La SEMANA
SANTA comienza con el DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN SEÑOR, que une el triunfo
de Cristo (aclamado como Mesías por los habitantes de Jerusalén y hoy en el
rito de la procesión de las palmas por los católicos) y el anuncio de la
pasión, con la proclamación de la narración litúrgica en la Misa.
La
liturgia del DOMINGO DE RAMOS es una de las más intensas de la SEMANA SANTA y
del año litúrgico que junto con las del JUEVES SANTO, VIERNES SANTO Y DOMINGO
DE RESURRECCIÓN forman las celebraciones centrales del año. El DOMINGO DE RAMOS
es un día alegre y triste a la vez. La liturgia del DOMINGO DE RAMOS comienza
con la bendición de las palmas y ramas de olivo.
¿QUÉ SIGNIFICADO TIENEN LAS
PALMAS BENDITAS
DEL DOMINGO DE RAMOS?
Las
palmas benditas recuerdan las palmas y ramos de olivo que los habitantes de
Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús, cuando lo aclamaban como Rey y
como el venido en nombre del Señor.
Las
palmas benditas no son cosa mágica. Las palmas benditas que recogemos cada
Domingo de Ramos en las Iglesias Católicas significan que con ellas proclamamos
a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo proclamemos como
Rey de nuestro corazón.
Es sabido
que en Roma la palma fue símbolo de la victoria. En el cristianismo adoptó la
forma de palma del martirio. En Israel las palmas están presentes en las
grandes celebraciones (aparecen por primera vez en el libro de los Macabeos).
Los ramos
no son algo así como un talismán o un simple objeto bendito, sino el signo de
la participación gozosa en el rito procesional, expresión de la fe de la
Iglesia en Cristo, Mesías y Señor, que va hacia la muerte para la salvación de
todos los hombres. Por eso, este domingo tiene un doble carácter, de gloria y
de sufrimiento, que es lo propio del Misterio Pascual.
San Lucas
no habla de olivos ni palmas, sino de gente que iba alfombrando el camino con
sus vestidos, como se recibe a un Rey, gente que gritaba: “Bendito el que viene como Rey en
nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto”.
Palabras
con una extraña evocación de las mismas que anunciaron el nacimiento del Señor
en Belén a los más humildes. Jerusalén, desde el siglo IV, en el esplendor de
su vida litúrgica celebraba este momento con una procesión multitudinaria. Y la
cosa gustó tanto a los peregrinos que occidente dejó plasmada en esta procesión
de ramos una de las más bellas celebraciones de la Semana Santa.
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