“Deseo que en el Jubileo de la Misericordia, las
familias descubran el tesoro del perdón recíproco”, aliento del Papa Francisco
en sus catequesis a todas las familias. - AP
04/11/2015 09:23
(RV).- En su catequesis de la audiencia
general que el Papa Francisco celebró el primer
miércoles de noviembre en la Plaza de San Pedro, y en la que
participaron varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países, elObispo
de Roma se refirió a la familia como ámbito en el que aprender a vivir
el don y el perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede ser duradero.
Hablando en italiano Francisco recordó
ante todo que la reciente Asamblea del Sínodo de los Obispos reflexionó
a fondo sobre la vocación y la misión de la familia en la vida de la Iglesia y
de la sociedad contemporánea.
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA TRADUCIDO
DEL ITALIANO:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Asamblea del Sínodo de los Obispos que ha
concluido hace poco, ha reflexionado a fondo sobre la vocación y la misión de
la familia en la vida de la Iglesia y de la sociedad contemporánea. Ha sido un
evento de gracia. Al finalizar los Padres sinodales me han entregado el texto
de sus conclusiones. He querido que este texto fuera publicado, para que todos
fueran partícipes del trabajo que nos ha visto empeñados juntos por dos años.
No es este el momento de examinar tales conclusiones, sobre las cuales yo mismo
debo meditar.
Mientras tanto, pero, la vida no se detiene, en
particular la vida de las familias ¡no se detiene! Ustedes, queridas familias,
están siempre en camino. Y continuamente escriben en las páginas de la vida
concreta la belleza del Evangelio de la familia. En un mundo que a veces se
convierte en árido de vida y de amor, ustedes cada día hablan del gran don que
son el matrimonio y la familia.
Hoy quisiera subrayar este aspecto: que la familia
es un gran gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, la familia es
un gran gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, sin el cual ningún
amor puede ser duradero. Sin donarse, sin perdonarse, el amor no permanece, no
dura. En la oración que Él mismo nos ha enseñado -es decir, el Padre Nuestro-
Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Si perdonan
sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a
ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a
ustedes» (Mt 6,12.14-15).
No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien,
especialmente en familia. Cada día nos faltamos al respeto el uno al otro.
Debemos poner en consideración estos errores,
debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es sanar
inmediatamente las heridas que nos hacemos, retejer inmediatamente los hilos
que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y
hay un secreto simple para sanar las heridas y para disolver las acusaciones. Y
es este: no dejar que termine el día sin pedirse perdón, sin hacer la paz entre
el marido y la mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas… ¡entre
nuera y suegra! Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el
perdón recíproco, sanan las heridas, el matrimonio se robustece, y la familia
se transforma en una casa más sólida, que resiste a los choques de nuestras
pequeñas y grandes maldades. Y para esto no es necesario hacer un gran
discurso, sino que es suficiente una caricia, una caricia y ha terminado todo y
se recomienza, pero no terminar el día en guerra ¿entienden?
Si aprendemos a vivir así en familia, lo hacemos
también fuera, en todas partes que nos encontramos. Es fácil ser escépticos
sobre esto. Muchos -también entre los cristianos- piensan que sea una
exageración. Se dice:
si, son bellas palabras, pero es imposible ponerlas
en práctica. Pero gracias a Dios no es así. De hecho es precisamente recibiendo
el perdón de Dios que, a su vez, somos capaces de perdonar a los otros. Por
esto Jesús nos hace repetir estas palabras cada vez que rezamos la oración del
Padre Nuestro, es decir cada día. Es indispensable que, en una sociedad a veces
despiadada, haya lugares, como la familia, donde se aprenda a perdonar los unos
a otros.
El Sínodo ha revivido nuestra esperanza
también en esto:
forma parte de la vocación y de la misión de la
familia la capacidad de perdonar y de perdonarse. La práctica del perdón no
solo salva las familias de la división, sino que las hace capaces de ayudar a
la sociedad a ser menos malvada y menos cruel. Si, cada gesto de perdón repara
la casa de las grietas y refuerza sus muros. La Iglesia, queridas familias,
está siempre a su lado para ayudarlos a construir su casa sobre la roca de la
cual ha hablado Jesús. Y no olvidemos estas palabras que preceden
inmediatamente la parábola de la casa: «No son los que me dicen: “Señor,
Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la
voluntad de mi Padre». Y agrega: «Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor,
¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios en tu
Nombre?” Entonces yo les manifestaré: «Jamás los conocí» (cfr Mt 7,21-23). Es una palabra
fuerte, no hay duda, que tiene por objetivo sacudirnos y llamarnos a la
conversión.
Les aseguro, queridas familias, que si serán
capaces de caminar siempre más decididamente sobre el camino de las
Bienaventuranzas, aprendiendo y enseñando a perdonarse recíprocamente, en toda
la grande familia de la Iglesia crecerá la capacidad de dar testimonio a la
fuerza renovadora del perdón de Dios. Diversamente, haremos predicas también
bellas, y quizá expulsaremos también cualquier demonio, pero al final el Señor
¡no nos reconocerá como sus discípulos! Porque no hemos tenido la capacidad de
perdonar y de hacernos perdonar por los otros.
De verdad las familias cristianas pueden hacer
mucho por la sociedad de hoy, y también por la Iglesia. Por eso deseo que en el
Jubileo de la Misericordia las familias redescubran el tesoro del perdón
recíproco. Recemos para que las familias sean siempre más capaces de vivir y de
construir caminos concretos de reconciliación, donde ninguno se sienta
abandonado al peso de sus ofensas.
Y con esta intención, decimos juntos: “Padre
nuestro, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes
nos ofenden”. Digámoslo juntos: “Padre nuestro, perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Gracias.
(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio
Vaticano).
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