El Papa Francisco celebra la Misa matutina en la
Capilla de la Casa de Santa Marta - OSS_ROM
05/03/2015 12:46
(RV).- Al comentar la parábola del rico
epulón, un hombre vestido “de púrpura y lino finísimo” que “cada día se
concedía banquetes opulentos”, elPapa Francisco observó que no se
dice de él que era una persona mala; es más, “quizás era un hombre religioso, a
modo suyo. Tal vez rezaba alguna oración y dos o tres veces al año iba al
Templo para cumplir los sacrificios y daba grandes ofertas a los sacerdotes, y
ellos, con esa pusilanimidad clerical, se lo agradecían y le daban
un puesto de honor para sentarse”. Pero no se daba cuenta de que en su puerta
había un pobre mendicante, Lázaro, hambriento, todo
llagado, “símbolo de la extrema necesidad que tenía”.
El Santo Padre explicó la
situación del hombre rico con estas palabras:
“Cuando salía de su casa, y no… tal vez el
auto con el que salía tenía los vidrios oscurecidos para no ver afuera… tal
vez, no lo sé. Pero seguramente sí, su alma, los ojos de su alma, estaban
oscurecidos para no ver. Sólo veía su vida, y no se daba cuenta de lo que le
había sucedido a este hombre, que no era malo: estaba enfermo. Enfermo
de mundanidad. Y la mundanidad trasforma las almas, hace perder la
conciencia de la realidad: viven en un mundo artificial, hecho por ellos… La
mundanidad anestesia el alma. Y por esta razón, este hombre
mundano, no era capaz de ver la realidad”.
Y la realidad – dijo el Papa – es la de tantos
pobres que viven junto a nosotros:
“Tantas personas que viven su vida de manera
difícil, de modo difícil; pero si yo tengo un corazón mundano, jamás
comprenderé esto. Con el corazón mundano no se puede entender la necesidad y la
necesidad de los demás. Con el corazón mundano se puede ir a la iglesia, se
puede rezar, se pueden hacer tantas cosas. Pero Jesús, en la Última Cena, en la
oración al Padre, ¿qué ha rezado? ‘Pero, por favor, Padre, custodia a estos
discípulos, para que no caigan en el mundo, para que no caigan en la
mundanidad’. Es un pecado sutil, es más que un pecado: es un estado pecador del
alma”.
En estas dos historias – afirmó el Papa – hay
dos juicios: una maldición para el hombre que confía en el mundo y una
bendición para quien confía en el Señor. El hombre rico aleja su corazón de
Dios: “Su alma está desierta”, una “tierra de salobridad donde nadie puede
vivir”, “porque los mundanos, a decir verdad, están solos con su egoísmo”.
Tenía “el corazón enfermo, tan apegado a este modo de vivir mundano que
difícilmente se podía curar”. Además – añadió el Pontífice –
mientras el pobre tenía un nombre, Lázaro, el rico no lo tiene: “No tenía
nombre, porque los mundanos pierden el nombre. Son sólo uno de la multitud
pudiente, que no necesita nada. Los mundanos pierden el nombre”.
Refiriéndose a la petición del hombre rico – que ya
en medio de los tormentos del infierno, pide que se envíe a alguien de entre
los muertos a exhortar a los familiares que aún viven, y Abraham responde que
si no escucharon a Moisés y a los Profetas ni siquiera serán persuadidos si uno
resurge de los muertos – el Papa afirmó que los mundanos quieren
manifestaciones extraordinarias, y sin embargo, “en la Iglesia todo es claro. Jesús ha
hablado claramente: ese es el camino. Pero al final, hay una palabra de
consuelo”:
“Cuando aquel pobre hombre mundano, en los
tormentos, pide que se envíe a Lázaro con poco de agua para ayudarlo, ¿cómo
responde Abraham? Abraham es la figura de Dios, del Padre.
¿Cómo responde?: ‘Hijo, acuérdate…’. Los mundanos han perdido el nombre;
también nosotros, si tenemos el corazón mundano, hemos perdido el
nombre. Pero no somos huérfanos. Hasta el final, hasta el último
momento existe la seguridad de que tenemos un Padre que nos espera. Encomendémonos
a Él. ‘Hijo’. Nos dice ‘hijo’, en medio de aquella mundanidad: ‘Hijo’. No somos
huérfanos”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
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