El 18 de
octubre de 1899 estallaba en Colombia la última guerra civil que duró tres años
y que se conoce como la Guerra de los Mil Días.
Esta
prolongada guerra fratricida produjo consecuencias y efectos verdaderamente
lamentables, como lo reconocen todos los historiadores.
En el conflicto murieron de 100 a 130 mil colombianos, cuando Colombia sólo contaba con 4 millones de habitantes. Fueron innumerables las viudas y los huérfanos que lloraban desconsolados a sus seres queridos.
La guerra paralizó todas las actividades económicas, sobre todo la explotación de los campos, presentándose una hambruna que no respetó a ninguna clase social y que puso a clamar de hambre a ricos y pobres en todo el territorio nacional. La economía del país se desplomó y el valor de la moneda se tornó irrisorio. Los fusiles y los cañones, además de cegar las vidas humanas, sembraban la destrucción en todo el territorio patrio.
Después de tres años de una guerra sangrienta y destructora, la situación del país se agravaba día por día y amenazaba con desembocar en una verdadera catástrofe nacional.
El entonces Arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, iluminado por una luz interior, vio que la única solución en situación tan desesperada era acudir al SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.
Se dirigió entonces a la Presidencia de la República y como único medio para conseguir la tan anhelada paz, sugirió al vicepresidente encargado, el Doctor José Manuel Marroquín, la CONSAGRACIÓN DE LA REPÚBLICA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS y el hacer un voto de construir un templo en su honor. El Presidente Encargado aceptó gustoso la sugerencia y el 22 de junio de 1902, en ceremonia inolvidable, consagró la República de Colombia al SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS y puso la primera piedra para el templo que es el actual Voto Nacional. Los efectos fueron inmediatos. Recordemos que la fe puede trasladar montañas.
A los 5 meses de la Consagración, se firmaba el tratado de Winsconsin, el 21 de noviembre de 1902, poniendo punto final a la sangrienta y prolongada guerra, iniciándose una era de paz y de concordia nacional.
Han transcurrido exactamente 111 años y pareciera que la situación en el país es tan grave y aún más grave de la de 1902, después de una guerra no declarada que ya se prolonga por un espacio de más de 50 años. Los efectos de esta guerra son tan funestos o más funestos que los de la Guerra de los Mil Días. Sobre todo en los últimos años, han muerto tantos colombianos anualmente, sumiendo en el dolor y las lágrimas a innumerables viudas y huérfanos. Los desplazados por la guerra que se encuentran en condiciones infrahumanas, superan los dos millones. Las poblaciones destrozadas por la guerrilla o por los paramilitares, han dejado en la ruina a miles de colombianos.
En el conflicto murieron de 100 a 130 mil colombianos, cuando Colombia sólo contaba con 4 millones de habitantes. Fueron innumerables las viudas y los huérfanos que lloraban desconsolados a sus seres queridos.
La guerra paralizó todas las actividades económicas, sobre todo la explotación de los campos, presentándose una hambruna que no respetó a ninguna clase social y que puso a clamar de hambre a ricos y pobres en todo el territorio nacional. La economía del país se desplomó y el valor de la moneda se tornó irrisorio. Los fusiles y los cañones, además de cegar las vidas humanas, sembraban la destrucción en todo el territorio patrio.
Después de tres años de una guerra sangrienta y destructora, la situación del país se agravaba día por día y amenazaba con desembocar en una verdadera catástrofe nacional.
El entonces Arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, iluminado por una luz interior, vio que la única solución en situación tan desesperada era acudir al SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.
Se dirigió entonces a la Presidencia de la República y como único medio para conseguir la tan anhelada paz, sugirió al vicepresidente encargado, el Doctor José Manuel Marroquín, la CONSAGRACIÓN DE LA REPÚBLICA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS y el hacer un voto de construir un templo en su honor. El Presidente Encargado aceptó gustoso la sugerencia y el 22 de junio de 1902, en ceremonia inolvidable, consagró la República de Colombia al SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS y puso la primera piedra para el templo que es el actual Voto Nacional. Los efectos fueron inmediatos. Recordemos que la fe puede trasladar montañas.
A los 5 meses de la Consagración, se firmaba el tratado de Winsconsin, el 21 de noviembre de 1902, poniendo punto final a la sangrienta y prolongada guerra, iniciándose una era de paz y de concordia nacional.
Han transcurrido exactamente 111 años y pareciera que la situación en el país es tan grave y aún más grave de la de 1902, después de una guerra no declarada que ya se prolonga por un espacio de más de 50 años. Los efectos de esta guerra son tan funestos o más funestos que los de la Guerra de los Mil Días. Sobre todo en los últimos años, han muerto tantos colombianos anualmente, sumiendo en el dolor y las lágrimas a innumerables viudas y huérfanos. Los desplazados por la guerra que se encuentran en condiciones infrahumanas, superan los dos millones. Las poblaciones destrozadas por la guerrilla o por los paramilitares, han dejado en la ruina a miles de colombianos.
Hasta
antes de la Constitución de 1991 el catolicismo era considerado la religión
oficial del Estado. Y ante las críticas al respecto se estableció, desde ese
año, que Colombia sería un estado laico, no confesional o de pluralismo
religioso.
Por Jorge
Eduardo Acero López, S. J
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