“Dios mío, no soy más que ceniza y polvo”
Jesús,
manso y humilde de corazón, haz mi corazón parecido al tuyo.
Del deseo de ser alabado,
Líbrame, Señor
Del deseo de ser honrado,
Líbrame, Señor
Del deseo de ser aplaudido,
Líbrame, Señor
Del deseo de ser preferido a otros,
Líbrame, Señor
Del deseo de ser consultado,
Líbrame, Señor
Del deseo de ser aceptado,
Líbrame, Señor
Del temor a ser humillado,
Líbrame, Señor
Del temor a ser despreciado,
Líbrame, Señor
Del temor a ser reprendido,
Líbrame, Señor
Del temor a ser calumniado,
Líbrame, Señor
Del temor a ser olvidado,
Líbrame, Señor
Del temor a ser ridiculizado,
Líbrame, Señor
Del temor a ser injuriado,
Líbrame, Señor
Del temor a ser rechazado,
Líbrame, Señor
Antes de cada frase decir: Concédeme, Señor, el deseo de…
Que otros sean más amados que yo,
Concédeme, Señor, el deseo
Que otros sean más estimados que yo,
Concédeme, Señor, el deseo
Que otros crezcan susciten mejor opinión
de la gente y yo disminuya, Concédeme, Señor, el deseo
Que otros sean alabados y de mí no se
haga caso, Concédeme, Señor, el deseo
Que otros sean empleados en cargos y a
mí se me juzgue inútil, Concédeme, Señor, el deseo
Que otros sean preferidos a mí en
todo,
Concédeme, Señor, el deseo
Que los demás sean más santos que yo
con tal que yo sea todo lo santo que pueda, Concédeme, Señor, el deseo
de ser desconocido y pobre, Señor, me
alegraré, Concédeme, Señor, el deseo
de estar desprovisto de perfecciones
naturales de cuerpo y de espíritu, Concédeme, Señor, el deseo.
Bienaventurados los que son
perseguidos por causa de la justicia,
porque suyo es el Reino de los Cielos.
ORACIÓN:
Dios mío, no soy más que polvo y
ceniza.
Reprime los movimientos de orgullo que
se elevan en mi alma.
Enséñame a despreciarme a mí mismo,
Vos que resistís a los soberbios y que
dais vuestra gracia a los humildes.
Por Jesús, manso y humilde de Corazón.
Amén.
AL REZAR esta
letanía, tú estás pidiendo la gracia para vivir una vida cristiana genuina.
Estas son las gracias
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de
echar a un lado tus intentos de sentirte bien contigo mismo;
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de
vencer la repugnancia que sientes de ser herido emocionalmente por los demás;
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procurar
el bien de los demás en todas las cosas, echando toda la competencia, incluso a
expensas tuyas.
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De todas
maneras, vamos a cuidarnos para que se haga en una forma saludable
psicológicamente.
Es bueno
cuando a nuestro trabajo se le da reconocimiento y es apreciado; el punto
espiritual es que no debemos apetecer esa admiración como un aspecto de la identidad, personal, sino que debemos de
aceptar todos los beneficios de nuestros trabajos en alabanza a Cristo, quien
se vació a si mismo por nuestro bien, quien sufrió por nuestra causa, quien
murió en la cruz por nosotros, y por quien, por servicio a Él, hacemos nuestros
trabajos. En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo . . . ! (Gálatas 6: 14).
Todos, de
manera similar, nos sentimos heridos cuando alguien nos insulta; de todos modos, el punto
espiritual es que no debemos levantar las defensas para protegernos a nosotros
mismos del dolor de ser insultados, sino que siempre debemos, aun en nuestro
dolor más intenso, confiar en Cristo, pues únicamente Él nos cuidará de todo
peligro. No tengáis miedo, como dice Jesús repetidamente a través
de los Evangelios.
Finalmente,
el “poner a los demás primero” fluye en contra la auto-preservación natural; de
todos modos, el punto espiritual es que no debemos competir con
los demás para satisfacer nuestro orgullo, sino poner a un lado
nuestro orgullo en la esperanza de que otros puedan salvarse de
la condenación por causa de nuestra propia obsesión desesperada con la
auto-preservación.
Más aún,
no debemos poner a un lado nuestro orgullo como una forma de masoquismo o
de auto-desprecio; en toda nuestra caridad hacia los demás nunca debemos abandonar
la responsabilidad de
desarrollar nuestros talentos al máximo, para que podamos servirle a Cristo
eficazmente y gozosamente, en amor puro.
¿Quién escribió estas letanías?
El Cardenal RAFAEL MERRY DEL VAL (1865-1930),
Secretario de Estado de San Pío X de 1903 a 1914, nació en una familia tan
prestigiosa como modesta la del Pontífice. Educado en Inglaterra y en
Bélgica, políglota, miembro de la alta aristocracia europea, frecuentaba la
élite diplomática del continente.
Su carrera en Roma fue fulgurante.
Entró en la Academia de los nobles eclesiásticos, institución que forma a los
futuros directivos de la diplomacia vaticana. Obtuvo dos doctorados (filosofía
y teología) en la Universidad Pontificia Gregoriana, y una licenciatura en derecho
canónico.
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