientes y den pasos
hacia adelante.
Los hijos, por su parte, no deben tener miedo del
compromiso de construir un mundo nuevo: ¡es justo desear que sea mejor del que
han recibido! Pero esto debe hacerse sin arrogancia, sin presunción. A los hijos hay que saber reconocerles
su valor, y a los padres siempre se los debe honrar.
EL CUARTO MANDAMIENTO PIDE A LOS HIJOS – ¡Y TODOS
LO SOMOS! – HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE (cf. Ex 20:12). Este mandamiento
viene inmediatamente después de los que tienen que ver con Dios mismo; después
de los tres mandamientos que tienen que ver con Dios mismo, viene el cuarto. De
hecho contiene algo de sagrado, algo de divino, algo que está en la raíz de
cualquier otro tipo de respeto entre los hombres. Y en la formulación bíblica
del cuarto mandamiento se añade: «Honra
a tu padre y a tu madre para que tengas una larga vida en la tierra que el
Señor, tu Dios, te da». El vínculo virtuoso entre generaciones es
una garantía de futuro, y es garantía de una historia verdaderamente humana.
Una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor;
¡cuando no se honran a los padres se pierde el propio honor! Es una sociedad
destinada a llenarse de jóvenes áridos y ávidos. Pero también una sociedad
avara de generaciones, que no ama rodearse de hijos, que los considera sobre
todo una preocupación, un peso, un riesgo, es una sociedad deprimida. Pensemos
en tantas sociedades que conocemos aquí en Europa: son sociedades deprimidas
porque no quieren hijos, no tienen hijos, el nivel de nacimientos no llega al
uno por ciento. ¿Por qué? Que cada uno piense y se responda. Si una familia
generosa de hijos se ve como si fuera un peso, ¡hay algo mal!
La concepción de los hijos debe ser responsable,
como enseña también la Encíclica Humanae Vitae del Beato Papa Pablo VI, pero el tener muchos hijos no puede
ser visto automáticamente como una elección irresponsable. Es más, no tener
hijos es una elección egoísta. La vida rejuvenece y cobra nuevas fuerzas
multiplicándose: ¡se enriquece, no se empobrece! Los hijos aprenden a hacerse
cargo de su familia, maduran compartiendo sus sacrificios, crecen en la
apreciación de sus dones. La experiencia alegre de la fraternidad anima el respeto
y cuidado de los padres, a quienes debemos nuestra gratitud. Muchos de ustedes
aquí presentes tienen hijos y todos somos hijos. Hagamos una cosa, un minutito,
no nos extenderemos mucho. Que cada uno de nosotros piense en su corazón en sus
hijos, si los tiene, piense en silencio. Y todos pensemos en nuestros padres y
agradezcamos a Dios por el don de la vida. En silencio, quienes tienen hijos
piensen en ellos, y todos pensemos en nuestros padres. Que el Señor bendiga a
nuestros padres y bendiga a sus hijos.
Que Jesús, el Hijo eterno, hecho hijo en el tiempo,
nos ayude a encontrar el camino de una nueva irradiación de esta experiencia
humana tan simple y tan grande que es ser hijos. En el multiplicarse de las generaciones hay un misterio de
enriquecimiento de la vida de todos, que proviene de Dios mismo.
Debemos redescubrirlo, desafiando los prejuicios; y vivirlo, en la fe, en la
perfecta alegría. Y les digo: ¡Qué hermoso es cuando paso entre ustedes y veo a
los papás y a las mamás que alzan a sus hijos para que sean bendecidos! Es un
gesto casi divino. ¡Gracias por hacerlo!
(Traducción del italiano: Griselda Mutual, RV)
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