El Papa Francisco durante la
audiencia general del miércoles 20 de mayo con miles de fieles en la Plaza de
San Pedro - ANSA
20/05/2015 10:56
(RV).- En su catequesis de
la audiencia general – celebrada el tercer miércoles de mayo
en la Plaza de San Pedro y ante la presencia de varios miles
de fieles y peregrinos procedentes de numerosos países – el Papa
Francisco, prosiguió sus reflexiones sobre la familia y la vida real,
deteniéndose en esta ocasión en una de sus vocaciones fundamentales, a saber, la
educación de los hijos.
El Obispo de Roma explicó
que se trata de una característica esencial de la familia puesto que hay que
educar a los hijos a fin de que crezcan en la responsabilidad para sí mismos y
para los demás.
TEXTO
DE LA CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO:
Queridos hermanos y hermanas,
Quiero darles la bienvenida porque he
visto entre ustedes tantas familias, ¡Buenos días a todas las familias!
Continuamos a reflexionar sobre la familia.
Hoy nos detendremos para reflexionar en
una característica esencial de la familia, es decir, su naturaleza vocacional a
educar los hijos para que crezcan en la responsabilidad de sí mismos y de los
otros. Aquello que hemos escuchado del apóstol Pablo, al inicio, es muy bello:
«Ustedes, hijos, obedezcan a los padres en todo; porque esto agrada al Señor.
Ustedes, padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten» (Col, 3,
20-21). Esta es una regla sabia: el hijo que es educado a escuchar a los padres
y a obedecer a los padres, quienes no deben de mandar en un feo modo, para no
desanimar a los hijos. Los hijos, de hecho, deben crecer sin desanimarse, paso
a paso. Si ustedes padres dicen a los hijos: ‘Subimos sobre esa escalera’ y los
toman de la mano y paso a paso les ayudan a subir, las cosas irán bien. Pero si
ustedes dice: “Ve allá” - “Pero no puedo” – “Ve”, esto se llama exasperar a los
hijos, pedir a los hijos las cosas que no son capaces de hacer.
Por esto, la relación entre los padres
y los hijos debe ser de una sabiduría, de un equilibrio, muy grande. Hijos
obedezcan a sus padres, eso le gusta a Dios. Y ustedes padres, no exasperen a
los hijos, pidiéndoles cosas que no pueden hacer. Y esto es necesario hacer
para que los hijos crezcan en la responsabilidad de sí mismos y de los demás.
Parecería una constatación obvia, sin
embargo, en nuestros tiempos no faltan las dificultades. Es difícil para los
padres educar a sus hijos a quienes ven sólo por la noche, cuando vuelven a
casa cansados del trabajo. ¡Aquellos que tienen la suerte de tener trabajo! Y
aún más difícil para los padres separados, a quienes les pesa esta condición:
pobres, han tenido dificultades, se han separado y tantas veces el hijo es
usado como rehén y el papá le habla mal de la mamá y la mamá le habla mal del
papá, y se hace tanto mal. Pero yo digo a los padres separados: ¡nunca, nunca,
nunca usar al hijo como rehén! Se han separado por tantas dificultades y
motivos, la vida les ha dado esta prueba, pero que los hijos no sean quienes
carguen el peso de esta separación, que no sean usados como rehenes contra el
otro cónyuge, que crezcan escuchando que la mamá habla bien del papá, aunque no
están juntos, y que el papá hable bien de la mamá. Para los padres separados
esto es muy importante y muy difícil, pero pueden hacerlo.
Pero, sobre todo, la pregunta ¿Cómo
educar? ¿Qué tradición tenemos hoy para transmitir a nuestros hijos?
Intelectuales ‘críticos’ de todo tipo han callado a los padres en mil modos,
para defender las jóvenes generaciones de daños – varios o presuntos – de la
educación familiar. La familia ha sido acusada, entre otros, de
autoritarismo, de favoritismo, de conformismo, de represión afectiva que genera
conflictos.
De hecho, se ha abierto una grieta
entre la familia y la sociedad, entre la familia y la escuela, el pacto
educativo hoy se ha roto, y así la alianza educativa de la sociedad con la
familia ha entrado en crisis porque se ha minado la confianza recíproca. Los
síntomas son muchos. Por ejemplo, en la escuela se han comprometido las
relaciones entre los padres y los profesores. A veces hay tensiones y
desconfianza recíproca; y las consecuencias naturalmente recaen sobre los hijos.
Por otro lado, se han multiplicado los
llamados ‘expertos’, que han ocupado el papel de los padres también en los
aspectos más íntimos de la educación. Sobre la vida afectiva, sobre la
personalidad y el desarrollo, sobre los derechos y sus deberes, los ‘expertos’
saben todo: objetivos, motivaciones, técnicas.
Y los padres sólo deben escuchar,
aprender a adecuarse. A menudo, privados de su papel, se vuelven excesivamente
aprensivos y posesivos con respecto a sus hijos, hasta llegar a no corregirlos
nunca: “Tú no puedes corregir al hijo”. Tienden a confiarles siempre más a los
‘expertos’, también para los aspectos más delicados y personales de su vida,
colocándolos en un rincón solos; y así los padres hoy corren el riesgo de
autoexcluirse de la vida de sus hijos. ¡Y esto es gravísimo! Hoy hay casos de
este tipo. No digo que suceda siempre, pero existen. La maestra en la escuela
regaña al niño y hace una nota a los padres.
Yo recuerdo una anécdota personal. Una
vez, cuando estaba en cuarto grado de la escuela primaria he dicho una mala
palabra a la maestra y la maestra, una buena mujer, ha llamado a mi mamá. Ella
ha ido el día siguiente, han hablado entre ellas y después me han llamado. Mi
mamá delante a la profesora me ha explicado que aquello que yo había hecho era
algo malo, que no debía hacerlo; pero mi mamá lo ha hecho con tanta dulzura y
me ha pedido pedirle perdón a la maestra. Yo lo he hecho y después me he
quedado contento porque he dicho: ‘ha terminado bien la historia’. ¡Pero eso
era el primer capítulo! Cuando regresé a casa, comenzó el segundo capítulo…
Imagínense ustedes, hoy, si la maestra hace algo de este tipo, al día siguiente
se encuentra a los dos padres o a uno de los dos a regañarla, porque los
‘expertos’ dicen que los niños no se deben regañar así. ¡Han cambiado las
cosas! Por este motivo, los padres no deben autoexcluirse de la educación de
los hijos.
Es evidente que este enfoque no es
bueno: no es armónico, no es dialógico, y en lugar de favorecer la colaboración
entre la familia y los otros agentes educativos, las escuelas, los gimnasios….
los contrapone.
¿Cómo hemos llegado a este punto? No
hay duda que los padres, o mejor, ciertos modelos educativos del pasado tenían
algunos límites, no hay duda. Pero es también verdad que hay errores que sólo
los padres están autorizados a hacer, porque pueden compensarlos de un modo que
es imposible a ningún otro.
Por otra parte, lo sabemos bien, la
vida se ha convertido en avara de tiempo para hablar, reflexionar,
confrontarse. Muchos padres son ‘secuestrados’ por el trabajo – papá y mamá
deben trabajar- y por otras preocupaciones, avergonzados de las nuevas
exigencias de los hijos y de la complejidad de la vida actual, - que es así,
debemos aceptarla como es - y se encuentran como paralizados por el temor a
equivocarse.
El problema, sin embargo, no es sólo
hablar. De hecho, un diálogo superficial no conduce a un verdadero encuentro de
la mente y del corazón.
Preguntémonos más bien: ¿Buscamos
entender ‘dónde’ los hijos verdaderamente están en su camino? ¿Dónde está
realmente su alma? ¿Lo sabemos? Y sobre todo: ¿Lo queremos saber?
¿Estamos convencidos de eso, en realidad, no esperan algo más?
Las comunidades cristianas están
llamadas a ofrecer apoyo a la misión educativa de las familias, y lo hacen
sobre todo con la luz de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo recuerda la
reciprocidad de los deberes entre los padres y los hijos: «Ustedes, hijos,
obedezcan a los padres en todo; porque esto agrada al Señor. Ustedes, padres,
no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten» (Col, 3, 20-21). En la
base de todo está el amor, aquel que Dios nos dona, que «no falta al respeto,
no busca su propio interés, no se enoja, no toma en cuenta el mal recibido…
todo perdona, todo cree, todo espera, todo soporta» (1 Cor 13, 5-6).
También en las mejores familias es
necesario soportarse y ¡Se necesita tanta paciencia para soportarse! Pero es
así la vida. La vida no se hace en laboratorio, se hace en la realidad. El
mismo Jesús ha pasado a través de la educación familiar.
En este caso, la gracia del amor de
Cristo lleva a cumplir lo que está inscrito en la naturaleza humana. ¡Cuántos
ejemplos estupendos tenemos de padres cristianos llenos de sabiduría humana!
Ellos muestran que la buena educación familiar es la columna vertebral del
humanismo. Su irradiación social es el recurso que permite compensar las
lagunas, las heridas, los vacíos de paternidad y maternidad que tocan los hijos
menos afortunados. Esta irradiación puede hacer auténticos milagros. ¡Y en la
Iglesia suceden cada día estos milagros!
Deseo que el Señor done a las familias
cristianas la fe, la libertad y la valentía necesarias para su misión. Si la
educación familiar reencuentra el orgullo de su protagonismo, muchas cosas
mejorarán, para los padres inciertos y para los hijos decepcionados.
Es el momento en que los padres y las
madres regresen de su exilio, - porque se han auto-exiliado de la educación de
los hijos -, y re-asuman plenamente su papel educativo. Esperemos que el Señor
conceda a los padres esta gracia: de no auto-exiliarse en la educación de los
hijos. Y esto solamente puede hacerlo el amor, la ternura y la paciencia.
(Traducción del italiano de Mercedes
De La Torre - RV).
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