El Papa
Francisco celebra la primera audiencia general del Año Santo de la Misericordia
en la Plaza de San Pedro - REUTERS
09/12/2015 10:37
TEXTO
COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO:
Queridos hermanos y hermanas, buenos
días.
Ayer he abierto aquí, en la Basílica de
San Pedro, la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia, después de haberla
abierta ya en la Catedral de Bangui en República Centroafricana. Hoy quisiera
reflexionar junto a ustedes sobre el significado de este Año Santo,
respondiendo a la pregunta: ¿Por qué un Jubileo de la Misericordia? ¿Qué
significa esto?
La Iglesia necesita de este momento
extraordinario. No digo: es bueno para la Iglesia este tiempo extraordinario,
no, no. Digo la Iglesia: necesita de este momento extraordinario. En nuestra
época de profundos cambios, la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución
peculiar, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de
Dios. Y el Jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, porque
contemplando la Divina Misericordia, que supera cada límite humano y
resplandece sobre la obscuridad del pecado, podamos transformarnos en testigos
más convencidos y eficaces.
Dirigir la mirada a Dios, Padre
misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa poner
la atención sobre el contenido esencial del Evangelio: Jesús la
Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del
Amor trinitario de Dios. Celebrar un Jubileo de la Misericordia equivale a
poner de nuevo al centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades lo
específico de la fe cristiana, es decir, Jesucristo, Dios misericordioso.
Un Año Santo, por lo tanto, para vivir
la misericordia. Si, queridos hermanos y hermanas, este Año Santo nos es
ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de
Dios, su presencia al lado de nosotros y su cercanía, sobre todo en los
momentos de mayor necesidad.
Este Jubileo, en resumen, es un momento
privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “aquello que a
Dios le gusta más”. Y, ¿qué cosa es lo que “a Dios le gusta más”? Perdonar a
sus hijos, tener misericordia de ellos, de modo que también ellos puedan a su
vez perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia
de Dios en el mundo.
Esto es aquello que a Dios le gusta más. San
Ambrosio en un libro de teología que había escrito sobre Adán toma la historia
de la creación del mundo y dice que Dios, cada día después de haber creado la
luna, el sol o los animales, el libro, la Biblia dice “y Dios dijo que esto era
bueno” pero cuando ha creado al hombre y a la mujer la Biblia dice “Dios
dijo que esto era muy bueno” y San Ambrosio se pregunta por qué dice “muy
bueno” por qué -dice- está tan contento Dios después de la creación del hombre
y de la mujer, porque finalmente tenía a alguno para perdonar. Es bello
eh. La alegría de Dios es perdonar, el ser de Dios es misericordia, por
esto este año debemos abrir el corazón, para que este amor, esta alegría de
Dios nos llene, nos llene a todos nosotros de esta misericordia.
El Jubileo será un “tiempo favorable”
para la Iglesia si aprendemos a elegir “aquello que a Dios le gusta más”, sin
ceder a la tentación de pensar que haya algo más importante o prioritario. Nada
es más importante que elegir “aquello que a Dios le gusta más”, ¡su
misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus caricias!
También la necesaria obra de renovación
de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe
conducirnos a hacer la experiencia viva y vivificante de la misericordia de
Dios que, sola, puede garantizar a la Iglesia de ser aquella ciudad puesta
sobre un monte que no puede permanecer escondida (cfr Mt 5,14). Solamente resplandece
una Iglesia misericordiosa. Si debiéramos, aún solo por un momento, olvidar que
la misericordia es “aquello que a Dios le gusta más”, cada esfuerzo nuestro
sería en vano, porque nos convertiríamos en esclavos de nuestras instituciones
y de nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser, pero siempre
seríamos esclavos.
«Sentir fuerte en nosotros la alegría
de haber sido reencontrados por Jesús, que como Buen Pastor ha venido a buscarnos
porque estábamos perdidos» (Homilía en
las Primeras vísperas del domingo de la Divina Misericordia, 11
abril 2015): este es el objetivo que la Iglesia se pone en este Año Santo. Así
reforzaremos en nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir
realmente a la edificación de un mundo más humano. Especialmente en estos
nuestros tiempos, en que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida
humana, el reclamo a la misericordia se hace más urgente, y esto en cada lugar:
en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia.
Cierto, alguno podría objetar: “Pero,
Padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar
la misericordia de Dios, pero ¡hay muchas necesidades urgentes!”.
Es verdad, hay mucho por hacer, y yo en
primer lugar no me canso de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta que,
a la raíz del olvido de la misericordia, está siempre el amor proprio. En el
mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de
placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas, mientras que en la
vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y de mundanidad.
Todas estas cosas son contrarias a la misericordia. Los lemas del amor propio,
que hacen extranjera la misericordia en el mundo, son totalmente tantos y
numerosos que frecuentemente no estamos ni siquiera en grado de reconocerlos
como límites y como pecado. He aquí por qué es necesario reconocer el ser
pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina.
“Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia” y
esta es una oración bellísima, es fácil eh, es una oración fácil para decirla
todos los días, todos los días: “Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una
pecadora, ven con tu misericordia”.
Queridos hermanos y hermanas, deseo que
en este Año Santo, cada uno de nosotros tenga experiencia de la misericordia de
Dios, para ser testigos de “aquello que a Dios le gusta más”. ¿Es de ingenuos
creer que esto pueda cambiar el mundo? Si, humanamente hablando es de locos,
pero «porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y
la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1,25). Gracias.
(Traducción por Mercedes De La Torre –
Radio Vaticano).
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