Al llegar
Juan Diego al palacio del Obispo salieron a su encuentro el mayordomo y otros
criados del prelado. Les rogó que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno de
ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea
porque ya le conocían, que solo los molestaba, porque les era inoportuno;
además ya les habían informado sus compañeros que le perdieron de vista, cuando
habían ido en su seguimiento.
Largo
rato estuvo esperando Juan Diego.
Como
vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada,
decidieron llamarlo por si acaso; además, al parecer traía algo que portaba en
su regazo, por lo que se acercaron a él, para ver lo que traía y satisfacerse.
Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía, y que por eso le
habían de molestar, empujar y aporrear, descubrió un poco que eran flores; y al
ver que todas eran diferentes, y que no era entonces el tiempo en que se daban,
se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, y tan
abiertas, tan fragantes y tan preciosas.
Quisieron
coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se
atrevieron a tomarlas; porque cuando iban a cogerlas ya no se veían verdaderas
flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.
Fueron
luego a decirle al señor Obispo lo que habían visto y que pretendía verle el
indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que por eso
aguardaba, queriendo verle.
Cayó, al
oírlo, el señor Obispo en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se
certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito.
En
seguida mandó que entrara a verle. Luego que entró, se humilló delante de él,
así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado,
y también su mensaje. (Juan Diego) le dijo:
"Señor, hice lo que me ordenaste, que
fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María preciosa Madre de
Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo
donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi
palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad.
Condescendió
a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que
se cumpla su voluntad.
Hoy muy
temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me
creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió; me
despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la viera, a que fuese a
cortar varias flores.
Después
que fui a cortarlas las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó
en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo
sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores,
porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por
eso dudé. Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo vi que estaba en el
paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla,
brillantes de rocío, que luego fui a cortar.
Ella me
dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la
señal que me pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad
de mi palabra y de mi mensaje. Hélas aquí: recíbelas."
Desenvolvió
luego su manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron
por el suelo todas las diferentes flores, se dibujó en ella de repente la
preciosa imagen de la siempre Virgen
Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su
templo del Tepeyacac, que se nombra
Guadalupe. Luego que la vio el señor Obispo, él y todos los que allí
estaban, se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron a verla, se
entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y el
pensamiento.
El señor Obispo con lágrimas de tristeza oró y le
pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie desató
del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció
la Señora del Cielo. Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más
permaneció Juan Diego en la casa del Obispo, que aún le detuvo. Al día
siguiente le dijo: "Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le
erijan su templo." Inmediatamente se invitó a todos para hacerlo.
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