El Papa Francisco durante la audiencia general del
11 de marzo en la Plaza de San Pedro - ANSA
11/03/2015 10:13
LOS JÓVENES ENCUENTRAN EN LOS ABUELOS UN APOYO
FIRME EN SU FE Y SENTIDO PARA SU VIDA
(RV).- En su catequesis de la audiencia
general, celebrada el segundo miércoles de marzo en la Plaza de San Pedro,
el Papa Francisco continuó sus reflexiones sobre la familia,
refiriéndose en esta ocasión, a la importancia que tienen los abuelos en
la familia y en la sociedad.
El Obispo de Roma se refirió a esta etapa especial
de la vida que, en cierto sentido, dijo, es novedosa también para la espiritualidad
cristiana, destacando que las personas mayores también
tienen una misión que cumplir y una gracia especial que llevar
a cabo siguiendo al Señor en cada circunstancia.
El Papa Bergoglio destacó que el Evangelio
de Lucas nos habla de los ancianos Simeón y Ana, siempre
atentos en espera de la venida del Mesías, que cuando lo
reconocieron recibieron nuevas fuerzas para bendecir a Dioscon
un hermoso cántico de alabanza.
Y dijo que también los abuelos del tiempo actual
están llamados a formar un coro permanente en el gran santuario espiritual de
nuestro mundo, acompañando con su oración y testimonio a quienes luchan en la
vida.
Tras destacar que la oración de los mayores
representa un gran don para laIglesia, con la sabiduría de sus palabras, Francisco afirmó
que el corazón de los abuelos, libre de resentimientos pasados y de egoísmos
presentes, tiene un atractivo especial para los jóvenes, que esperan encontrar
en ellos un apoyo firme en su fe y sentido para su vida.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
TEXTO COMPLETO DE
LA CATEQUESIS DEL PAPA
LA
FAMILIA: LOS ABUELOS
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy proseguimos la reflexión
sobre los abuelos, considerando el valor y la importancia de su rol en la
familia. Lo hago identificándome en estas personas, porque yo también
pertenezco a este grupo de edad.
Cuando estuve en Filipinas, los filipinos, los
habitantes de las Filipinas, el pueblo filipino me saludaba diciendo: “Lolo
Kiko”, es decir, “abuelo Francisco”, “Lolo Kiko” decían. Es importante
subrayar una primera cosa: es verdad que la sociedad tiende a descartarnos,
pero ciertamente el Señor no, ¿eh? El Señor no nos descarta jamás. Él nos llama
a seguirlo en cada edad de la vida y también la ancianidad contiene una gracia
y una misión, una verdadera vocación del Señor. La ancianidad es una vocación.
No es el momento todavía de “tirar los remos en la barca”. Este periodo de la
vida es diverso de los precedentes, no hay dudas: debemos también
“inventárnoslo” un poco, porque nuestras sociedades no están listas,
espiritualmente y moralmente, para darle a éste, en este momento, su pleno valor.
Una vez, en efecto, no era tan normal tener tiempo a disposición, hoy lo es
mucho más. Y también la espiritualidad cristiana ha sido tomada un poco de
sorpresa, y se trata de delinear una espiritualidad de las personas ancianas.
¡Pero gracias a Dios, no faltan los testimonios de santos y santas!
Me ha impresionado mucho la “Jornada de los
ancianos” que hicimos aquí en la plaza de San Pedro el año pasado, la plaza
estaba llena: escuché historias de ancianos que se entregan por los otros. Y
también historias de parejas, de matrimonios, que vienen y dicen: “pero hoy
cumplimos 50 años de matrimonio”, “hoy cumplimos 60 años de matrimonio”…yo
digo, pero: ¡háganlo ver a los jóvenes que se cansan rápido! El testimonio de
los ancianos en la fidelidad. Y en esta plaza había tantos ese día. Es una
reflexión para continuar, en ámbito ya sea eclesial que civil. Es la imagen de
Simeón y Ana, de los cuales nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús,
compuesto por San Lucas. Eran ciertamente ancianos, el “viejo” y la “profetisa”
Ana, que tenía 84 años. No escondía la edad esta mujer. El Evangelio dice que
esperaban la venida de Dios, cada día, con gran fidelidad, desde hacía muchos
años. Querían precisamente verlo aquel día, captar los signos, intuir el
comienzo. Quizás estaban también ya un poco resignados a morir antes: pero
aquella larga espera continuaba a ocupar toda su vida, no tenían compromisos
más importantes que éste: esperar al Señor y rezar. Y bien, cuando María y José
llegaron al templo para cumplir las prescripciones de la Ley, Simeón y Ana
dieron un salto, animados por el Espíritu Santo (cfr. Lc 2, 27). El peso de la
edad y de la espera desapareció en un momento. Ellos reconocieron al Niño y
descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea: dar gracias y dar
testimonio por este Signo de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno de
júbilo (cfr. Lc, 2, 29-32) – fue un poeta en aquel momento - y Ana se
transformó en la primera predicadora de Jesús: “hablaba del Niño a cuantos
esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2,38).
Queridos abuelos, queridos ancianos, ¡pongámonos en
la estela de estos viejos extraordinarios! Volvámonos también nosotros un poco
‘poetas de la oración’: tomémosle el gusto a buscar palabras nuestras,
recobremos aquellas que nos enseña la Palabra de Dios. ¡Es un gran don para la
Iglesia, la oración de los abuelos y de los ancianos! La oración de los
ancianos y abuelos es un don para la Iglesia, ¡es una riqueza! Una gran
inyección de sabiduría también para la entera sociedad humana: sobre todo para
aquella que está demasiado ocupada, demasiado absorbida, demasiado distraída.
Alguien tiene que cantar, también para ellos; cantar los signos de Dios,
proclamar los signos de Dios, ¡rezar por ellos! Miremos a Benedicto XVI, quien
ha elegido pasar en la oración y en la escucha de Dios la última parte de su
vida. ¡Esto es bello! Un gran creyente del siglo pasado, de tradición ortodoxa,
Olivier Clément, decía: “Una civilización en la que ya no se ora es una
civilización en la que la vejez carece de sentido. Y esto es aterrador, tenemos
necesidad de ancianos que oren porque la vejez se nos da para esto”. Tenemos
necesidad de ancianos que recen porque la vejez se nos da precisamente para
esto. Es una bella cosa la oración de los ancianos.
Nosotros podemos agradecer al Señor por los
beneficios recibidos, y llenar el vacío de ingratitud que lo rodea. Podemos
interceder por las expectativas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la
memoria y los sacrificios de aquellas pasadas. Nosotros podemos recordar a los
jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es árida. Podemos decirles a los
jóvenes temerosos que la angustia del futuro se puede vencer. Podemos enseñar a
los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos, que hay más alegría en dar que
en recibir. Los abuelos y abuelas forman el “coro” permanente de un gran
santuario espiritual, donde la oración de súplica y el cántico de alabanza
sostienen la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida.
La oración, finalmente, purifica incesantemente el
corazón. La alabanza y la súplica a Dios previenen el endurecimiento del
corazón en el resentimiento y el egoísmo. ¡Qué feo es el cinismo de un anciano
que ha perdido el sentido de su testimonio, desprecia a los jóvenes y no
comunica una sabiduría de vida!
¡En cambio qué bello es el aliento que el anciano
logra transmitir al joven en busca del sentido de la fe y de la vida! Es
verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las
palabras de los abuelos tienen algo de especial para los jóvenes. Y ellos lo
saben. Las palabras que mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación
sacerdotal, las llevo todavía conmigo, siempre en el breviario, y las leo a
menudo, y me hacen bien.
¡Cuánto quisiera una Iglesia que desafía la cultura
del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y
los ancianos! Y esto es lo que hoy le pido al Señor: ¡este abrazo!
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual,
Griselda Mutual - RV)
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