2016-07-29
En silencio y solo. Francisco quiso
visitar Auschwitz no para hablar sino para escuchar. Atravesó la mítica entrada
donde los prisioneros podían leer este perverso mensaje: "el trabajo
libera”; y allí, sentado en un sencillo banco, estuvo unos 15 minutos rezando
en silencio.
Como hizo ante el monumento que
recuerda el genocidio de los armenios, el Papa quiso que su visita al campo de
concentración nazi tuviera el mismo tono: el del recuerdo silencioso de una
tragedia que muestra el lado más cruel del ser humano.
Saludó uno a uno a 10 supervivientes
del Holocausto en la plaza donde los prisioneros eran fusilados; frente al "muro
de la muerte”, hoy reconstruido. A sus pies el Papa depositó una vela y apoyó
con fuerza la mano sobre él.
Francisco cumplió su deseo de rezar durante unos minutos en la diminuta celda oscura donde murió
San Maximiliano Kolbe, el fraile franciscano que se ofreció a morir en lugar de
otro preso, padre de familia. Al terminar dejó escrito este
mensaje.
En Birkenau, se escuchó el Salmo 130,
el dolorido canto del desesperado que pide ayuda a Dios desde las profundidades
y rindió homenaje al memorial por las personas que murieron en los campos de
concentración durante la II Guerra Mundial. Entre los asistentes también había 25 personas que salvaron judíos del Holocausto.
Francisco quiso una visita
silenciosa, visita destinada a contemplar; quizás porque no hay palabras que
describan uno de los mayores horrores de la historia.
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