Ordenación episcopal de Mons. Peter Brian Wells y
Mons. Miguel Ángel Ayuso Guixot, celebrado en la Basílica de San Pedro en la
Solemnidad de San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María y Patrón
Universal de la Iglesia. - AFP
19/03/2016 11:27
(RV).- “Cuiden y orienten a la Iglesia
que se les confía, y sean fieles dispensadores de los misterios de Cristo.
Elegidos por el Padre para gobernar su familia, tengan siempre ante sus ojos al
Buen Pastor, que conoce a sus ovejas”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía
en la Misa de ordenación episcopal de Mons. Peter Brian Wells y Mons. Miguel
Ángel Ayuso Guixot, celebrado en la Basílica de San Pedro en la Solemnidad de
San José, Esposo de la Bienaventurada Virgen María y Patrono Universal de la
Iglesia.
(Renato Martinez – Radio Vaticano)
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DEL PAPA
FRANCISCO
Hermanos e hijos queridos,
Nos hará bien reflexionar atentamente a
qué ministerio en la Iglesia son llamados estos hermanos nuestros.
Nuestro Señor Jesucristo, enviado por
el Padre para redimir a la humanidad, envió, a su vez, a los doce apóstoles por
el mundo, para que, llenos del Espíritu Santo, anunciaran el Evangelio,
instruyeran y santificaran a todos los pueblos y los reunieran en un solo
rebaño, bajo un único pastor y los guiaran a la salvación.
Para que este ministerio se mantuviera
hasta el final de los tiempos, los apóstoles eligieron colaboradores, a
quienes, por la imposición de las manos, les comunicaron el don del Espíritu Santo
que habían recibido de Cristo, confiriéndoles la plenitud del sacramento del
Orden. De esta manera, se ha ido transmitiendo a través de los siglos este
ministerio, por la sucesión continua de los Obispos y permanece y se acrecienta
hasta nuestros días la obra del Salvador. En la persona del Obispo, en comunión
con los presbíteros, se manifiesta la presencia entre ustedes del mismo
Jesucristo, Señor y Pontífice eterno.
Es el mismo Jesucristo quien, por el
ministerio del Obispo, anuncia el Evangelio y ofrece a los creyentes los
sacramentos de la fe. Él es quien, por medio del ministerio paterno del Obispo,
agrega nuevos miembros a la Iglesia, que es su cuerpo. Es Cristo quien,
valiéndose de la predicación y solicitud pastoral del Obispo, los lleva, a través
del peregrinar terreno, a la participación en el Reino de Dios. Cristo que
predica, Cristo que hace la Iglesia, fecunda la Iglesia, Cristo que guía: esto
es el Obispo.
Reciban, pues, con alegría y acción de
gracias a estos hermanos nuestros, que nosotros, los Obispos aquí presentes,
por la imposición de las manos, lo agregamos a nuestro Orden episcopal. Deben
honrarlo como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios: a él
se le ha confiado dar testimonio del verdadero Evangelio y administrar la vida
del Espíritu y la santidad. Recuerden las palabras de Cristo a los apóstoles:
«Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha; quien los rechaza a ustedes, a
mí me rechaza y, quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.»
Y a ustedes, queridos hermanos,
elegidos por el Señor, recuerden que han sido escogidos entre los seres humanos
para servirles en las cosas de Dios. El episcopado es un servicio, no un honor.
Por ello, el Obispo debe ante todo vivir para los fieles, y no solamente
presidirlos; porque, según el mandato del Señor, el que es mayor debe hacerse
el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente. Sean servidores. De
todos: de los más grandes y de los más pequeños. De todos, pero siempre
servidores, al servicio.
Proclamen la palabra de Dios a tiempo y
a destiempo; exhorten con toda paciencia y deseo de edificar. En la oración y
en el sacrificio eucarístico, pidan abundancia y diversidad de gracias, para
que el pueblo a ustedes encomendado participe de la plenitud de Cristo. No se
olviden que la primera tarea del Obispo es la oración: esto lo ha dicho Pedro,
el día de la elección de los siete diáconos. La segunda tarea, el anuncio de la
Palabra. Luego viene lo demás. Pero el primero es la oración. Si un Obispo no
reza, no podrá hacer nada.
Cuiden y orienten a la Iglesia que se
les confía, y sean fieles dispensadores de los misterios de Cristo. Elegidos
por el Padre para gobernar su familia, tengan siempre ante tus ojos al Buen
Pastor, que conoce a sus ovejas: detrás de cada carta existe una persona.
Detrás de cada misiva que ustedes reciban, existe una persona. Que esta persona
sea conocida por ustedes y que ustedes sean capaces de conocerla.
Amen con amor de padre y de hermano a
cuantos Dios pone bajo su cuidado, especialmente a los presbíteros y diáconos.
Hace llorar cuando escuchamos que un presbítero dice que ha pedido hablar con
su Obispo y la secretaria le ha dicho que “tiene muchas cosas por hacer, pero
dentro de tres meses no lo podrá recibir”. El primer prójimo del Obispo es su
presbítero: su primer prójimo. Si tú no amas al primer prójimo, no serás capaz
de amar a todos. Cercanos a los presbíteros, a los diáconos, a sus
colaboradores en el ministerio; cercanos a los pobres, a los débiles, a los que
no tienen hogar y a los inmigrantes. Miren a los fieles en los ojos. Pero miren
el corazón. Y que aquel fiel tuyo sea presbítero, diacono o laico, pueda mirar
tu corazón. Pero mirar siempre en los ojos.
Cuiden diligentemente de aquellos que
aún no están incorporados al rebaño de Cristo, porque ellos también les han
sido encomendados en el Señor. No se olviden que forman parte del Colegio
episcopal en el seno de la Iglesia católica, que es una por el vínculo del
amor. Por tanto, su solicitud pastoral debe extenderse a todas las Iglesias,
dispuesto siempre a acudir en ayuda de las más necesitadas.
Preocúpense, pues, de la grey
universal, a cuyo servicio les pone el Espíritu Santo para servir a la Iglesia
de Dios. Y esto háganlo en el nombre del Padre, cuya imagen representas en la Iglesia;
en el nombre de su Hijo, Jesucristo, cuyo oficio de Maestro, Sacerdote y Pastor
ejerces; y en el nombre del Espíritu Santo, que da vida a la Iglesia de Cristo
y fortalece nuestra debilidad. Que el Señor los acompañe, les esté cerca en
este camino que hoy inician.
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