Jesús cura un sordo mudo - RV
06/09/2015 11:58
Jesuita Guillermo Ortiz - RADIO VATICANA El
sordomudo llevado a Jesús “es símbolo del no creyente que realiza un camino
hacia la fe”, dijo el Obispo de Roma, refiriéndose al Evangelio de Marcos en el
capítulo 7, del domingo 6 de setiembre de 2015. La sordera “expresa la incapacidad
de escuchar y de comprender no solamente las palabras de los hombres, sino
también la Palabra de Dios”, explicó.
TRADUCCIÓN DEL ITALIANO DE LAS PALABRAS DEL PAPA
ANTES DE LA ORACIÓN DEL ÁNGELUS
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (Mc 7,31-37) relata la curación
de un sordomudo por parte de Jesús, un evento prodigioso que muestra cómo Jesús
restablece la plena comunicación del hombre con Dios y con los otros hombres.
El milagro está ambientado en la zona de la
Decápolis, es decir, en pleno territorio pagano; por lo tanto, aquel sordomudo
que es llevado a Jesús se transforma en el símbolo del no-creyente que cumple
un camino hacia la fe. En efecto, su sordera expresa la incapacidad de escuchar
y de comprender no sólo las palabras de los hombres, sino también la Palabra de
Dios. Y San Pablo nos recuerda que “la fe nace de la escucha de la predicación”
(Rm. 10,17).
La primera cosa que Jesús hace es llevar a aquel
hombre lejos de la muchedumbre: no quiere hacer publicidad al gesto que está
por realizar, pero no quiere tampoco que su palabra sea cubierta por el
bullicio de las voces y de las habladurías del ambiente. La Palabra de Dios que
Cristo nos transmite tiene necesidad de silencio para ser escuchada como
Palabra que sana, que reconcilia y restablece la comunicación.
Se evidencian después dos gestos de Jesús. Él toca
las orejas y la lengua del sordomudo. Para restablecer la relación con aquel
hombre “bloqueado” en la comunicación, busca primero restablecer el contacto.
Pero el milagro es un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por
esto, levanta los ojos al cielo y ordena: “¡Ábrete!” Y las orejas del
sordo se abren, se desata el nudo de su lengua y comienza a hablar
correctamente (cfr. v. 35).
La enseñanza que obtenemos de este episodio es que
Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación
con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita
diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro. Para realizar esta
comunicación con el hombre, Dios se hace hombre: no le basta hablarnos a través
de la ley y de los profetas, sino que se hace presente en la persona de su
Hijo, la Palabra hecha carne. Jesús es el gran “constructor de puentes” que
construye en sí mismo el gran puente de la comunión plena con el Padre.
Pero este Evangelio nos habla también de nosotros:
a menudo nosotros estamos replegados y encerrados en nosotros mismos, y creamos
tantas islas inaccesibles e inhospitalarias. Incluso las relaciones humanas más
elementales a veces crean realidades incapaces de apertura recíproca: la pareja
cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada…Y aquello
no es de Dios. Esto es nuestro, es nuestro pecado.
Sin embargo en el origen de nuestra vida cristiana,
en el Bautismo, están precisamente aquel gesto y aquella palabra de Jesús:
“¡Effatá!” – “¡Ábrete!”. Y el milagro se cumplió: fuimos curados de la sordera
del egoísmo y del mutismo de la cerrazón y del pecado y fuimos inseridos en la
gran familia de la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos habla y comunicar
su Palabra a cuantos no la han escuchado nunca o a quien la ha olvidado, o
sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y de los engaños del mundo.
Pidamos a la Virgen Santa, mujer de la escucha y
del testimonio alegre, que nos sostenga en el compromiso de profesar nuestra fe
y de comunicar las maravillas del Señor a quienes encontramos en nuestro
camino.
(Traducción de italiano: María Cecilia Mutual - RV)
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