El Papa Francisco durante la audiencia general del
18 de febrero en la Plaza de San Pedro - AP
18/02/2015 10:25
(RV).- En su catequesis de la audiencia
general, celebrada el miércoles de ceniza en la Plaza de San Pedro, el Papa
Francisco continuó sus reflexiones sobre la familia, refiriéndose en
esta ocasión a los hermanos.
FRATERNIDAD VALOR ESENCIAL
Tras recordar que la fraternidad era un valor
esencial en el pueblo de Israel, el Papa Bergoglio afirmó que su
ruptura, sin embargo, abre un abismo profundo en el hombre. De ahí que la
pregunta de Dios a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” – dijo – no
cesa de resonar a lo largo de la historia.
También destacó que en la familia aprendemos a abrirnos
a los demás, a crecer en libertad y en paz, siendo esa primera convivencia
fraterna la que se propone como un ideal para cualquier relación dentro de la
sociedad y entre los distintos pueblos.
Y añadió que con Jesús, este vínculo de
hermandad se dilata hasta superar cualquier diferencia de nación, lengua,
cultura o religión.
Por eso decir “es como un hermano para mí” – afirmó
el Santo Padre – es el mayor elogio que se puede hacer, puesto que sin
este valor, la libertad y la igualdad alcanzadas
por muchos pueblos se convierten en individualismo y
conformismo.
Además el Papa recordó que esta virtud brilla
cuando en la familia hay un hermano más débil del que cuidan los demás
miembros. Y pidió que también los cristianos veamos de este modo a los pobres y
a los pequeños, dejando que el hermano toque nuestro corazón,
tal como nos los enseñó el Señor.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
TEXTO COMPLETO DE
LA CATEQUESIS DEL PAPA
LA FAMILIA: LOS HERMANOS
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En nuestro camino de catequesis sobre la familia,
después de haber considerado el papel de la madre, del padre, de los hijos, hoy
es el turno de los hermanos. “Hermano”,
“hermana” son palabras que el
cristianismo ama mucho. Y gracias a la experiencia familiar, son palabras que
todas las culturas y todas las épocas comprenden.
El vínculo fraterno ocupa un lugar especial en la
historia del pueblo de Dios, que recibe su revelación en lo vivo de la
experiencia humana. El salmista canta la belleza del vínculo fraterno, y dice así: “¡Qué
bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos! (Sal 132,1). Y esto
es verdad, la hermandad es
bella. Jesucristo ha llevado a su plenitud también esta experiencia humana del
ser hermanos y hermanas, asumiéndola en el amor trinitario y potenciándola para
que vaya más allá de los vínculos de parentela y pueda superar todo muro de
ajenidad.
Sabemos que cuando la relación fraterna se arruina,
cuando se arruina esta relación entre hermanos, abre el camino a
experiencias dolorosas de conflicto, de traición, de odio. El relato bíblico de Caín y Abel constituye el ejemplo de
este resultado negativo. Después del asesinato de Abel, Dios pregunta a Caín:
“¿Dónde está tu hermano Abel?” (Gen 4,9 a). Es una pregunta que el Señor
continúa repitiendo a cada generación. Y lamentablemente, en cada generación,
no cesa de repetirse también la dramática respuesta de Caín: “No lo sé. ¿Acaso
soy yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9 b). Pero cuando se rompe la unión
entre los hermanos, se transforma en una cosa fea, también mala para la
humanidad. Y también en familia, ¡cuántos hermanos han peleado por pequeñas
cosas o por una herencia y luego no se hablan más, no se saludan más! Pero esto
es feo. La fraternidad es
algo grande. Pensar que
ambos, todos los hermanos han habitado en el vientre de la misma mamá durante
nueve meses, ¡vienen de la carne de la mamá! Y no se puede romper la
fraternidad. Pensemos un poco, todos conocemos familias que tienen hermanos
divididos, que han peleado, pensemos un poco y pidamos al Señor por estas
familias – quizás en nuestra familia hay algunos casos – para que el Señor nos
ayude a reunir a los hermanos, a reconstituir la familia. La hermandad no se
debe romper y cuando se rompe sucede lo que acaeció a Caín y Abel, cuando el
Señor pregunta a Caín a dónde estaba su hermano: “No lo sé, no me importa de mi
hermano”. ¡Esto es feo, es una cosa muy, muy dolorosa de escuchar! En nuestras
oraciones recemos siempre por los hermanos que se han dividido.
El vínculo de fraternidad que se forma en familia entre los hijos, si sucede en un clima apertura hacia los demás, es la gran escuela de libertad y depaz.
En familia, entre los hermanos se aprende la convivencia humana, cómo se debe convivir en sociedad. Quizás no
siempre somos conscientes, ¡pero es precisamente la familia que introduce la
fraternidad en el mundo! A partir de esta primera experiencia de fraternidad,
nutrida por los afectos y por la educación familiar, el estilo de la
fraternidad se irradia como una promesa sobre la sociedad entera y sobre las
relaciones entre los pueblos.
La bendición que Dios, en Jesucristo, derrama sobre
este vínculo de fraternidad, lo dilata en un modo inimaginable, haciéndolo
capaz de superar toda diferencia de nación, de lengua, de cultura e incluso de
religión.
Piensen en lo que se convierte el vínculo entre los hombres, aún muy diferentes entre sí, cuando
pueden decir de otro: “¡Él es como un hermano, ella es como una hermana para
mí!” Esto es bello, ¡es bello! La historia ha demostrado suficientemente,
además, que incluso la libertad y la igualdad, sin la fraternidad, pueden
llenarse de individualismo y de conformismo, también de interés.
La fraternidad en la familia brilla de modo
especial cuando vemos la atención,
la paciencia, el afecto del cual están rodeados el
hermanito o la hermanita más débil, enfermos o discapacitados.
Los hermanos y hermanas que hacen esto son muchísimos, en todo el mundo, y tal
vez no apreciamos lo suficiente su generosidad. Y cuando los hermanos son
muchos en familia – hoy saludé una familia, allí, que tiene nueve hijos: el
mayor, o la mayor, ayuda al papá, a la mamá, a cuidar a los más pequeños. Y
esto es bello, este trabajo de ayuda entre los hermanos.
Tener un hermano, una hermana que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible. Lo mismo sucede con la
fraternidad cristiana. Los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben
enternecernos: tienen “derecho” a tomarnos el alma y el corazón. Sí, ellos son
nuestros hermanos y como tales debemos amarlos y tratarlos. Cuando sucede esto,
cuando los pobres son como de casa, nuestra propia fraternidad cristiana vuelve
a tomar vida. Los cristianos, de hecho, van al encuentro de los pobres y de los débiles no para obedecer a un
programa ideológico, sino porque la palabra y el ejemplo del Señor nos dice
todos somos hermanos. Éste es el principio del amor de Dios y de toda justicia
entre los hombres. Les sugiero una cosa: antes de finalizar, me faltan pocas
líneas, en silencio cada uno de nosotros, pensemos en nuestros hermanos, en
nuestras hermanas, pensemos en silencio y en silencio desde el corazón recemos
por ellos. Un instante de silencio.
He aquí, con esta oración hemos traído a todos los
hermanos y hermanas, con el pensamiento, con el corazón, aquí a la plaza para
recibir la bendición. Gracias.
Hoy más que nunca es necesario volver a llevar la
fraternidad al centro de nuestra sociedad tecnocrática y burocrática: entonces la libertad y la
igualdad también tomarán su entonación justa. Por eso, no privemos con ligereza
a nuestras familias, por temor o por miedo, de la belleza de una amplia experiencia
fraterna de hijos e hijas. Y no perdamos nuestra confianza en la amplitud de
horizonte que la fe es capaz de sacar de esta experiencia, iluminada por la
bendición de Dios. Gracias.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual,
Griselda Mutual - RV)
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