(RV).- El cardenal Angelo Scola leyó la homilía que Papa Francisco había preparado para la misa del Sagrado Corazón en el Hospital Gemelli de Roma, a la que no pudo asistir por una imprevista indisposición.
Texto completo:
«El Señor se enamoró de ustedes y los eligió» (Dt 7,7).
Dios se ha unido a nosotros, nos ha elegido, y esta unión es para siempre, no tanto porque nosotros somos fieles, sino porque el Señor es fiel y soporta nuestras infidelidades, nuestra lentitud, nuestras caídas.
Dios no tiene miedo de ligarse a nosotros. Esto puede parecernos extraño: a veces llamamos a Dios “el Absoluto”, que significa literalmente “libre, independiente, ilimitado”; pero en realidad, nuestro Padre es ‘absoluto’ siempre y sólo en el amor: por amor estrecha alianzas con Abraham, Isaac, Jacob, y así sucesivamente. Ama los vínculos, crea vínculos; vínculos que liberan, no fuerzan.
Con el salmo hemos repetido, «el amor del Señor permanece para siempre» (cf. Sal 103). En cambio de nosotros, hombres y mujeres, otro salmo afirma: «ha desaparecido la lealtad entre los hombres» (cf. Sal 12,2). Hoy, en particular, la lealtad es un valor en crisis porque somos inducidos a buscar siempre el cambio, una supuesta novedad, negociando las raíces de nuestra existencia, de nuestra fe. Sin fidelidad a sus raíces, sin embargo, una sociedad no avanza: puede hacer grandes progresos técnicos, pero no un progreso integral de todo el hombre y de todos los hombres.
El amor fiel de Dios por su pueblo se ha manifestado y realizado plenamente en Jesucristo, el cual, para honrar la unión entre Dios y su pueblo, se convirtió en nuestro esclavo, se despojó de su gloria y asumió la forma de siervo. En su amor no se dio por vencido de frente a nuestra ingratitud ni siquiera ante el rechazo. Nos lo recuerda San Pablo: «Si somos infieles, él - Jesús – permanece fiel, porque no puede renegar de sí mismo» (2 Tim. 2,13). Jesús permanece fiel, no traiciona jamás: incluso cuando nos equivocamos, Él nos espera siempre para perdonarnos: es el rostro misericordioso del Padre.
Este amor, esta fidelidad del Señor manifiesta la humildad de su corazón: Jesús no ha venido a conquistar a los hombres como los reyes y los poderosos de este mundo, sino ha venido a ofrecer amor con mansedumbre y humildad. Así se definió a Sí mismo: “aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Y el sentido de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que celebramos hoy, es aquel de descubrir siempre más y de dejarnos envolver por la fidelidad humilde y la mansedumbre del amor de Cristo, revelación de la misericordia del Padre. Podemos experimentar y saborear la ternura de este amor en cada etapa de la vida: en el tiempo de la alegría y en aquel de la tristeza, en el tiempo de la salud y en aquel de la debilidad y enfermedad.
La fidelidad de Dios nos enseña a acoger la vida como un acontecimiento de su amor y nos permite testimoniar este amor a los hermanos en un servicio humilde y manso. Esto es lo que están llamados a hacer, especialmente los médicos y el personal paramédico en este Policlínico, que pertenece a la Universidad Católica del Sagrado Corazón. Aquí, cada uno de ustedes lleva a los enfermos un poco del amor del Corazón de Cristo, y lo hace con competencia y profesionalidad. Esto significa permanecer fiel a los valores fundacionales que el Padre Gemelli coloca a la base de la Universidad de los católicos italianos, para conjugar la investigación científica iluminada por la fe y la preparación de cualificados profesionales cristianos.
Queridos hermanos, en Cristo contemplamos la fidelidad de Dios. Cada gesto, cada palabra de Jesús revela el amor misericordioso y fiel del Padre. Y entonces ante Él nos preguntamos: ¿cómo es mi amor por el prójimo? ¿Puedo ser fiel? ¿O en cambio soy voluble, sigo mis estados de ánimo y mis simpatías? Cada uno de nosotros puede responder en la propia conciencia. Pero por encima de todo podemos decir al Señor: Señor Jesús, haz mi corazón cada vez más similar al tuyo, lleno de amor y fidelidad.
(Traducción Griselda Mutual- RV)
«El Señor se enamoró de ustedes y los eligió» (Dt 7,7).
Dios se ha unido a nosotros, nos ha elegido, y esta unión es para siempre, no tanto porque nosotros somos fieles, sino porque el Señor es fiel y soporta nuestras infidelidades, nuestra lentitud, nuestras caídas.
Dios no tiene miedo de ligarse a nosotros. Esto puede parecernos extraño: a veces llamamos a Dios “el Absoluto”, que significa literalmente “libre, independiente, ilimitado”; pero en realidad, nuestro Padre es ‘absoluto’ siempre y sólo en el amor: por amor estrecha alianzas con Abraham, Isaac, Jacob, y así sucesivamente. Ama los vínculos, crea vínculos; vínculos que liberan, no fuerzan.
Con el salmo hemos repetido, «el amor del Señor permanece para siempre» (cf. Sal 103). En cambio de nosotros, hombres y mujeres, otro salmo afirma: «ha desaparecido la lealtad entre los hombres» (cf. Sal 12,2). Hoy, en particular, la lealtad es un valor en crisis porque somos inducidos a buscar siempre el cambio, una supuesta novedad, negociando las raíces de nuestra existencia, de nuestra fe. Sin fidelidad a sus raíces, sin embargo, una sociedad no avanza: puede hacer grandes progresos técnicos, pero no un progreso integral de todo el hombre y de todos los hombres.
El amor fiel de Dios por su pueblo se ha manifestado y realizado plenamente en Jesucristo, el cual, para honrar la unión entre Dios y su pueblo, se convirtió en nuestro esclavo, se despojó de su gloria y asumió la forma de siervo. En su amor no se dio por vencido de frente a nuestra ingratitud ni siquiera ante el rechazo. Nos lo recuerda San Pablo: «Si somos infieles, él - Jesús – permanece fiel, porque no puede renegar de sí mismo» (2 Tim. 2,13). Jesús permanece fiel, no traiciona jamás: incluso cuando nos equivocamos, Él nos espera siempre para perdonarnos: es el rostro misericordioso del Padre.
Este amor, esta fidelidad del Señor manifiesta la humildad de su corazón: Jesús no ha venido a conquistar a los hombres como los reyes y los poderosos de este mundo, sino ha venido a ofrecer amor con mansedumbre y humildad. Así se definió a Sí mismo: “aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Y el sentido de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que celebramos hoy, es aquel de descubrir siempre más y de dejarnos envolver por la fidelidad humilde y la mansedumbre del amor de Cristo, revelación de la misericordia del Padre. Podemos experimentar y saborear la ternura de este amor en cada etapa de la vida: en el tiempo de la alegría y en aquel de la tristeza, en el tiempo de la salud y en aquel de la debilidad y enfermedad.
La fidelidad de Dios nos enseña a acoger la vida como un acontecimiento de su amor y nos permite testimoniar este amor a los hermanos en un servicio humilde y manso. Esto es lo que están llamados a hacer, especialmente los médicos y el personal paramédico en este Policlínico, que pertenece a la Universidad Católica del Sagrado Corazón. Aquí, cada uno de ustedes lleva a los enfermos un poco del amor del Corazón de Cristo, y lo hace con competencia y profesionalidad. Esto significa permanecer fiel a los valores fundacionales que el Padre Gemelli coloca a la base de la Universidad de los católicos italianos, para conjugar la investigación científica iluminada por la fe y la preparación de cualificados profesionales cristianos.
Queridos hermanos, en Cristo contemplamos la fidelidad de Dios. Cada gesto, cada palabra de Jesús revela el amor misericordioso y fiel del Padre. Y entonces ante Él nos preguntamos: ¿cómo es mi amor por el prójimo? ¿Puedo ser fiel? ¿O en cambio soy voluble, sigo mis estados de ánimo y mis simpatías? Cada uno de nosotros puede responder en la propia conciencia. Pero por encima de todo podemos decir al Señor: Señor Jesús, haz mi corazón cada vez más similar al tuyo, lleno de amor y fidelidad.
(Traducción Griselda Mutual- RV)
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