Celebración del Domingo de Ramos en la Plaza de San
Pedro - REUTERS
29/03/2015 10:36
(RV).- En una soleada Plaza de San Pedro,
adornada para esta ocasión con numerosos olivos y flores, el Papa
Francisco presidió la Procesión y la bendición de las Palmas y celebró
la Santa Misa del Domingo de Ramos, en
coincidencia con la 30ª Jornada Mundial de la Juventud, que
este año se celebra a nivel diocesano.
Ante miles de fieles y peregrinos procedentes de
numerosos países, el Obispo de Roma afirmó en su homilía que en
el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la
palabra escuchada precedentemente en el himno de la Carta a los Filipenses, en
que leemos que Jesús “se humilló a sí mismo”.
TEXTO DE LA HOMILÍA DEL DOMINGO DE RAMOS DEL PAPA
FRANCISCO:
En el centro de esta celebración, que se presenta
tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los
Filipenses: “Se humilló a sí mismo”
(2, 8). La humillación de Jesús.
Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en
consecuencia, el que debe ser del
cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de sorprendernos y
ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde.
Humillarse es ante todo el estilo de Dios:
Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades.
Esto se aprecia bien leyendo la historia del Éxodo: ¡Qué humillación para el
Señor oír todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas
contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los
había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta
la tierra de la libertad.
En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo
así será “santa” también para nosotros.
Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus
engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los
Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado
como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín,
condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de
los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada
por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen.
Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura
y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de
la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su
condición de Rey e Hijo de Dios.
Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad.
Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.
Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de
Dios tomó la “condición de siervo” (Flp 2,
7). En efecto, “humildad quiere decir también servicio, significa dejar espacio
a Dios negándose a uno mismo, “despojándose”, como dice la Escritura (v. 7).
Esta – este vaciarse – es la humillación más grande.
Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece
el camino de la vanidad, del
orgullo, del éxito... Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días
en eldesierto. Pero Jesús la
rechazó sin dudarlo. Y, con él, sólo con su gracia, con su ayuda, también
nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo
en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la
vida.
En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de
muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día
a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, un sin techo...
Pensemos también en la humillación de los que, por
mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en
su propia carne. Ypensemos en nuestros
hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy –
hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes.
Lo siguen por su camino. Podemos hablar en verdad de “una nube de testigos”:
los mártires de hoy (cf. Hb 12,
1).
Durante
esta Semana Santa,
pongámonos también nosotros en este camino de la humildad, con tanto amor a Él,
a nuestro Señor y Salvador.
El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también
nosotros (cf. Jn 12,
26).
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