Cuando hablamos
del corazón de Jesús y de María pensamos en Jesús y en María bajo el aspecto de
la riqueza de la vida interior de ellos dos, especialmente en su amor hacia el
Padre celestial y hacia nosotros, los hombres.
Jesús y
María son una comunidad de amor. Por obra del Espíritu Santo fue formado Jesús
como hombre con un corazón humano en el vientre de la Virgen María. Los dos
Sagrados Corazones estuvieron unidos desde el principio de una manera
maravillosa.
El
Corazón de María fue el primero en adorar al Corazón de Jesús y el que
comprendió más cabalmente la profundidad de su amor. Ella, como educadora,
modeló el Corazón de su Hijo.
En el
momento en el que el Corazón de Jesús fue traspasado en la cruz por la lanza
del soldado, el Corazón de María sufrió las heridas producidas por la espada de
los dolores. En el Corazón de Jesús se refleja el Corazón de su Madre.
A veces
se olvida que María ha sido asunta al Cielo en alma y cuerpo; es un dogma de
fe, proclamado por Pío XII, el 1 de noviembre de 1950. Así el Corazón de carne
de la Virgen Madre está en la gloria, enteramente transfigurado a semejanza del
de su Hijo. Él sobre la tierra ha tomado sus rasgos humanos, ella en el Cielo
ha recibido del Hijo los rasgos de gloria que son típicos de Él: ¡como Él,
también ella esta con su cuerpo en el Cielo!.
El culto
al Corazón de María se fue desarrollando en la Iglesia en forma paralela al
culto al Corazón de Jesús. La fiesta del Corazón Inmaculado de María está
inmediatamente después de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, lo que da
cuentas de su íntima unión.
El “Totus
tuus” de Juan Pablo II – como lo recordaba el Santo Padre Benedicto XVI a un
año de su muerte- “resume muy bien esta
experiencia espiritual y mística, en una vida orientada completamente a Cristo
por medio de María: ‘ad Iesum per Mariam’.” (Homilía 3 de abril 2006).
Este
estar orientados a Cristo por medio de María hace que el cristiano pueda
también vivir en plenitud su relación con la Iglesia, que es Cuerpo místico de
Cristo y también, por lo tanto, toda hija de María.
La
escuela de los Sumos Pontífices nos recuerda que amar a Cristo, a María y a la
Iglesia de Pedro es para el cristiano un amor inseparable, que vive y se
desarrolla en la verdad del Evangelio, en la vida sacramental y de oración y en
la caridad fraterna.
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