«Madre de los hombres y de los pueblos, Tú
conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, Tú sientes maternalmente todas
las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que sacuden al
mundo, acoge nuestro grito dirigido en el Espíritu Santo directamente a tu
Corazón y abraza con el amor de la Madre y de la Esclava del Señor a los que
más esperan este abrazo, y, al mismo tiempo, a aquellos cuya entrega Tú esperas
de modo especial. Toma bajo tu protección materna a toda la familia
humana a la que, con todo afecto a ti, Madre, confiamos. Que se
acerque para todos el tiempo de la paz y de la libertad, el tiempo de la
verdad, de la justicia y de la esperanza».
«Y por eso, oh Madre de los hombres y de los
pueblos, Tú que conoces todos sus sufrimientos y esperanzas, tú que sientes
maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las
tinieblas que invaden el mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, movidos
por el Espíritu Santo, elevamos directamente a tu corazón: abraza con amor de
Madre y de Sierva del Señor a este mundo humano nuestro, que te confiamos y
consagramos, llenos de inquietud por la suerte terrena y eterna de los hombres
y de los pueblos.
De modo especial confiamos y consagramos a
aquellos hombres y aquellas naciones, que tienen necesidad particular de esta
entrega y de esta consagración.
¡“Nos acogemos a tu protección, Santa Madre
de Dios”! ¡No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades!».
«He aquí que, encontrándonos hoy ante ti,
Madre de Cristo, ante tu Corazón Inmaculado, deseamos, junto con toda la
Iglesia, unirnos a la consagración que, por amor nuestro, tu Hijo hizo de sí
mismo al Padre cuando dijo: “Yo por ellos me santifico, para que ellos sean
santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Queremos unirnos a nuestro Redentor en
esta consagración por el mundo y por los hombres, la cual, en su Corazón divino
tiene el poder de conseguir el perdón y de procurar la reparación.
El poder
de esta consagración dura por siempre, abarca a todos los hombres, pueblos y
naciones, y supera todo el mal que el espíritu de las tinieblas es capaz de
sembrar en el corazón del hombre y en su historia; y que, de hecho, ha sembrado
en nuestro ¡Oh, cuán profundamente sentimos la necesidad de consagración para
la humanidad y para el mundo: para nuestro mundo contemporáneo, en unión con
Cristo mismo! En efecto, la obra redentora de Cristo debe ser participada por
el mundo a través de la Iglesia.
Madre de
la Iglesia: ilumina al Pueblo de Dios en los caminos de la fe, de la esperanza
y de la caridad. Ilumina especialmente a los pueblos de los que tú esperas
nuestra consagración y nuestro ofrecimiento. Ayúdanos a vivir en la
verdad de la consagración de Cristo por toda la familia humana del mundo
actual.
Al
encomendarte, oh Madre, el mundo, todos los hombres y pueblos, te confiamos
también la misma consagración del mundo, poniéndola en tu corazón maternal.
¡Corazón
Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga
en los corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos inconmensurables
pesa ya sobre la vida presente y da la impresión de cerrar el camino hacia el
futuro.
¡Del
hambre y de la guerra, líbranos!
¡De la
guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo tipo de guerra,
líbranos!
¡De los
pecados contra la vida del hombre desde su primer instante, líbranos!
¡Del odio
y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios, líbranos!
¡De toda
clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional, líbranos!
¡De la
facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!
¡De la
tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de Dios,
líbranos!
¡Del
extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!
¡De los
pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!,
Acoge, oh
Madre de Cristo, este grito lleno de sufrimiento de todos los hombres. Lleno
del sufrimiento de sociedades enteras. Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo
a vencer todo pecado, el pecado del hombre y el «pecado del mundo», el pecado
en todas sus manifestaciones.
Aparezca,
una vez más, en la historia del mundo el infinito poder salvador de la
Redención: poder del Amor misericordioso. Que éste detenga el mal. Que transforme
las conciencias. Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos la luz de la
Esperanza».
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