“La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la
grandeza del amor Dios”, dijo el Papa en su homilía de la Misa celebrada antes
de abrir la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro -
ANSA
08/12/2015 09:50
ANTEPONER LA MISERICORDIA AL JUICIO
(RV).- “La fiesta de la INMACULADA
CONCEPCIÓN expresa la grandeza del amor Dios”. Lo afirmó el Papa
Francisco durante su homilía de la Solemne Santa Misa que presidió a
las 9.30 en una Plaza de San Pedro, bañada por una tenue lluvia y ante notables
medidas de seguridad, que sin embargo, no impidieron que los fieles y
peregrinos de numerosos países asistieran, con entusiasmo y agradecimiento,
para rezar junto al Obispo de Roma antes de la solemne Apertura
de la Puerta Santa.
TEXTO DE LA HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO:
Dentro de poco tendré la alegría de abrir la Puerta
Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente
simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en
primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en
estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven
muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería:
«Alégrate, llena de gracia» (Lc 1,
28).
La Virgen María es llamada en primer lugar a
regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha
envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel
entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la
capacidad de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de
fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia
puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande
que puede cambiar la historia de la humanidad.
La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la
grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en
María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando
viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El
inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el
proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia
cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal. Siempre existe la
tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra
vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que
insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.
Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se
puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se comprende
bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más
desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del
amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios
que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen
Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su
cumplimiento.
Este Año Extraordinario es también un don de
gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la
misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de
cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale a nuestro encuentro! Será un
año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace a
Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados
por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia (cf.
san Agustín, De praedestinatione
sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la
misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz
de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir
partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de
miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la
alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.
Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del
mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace
cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no
puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta
el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer
lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre
la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder
del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante
muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el
camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada
hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; donde hay
una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del
Evangelio y llevar la Misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero,
por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma
fuerza y el mismo entusiasmo.
El jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a
no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como
recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta
Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.
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