La
Devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María, tiene raíces y fundamento
en las Sagradas Escrituras, independientemente que dicha devoción fuera
promovida en forma especial por ciertas revelaciones privadas que se dieron en
distintas épocas.
En el
primer mandamiento entregado a Moisés, Dios mismo nos manda a que lo amemos
“con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas”
(Dt 6,5). Sin
embargo, sabiendo que nuestros corazones son limitados para sentir el amor
infinito que se debe a un Dios infinito, el Señor prometió desde la antigüedad
que Él nos daría un corazón y un espíritu nuevos, que nos permitirían cumplir
con Su mandato. Este nuevo corazón es el Corazón de Jesús, Su Hijo, cuya
Encarnación viene a dar cumplimiento a varias profecías: “Les daré un corazón
nuevo, y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese
corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
A lo
largo de los siglos, al ir descubriendo los misterios de la fe cristiana, el
Corazón de Jesús se dio a conocer como el símbolo del Amor de Dios por Su
pueblo, un amor
tan grande que, en el Calvario, se abrió y fue traspasado por nosotros: “…uno
de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante salió sangre y
agua (…). Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura (…) ‘ Contemplarán al
que traspasaron’.” (Jn 19,34 y ss.)
Las
Sagradas Escrituras nos comentan que Ella “atesoraba” todas sus vivencias al
lado de Jesús, y “las meditaba en su corazón” (Cfr. Lc 2, 19 y 2, 51).
En el
mismo capítulo de Lucas, encontramos la profecía del anciano Simeón, quien al
conocer al Niño Jesús, a las puertas del templo, predijo a María que “una
espada atravesaría su corazón” (Cfr. Lc 2, 39), refiriéndose al dolor que
sufriría la Virgen con la Pasión y muerte de nuestro Redentor.
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