(RV).-
Miles de peregrinos acudieron a la Plaza de San Pedro para el rezo a la Madre
de Dios, del V Domingo de Cuaresma del Jubileo de la Misericordia, que
coincidió con la misma fecha, el 13 de marzo, en que tres años antes había sido
elegido el Papa Francisco como Sucesor de Pedro.
(CdM – RV)
TEXTO COMPLETO DEL PAPA ANTES DEL REZO DEL ÁNGELUS
«¡Queridos
hermanos y hermanas buenos días!
El
Evangelio del V Domingo de Cuaresma (cfr. Jn 8,1 -11) es muy bello: me gusta
tanto leerlo y volverlo a leer. Presenta el episodio de la mujer adúltera,
destacando el tema de la misericordia de Dios, que no quiere nunca la muerte
del pecador, sino que se convierta y viva. La escena se desarrolla en la
explanada del templo. Imagínense allí en el atrio, Jesús está enseñando a la
gente y he aquí que llegan algunos escribas y fariseos arrastran ante Él a una
mujer sorprendida en adulterio. Esa mujer se encuentra así en medio, entre
Jesús y la muchedumbre (cfr. 3), entre la misericordia del Hijo de Dios y la
violencia, la rabia de sus acusadores. En realidad, ellos no fueron a donde el
Maestro para pedirle su parecer, - era gente mala - sino para tenderle una trampa.
En efecto, si Jesús seguía la severidad de la ley, aprobando la lapidación de
la mujer, perdía su fama de mansedumbre de bondad que tanto fascinaba al
pueblo; si, por el contrario quería ser misericordioso, tenía que ir contra la
ley, que Él mismo había dicho que no quería abolir, sino cumplir (cfr. Mt
5,17). Y Jesús está allí…
Esta
mala intención se esconde bajo la pregunta que le plantean a Jesús: «¿Tú qué
dices?» (v 5). Jesús no responde, calla y cumple un gesto misterioso:
«inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo» (v 6). Quizá
estaba dibujando, algunos dicen que escribía los pecados de los fariseos…
quizá… escribía… estaba en otra… De este modo, invita a todos a la calma, a no
actuar movidos por la impulsividad, y a buscar la justicia de Dios. Pero ellos,
malos, insisten y esperan que Él responda. Parecía que tenían sed de sangre…
Entonces, Jesús levanta la mirada y dice: «El que no tenga pecado, que arroje
la primera piedra». (v 7).
Esta
respuesta desconcierta a los acusadores, desarmándolos a todos en el verdadero
sentido de la palabra: todos depusieron las ‘armas’, es decir, las piedras
listas para ser tiradas, tanto aquellas visibles contra la mujer, como aquellas
escondidas contra Jesús. Y, mientras el Señor sigue escribiendo en el suelo,
haciendo dibujos, no sé…, los acusadores se van uno tras otro, comenzando por
los más ancianos, con mayor conciencia de no estar sin pecado. ¡Qué bien nos
hace tener conciencia de que también nosotros somos pecadores! Cuando hablamos
mal de los otros y todas esas cosas que todos sabemos, ¿eh? Y qué bien nos hará
tener la valentía de hacer caer al suelo las piedras que tenemos para tirarlas
a los otros, y pensar un poco en nuestros pecados.
Se
quedaron allí sólo la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia,
una ante la otra. Y ello, ¿cuántas veces nos sucede también a nosotros, cuando
nos detenemos ante el confesionario, con vergüenza, para hacer ver nuestra
miseria y pedir perdón? «Mujer ¿dónde están tus acusadores? (v 10) le
dice Jesús. Y basta esta constatación y su mirada llena de misericordia y de
amor, para hacerle sentir a aquella persona – quizá por primera vez – que tiene
una dignidad; que ella no es su pecado, ella tiene una dignidad de persona, que
puede cambiar de vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar en una senda
nueva.
Queridos
hermanos y hermanas, aquella mujer nos representa a todos nosotros, es decir
adúlteros ante Dios, traidores de su fidelidad. Y su experiencia representa la
voluntad de Dios hacia cada uno de nosotros: no nuestra condena, sino nuestra
salvación a través de Jesús. Él es la gracia, que salva del pecado y de la
muerte. Él ha escrito en la tierra, en el polvo del que está hecho todo ser
humano (cfr. Gn 2,7), la sentencia de Dios: «No quiero que tú mueras, sino que
tú vivas». Dios no nos enclava en nuestro pecado, no nos identifica con el mal
que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no identifica este nombre con el
pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y quiere que nosotros también lo
queramos con Él. Quiere que nuestra libertad se convierta del mal al bien y
ello es posible con su gracia.
Que
la Virgen María nos ayude a confiarnos completamente en la misericordia de
Dios, para llegar a ser criaturas nuevas.»
(Traducción
del italiano: Cecilia de Malak)
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