(RV).-
El perdón y la esperanza estuvieron en el centro del mensaje del Papa Francisco
en el cuarto domingo de Cuaresma, antes de haber rezado la oración del Ángelus
ante miles de personas que le acompañaron en la Plaza de San Pedro.
Reflexionando sobre la parábola del hijo prodigo, Francisco subrayó la gran
tolerancia que se ve en este padre que da a su hijo la libertad de irse de casa
a pesar de ser todavía inmaduro, y en este sentido explicó que lo mismo hace
Dios con nosotros, “nos deja libres, también ante equivocaciones, porque
creándonos ha hecho el gran don de la libertad. Es nuestra responsabilidad el
hacer un buen uso”.
PALABRAS DEL PAPA
En
el capítulo decimoquinto del Evangelio de Lucas encontramos las tres parábolas
de la misericordia: la de la oveja encontrada (v. 4-7), aquella de la moneda
encontrada (v. 8-10), y la gran parábola del hijo pródigo, o mejor, del padre
misericordioso (v.11-32).
Hoy,
sería bonito que cada uno de nosotros tomase el Evangelio, este capítulo XV del
Evangelio según Lucas, y leyese las tres parábolas.
Hoy,
dentro del itinerario cuaresmal, el Evangelio nos presenta justamente esta
última parábola del PADRE MISERICORDIOSO, que tiene como protagonista un padre
con sus dos hijos.
El
relato nos hace ver algunos gestos de este padre:
es
un hombre que está siempre preparado para perdonar y que espera ante toda
esperanza.
Llama
sobre todo la atención su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de
irse de casa: se podría haber opuesto, sabiendo que era todavía inmaduro, un
joven chico, o buscar algún abogado para quitarle la herencia, estando todavía
vivo. En cambio le deja irse, aun conociendo los posibles riesgos.
Así
hace Dios con nosotros: nos deja libres, también ante equivocaciones, porque
creándonos ha hecho el gran don de la libertad. Es nuestra responsabilidad el
hacer un buen uso. ¡Este don de la libertad que nos da Dios me sorprende
siempre!
Pero la separación de aquel
hijo es sólo física; el padre lo lleva siempre en el corazón; espera con
esperanza su vuelta; escruta el camino en la esperanza de verlo. Y un día lo ve
aparecer a lo lejos.
Pero esto significa que este
padre, cada día, salía a la terraza a mirar si el hijo volvía…
Entonces
se conmueve al verlo, se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo
abrazó y lo besó (cfr v. 20). ¡Cuánta ternura! Y este hijo había hecho tantas
cosas graves, ¡eh! Pero el padre lo recibe así.
La misma actitud reserva el
padre para el hijo mayor, que siempre se ha quedado en casa y ahora está
indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda aquella bondad con
el hermano que se había equivocado. El padre sale a encontrar también a este
hijo y le recuerda "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es
tuyo (v.31), es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba
muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado".
Y
esto me hace pensar en una cosa: cuando uno se siente pecador, se siente de
verdad poca cosa como he escuchado a tanta gente, que me dicen: “Pero, Padre,
¡yo soy lo peor!
En
cambio cuando uno se siente justo “Yo siempre he hecho bien las cosas”, -
también el Padre viene a buscarnos, porque aquella actitud de sentirnos justos
es una actitud mala, ¡es la soberbia! Es del diablo.
El
Padre espera a que se reconozcan los pecadores y va a buscar a aquellos que se
sienten justos. ¡Éste es nuestro Padre!
Y en esta parábola se puede entrever también un tercer hijo:
¿un tercer hijo? ¿Y Dónde? ¡Está escondido!
Es
aquel que “no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar
celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de
servidor” (Fil 2, 6-7).
Este
hijo- Siervo es Jesús. Es la extensión de los brazos y del corazón del Padre:
Él ha recibido al pródigo y ha lavado sus pies sucios: Él ha preparado el
banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos enseña a ser “MISERICORDIOSOS
COMO EL PADRE”.
La figura del padre de la
parábola revela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús
nos ama inconmensurablemente, espera siempre nuestra conversión cada vez que
nos equivocamos; está atento a nuestro regreso cuando nos alejamos de Él
pensando que no lo necesitamos. Está siempre preparado para abrirnos los brazos
pase lo que pase. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa
considerándonos sus hijos cuando estamos perdidos, y viene hacia nosotros con
ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros
creemos que somos justos. Los errores que cometemos, también si son grandes, no
dañan la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos
siempre de nuevo comenzar: Él nos acoge, nos da de nuevo la dignidad de hijos
suyos y nos dice:
“¡Ve
hacia delante! ¡Ve en paz! ¡Levántate, ve hacia delante!
Que en este tiempo de Cuaresma,
que nos separa de la Pascua, seamos llamados a intensificar el camino interior
de la conversión. Permitamos encontrar la mirada del amor de nuestro Padre, y
volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el
pecado. Que la Virgen María nos acompañe hasta el abrazo regenerador con la
Divida Misericordia.
(MZ-RV)
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