El Papa saluda a los fieles durante la audiencia
general de los miércoles en la plaza de San Pedro - AP
02/09/2015 10:00
(RV).- Tras haber reflexionado sobre el tiempo de
la oración en la vida familiar en su catequesis de la audiencia general del
primer miércoles de septiembre, el Papa Francisco se refirió a la familia como
transmisora de la fe y a su modo de vivir esta responsabilidad.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
TEXTO Y AUDIO COMPLETO DE LA CATEQUESIS
DEL PAPA EN ITALIANO TRADUCIDO AL ESPAÑOL
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este último tramo de nuestro camino de
catequesis sobre la familia, abrimos la mirada sobre el modo en que ella vive
la responsabilidad de comunicar la fe, de transmitir la fe, sea en su interior
como al exterior.
En un primer momento, se nos pueden venir a la
mente algunas expresiones evangélicas que parecen contraponer los vínculos de
la familia y el seguimiento de Jesús. Por ejemplo, aquellas palabras fuertes
que todos conocemos y hemos escuchado: «El que ama a su padre o a su madre más
que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí,
no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí» (Mt10, 37-38).
Naturalmente, ¡Jesús no quiere cancelar el cuarto
mandamiento con esto! Que es el primer gran mandamiento hacia las personas. Los
tres primeros son en relación a Dios, éste en relación a las personas… ¡es
grande!. Y ni siquiera podemos pensar que el Señor, después de haber realizado
su primer milagro para los esposos de Caná, después de haber consagrado el
vínculo conyugal entre el hombre y la mujer, después de haber restituido hijos
e hijas a la vida familiar, ¡nos pida ser insensibles a estos vínculos! Esa no
es la explicación, no. Al contrario, cuando Jesús afirma la primacía de la fe
en Dios, no encuentra una comparación más significativa que los afectos
familiares. Y por otro lado, estos mismos vínculos familiares dentro de la
experiencia de fe y del amor de Dios, se transforman, vienen “completados” de
un sentido más grande y se convierten en capaces de ir más allá de sí mismos, para
crear una paternidad y una maternidad más amplias y para acoger como hermanos y
hermanas también aquellos que están al margen de cada ligamen. Un día, a quien
le dice que afuera estaban su madre y sus hermanos que lo buscaban, Jesús
respondió, indicando a sus discípulos: «¡Estos son mi madre y mis hermanos!
Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi
madre» (Mc 3, 34-35).
La sabiduría de los afectos, que no se compran y no
se venden, es la mejor dote del genio familiar. Especialmente en la familia
aprendemos a crecer en aquella atmósfera de la sabiduría de los afectos. Su
“gramática” se aprende allí, de otra manera es muy difícil aprenderla. Y es
especialmente éste lenguaje a través del cual, Dios se da a entender a todos.
La invitación a poner los vínculos familiares en el
ámbito de la obediencia de la fe y de la alianza con el Señor no los mortifica;
al contrario, los protege, los desvincula del egoísmo, los protege del
deterioro, los lleva a un lugar seguro para la vida que no muere. El flujo de
un estilo familiar en las relaciones humanas es una bendición para los pueblos: trae nuevamente la esperanza
a la tierra. Cuando los afectos familiares se dejan convertir al testimonio del
Evangelio, se transforman capaces de cosas impensables, que hacen tocar con la
mano las obras de Dios, aquellas obras que Dios realiza en la historia, como
aquellas que Jesús ha hecho para los hombres, las mujeres, los niños que ha
encontrado. Una sola sonrisa milagrosamente arrancada a la desesperación de un
niño abandonado, que recomienza a vivir, nos explica el actuar de Dios en el
mundo más que mil tratados teológicos. Un solo hombre o una sola mujer, capaces
de arriesgar y de sacrificarse por un hijo de otros, y no solo por el propio,
nos explican cosas del amor que muchos científicos no comprenden más.
Donde están estos afectos familiares brotan estos
gestos del corazón que nos hablan más fuerte que las palabras, el gesto del
amor, esto hace pensar.
La familia que responde a la llamada de Jesús
devuelve la dirección del mundo a la alianza del hombre y de la mujer con Dios.
Piensen en el desarrollo de este testimonio, hoy. Imaginemos que el timón de la
historia (de la sociedad, de la economía, de la política) sea entregado -
¡finalmente! - a la alianza del hombre y de la mujer, para que lo gobiernen con
la mirada dirigida a la generación que viene. Los temas de la tierra y de la
casa, de la economía y del trabajo, ¡tocarían una música muy diferente!
Si volvemos a dar protagonismo – a partir de la
Iglesia – a la familia que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica,
nos transformaremos como el vino bueno de las bodas de Caná, ¡fermentaremos
como la levadura de Dios!
En efecto, la alianza de la familia con Dios está
llamada hoy a contrastar la desertificación comunitaria de la ciudad moderna.
Pero nuestras ciudades se han transformado en desertificadas por falta de amor,
por falta de sonrisas. Muchas diversiones, muchas, muchas cosas para perder el
tiempo, para hacer reír, pero falta el amor. Y es especialmente la familia, y
es ¡especialmente la familia! aquel papá, aquella mamá que trabajan y con
los niños… La sonrisa de una familia es capaz de vencer esta desertificación de
nuestras ciudades y esta es la victoria del amor de la familia.
Ninguna ingeniería económica y política está en
grado de sustituir esta aportación de las familias. El proyecto de Babel
edifica rascacielos sin vida. El Espíritu de Dios, en cambio, hace florecer los
desiertos (cfr Is 32,
15). Debemos salir de las torres y de las bóvedas blindadas de las élites, para
frecuentar de nuevo las casas y los espacios abiertos a las multitudes,
abiertas al amor de la familia.
La comunión de los carismas – aquellos dados al
Sacramento del matrimonio y aquellos concedidos a la consagración para el Reino
de Dios – está destinada a transformar la Iglesia en un lugar plenamente
familiar para el encuentro con Dios. Vamos hacia adelante en este camino, no
perdamos la esperanza, donde hay una familia con amor, esa familia es capaz de
calentar el corazón de toda una ciudad, con su testimonio de amor.
Recen por mí, recemos los unos por los otros, para
que seamos capaces de reconocer y de sostener las visitas de Dios. El Espíritu
traerá el alegre desorden en las familias cristianas y la ciudad del hombre
saldrá de la depresión. Gracias.
(Traducción del italiano – Mercedes De La Torre
– RV).
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