En
verdad, no ama al Sagrado Corazón de Jesús quien no ama al Inmaculado Corazón
de María. Es la razón por la que en el reverso de la Medalla Milagrosa hay dos corazones
acuñados: el de Jesús cercado de espinas y el de María traspasado por una
espada…
El
corazón representa la sede de los afectos y sentimientos. Las Sagradas
Escrituras revelan el amor infinito de Dios que nos creó a su imagen, capaces
de amar. Jesús confirmó el Mandamiento principal de Dios: “amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas”.(Marcos 12,30).
El
corazón siempre ha representado el lugar físico donde tendrían cabida las
emociones, los deseos, los afectos, las actitudes; los sentimientos del ser
humano, pero también la falta de ellos.
En la
Sagradas Escrituras, la palabra “corazón” es mencionada entre ochocientas y mil
doscientas veces, dependiendo de la versión de la Biblia que tomemos. Así como
generalmente el corazón representa la parte más elevada del alma, simbolizando
la perfección interior, también se refiere al espacio donde tienen lugar las
dudas, las tentaciones, los malos deseos y el pecado: “Estaban comiendo la cena
y el diablo ya había depositado en el corazón de Judas Iscariote (…) el
propósito de entregarle” (Jn 13,2).
De allí
la importancia de procurar que nuestro corazón cristiano esté consagrado y se
mantenga siempre unido a los Sagrados Corazones de Jesús y María; pues de ser
así, el mal no encontrará en él un lugar para el pecado. No es casual que
durante los últimos tiempos, el Papa Juan Pablo II haya hablado con tanta
frecuencia de los Corazones Unidos de Jesús y María.
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