2014-01-16. En este
mensaje, Francisco pide a los católicos que "abran el corazón a
grandes ideales, a cosas grandes” y les convoca a rezar el próximo 11 de
mayo para que haya personas que entreguen su vida a Dios. Desde hace 51
años, ese día la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones.
Francisco
aconseja a quienes se interrogan sobre su vocación que no tengan miedo. "Dios
sigue con pasión y maestría la obra fruto de sus manos en cada etapa de la
vida. Jamás nos abandona. Le interesa que se cumpla su proyecto en nosotros,
pero quiere conseguirlo con nuestro asentimiento y nuestra colaboración”,
escribe Francisco.
Y les da
otro consejo: les a "participar con confianza
en un camino comunitario que sepa despertar en vosotros y en torno a
vosotros las mejores energías”.
Vocaciones, testimonio de la verdad
Queridos
hermanos y hermanas:
1.
El Evangelio relata que «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a
las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas
"como ovejas que no tienen pastor". Entonces dice a sus discípulos:
"La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al
Señor de la mies que mande trabajadores a su mies"» (Mt 9,35-38).
Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos que primero es necesario
arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo, cosechar una
mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que «la mies es abundante». ¿Pero
quién ha trabajado para que el resultado fuese así? La respuesta es una sola:
Dios. Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos
nosotros. Y la acción eficaz que es causa del «mucho fruto» es la gracia de
Dios, la comunión con él (cf. Jn 15,5). Por tanto, la oración que Jesús
pide a la Iglesia se refiere a la petición de incrementar el número de quienes
están al servicio de su Reino. San Pablo, que fue uno de estos «colaboradores
de Dios», se prodigó incansablemente por la causa del Evangelio y de la
Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado personalmente hasta qué
punto es inescrutable la voluntad salvífica de Dios, y que la iniciativa de la
gracia es el origen de toda vocación, el Apóstol recuerda a los cristianos de
Corinto: «Vosotros sois campo de Dios» (1 Co 3,9). Así, primero nace
dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante que sólo Dios puede
dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por último, la
adoración por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso
de actuar con él y por él.
2.
Muchas veces hemos rezado con las palabras del salmista: «Él nos hizo y somos
suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3); o también: «El
Señor se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya» (Sal 135,4). Pues
bien, nosotros somos «propiedad» de Dios no en el sentido de la posesión que
hace esclavos, sino de un vínculo fuerte que nos une a Dios y entre nosotros,
según un pacto de alianza que permanece eternamente «porque su amor es para
siempre» (cf. Sal 136). En el relato de la vocación del profeta Jeremías,
por ejemplo, Dios recuerda que él vela continuamente sobre cada uno para que se
cumpla su Palabra en nosotros. La imagen elegida es la rama de almendro, el
primero en florecer, anunciando el renacer de la vida en primavera (cf. Jr
1,11-12). Todo procede de él y es don suyo: el mundo, la vida, la muerte, el
presente, el futuro, pero asegura el Apóstol «vosotros sois de Cristo y
Cristo de Dios» (1 Co 3,23). He aquí explicado el modo de pertenecer a
Dios: a través de la relación única y personal con Jesús, que nos confirió el
Bautismo desde el inicio de nuestro nacimiento a la vida nueva. Es Cristo, por
lo tanto, quien continuamente nos interpela con su Palabra para que confiemos
en él, amándole «con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el
ser» (Mc 12,33). Por eso, toda vocación, no obstante la pluralidad de
los caminos, requiere siempre un éxodo de sí mismos para centrar la propia
existencia en Cristo y en su Evangelio. Tanto en la vida conyugal, como en las
formas de consagración religiosa y en la vida sacerdotal, es necesario superar
los modos de pensar y de actuar no concordes con la voluntad de Dios. Es un
«éxodo que nos conduce a un camino de adoración al Señor y de servicio a él en
los hermanos y hermanas» (Discurso a la Unión internacional de superioras
generales, 8 de mayo de 2013). Por eso, todos estamos llamados a adorar a
Cristo en nuestro corazón (cf. 1 P 3,15) para dejarnos alcanzar por el
impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en
nosotros y transformarse en servicio concreto al prójimo. No debemos tener
miedo: Dios sigue con pasión y maestría la obra fruto de sus manos en cada
etapa de la vida. Jamás nos abandona. Le interesa que se cumpla su proyecto en
nosotros, pero quiere conseguirlo con nuestro asentimiento y nuestra
colaboración.
3.
También hoy Jesús vive y camina en nuestras realidades de la vida ordinaria
para acercarse a todos, comenzando por los últimos, y curarnos de nuestros
males y enfermedades. Me dirijo ahora a aquellos que están bien dispuestos a
ponerse a la escucha de la voz de Cristo que resuena en la Iglesia, para
comprender cuál es la propia vocación. Os invito a escuchar y seguir a Jesús, a
dejaros transformar interiormente por sus palabras que «son espíritu y vida» (Jn
6,63). María, Madre de Jesús y nuestra, nos repite también a nosotros: «Haced
lo que él os diga» (Jn 2,5). Os hará bien participar con confianza en un
camino comunitario que sepa despertar en vosotros y en torno a vosotros las
mejores energías. La vocación es un fruto que madura en el campo bien cultivado
del amor recíproco que se hace servicio mutuo, en el contexto de una auténtica
vida eclesial. Ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma. La
vocación surge del corazón de Dios y brota en la tierra buena del pueblo fiel,
en la experiencia del amor fraterno. ¿Acaso no dijo Jesús: «En esto conocerán
todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35)?
4.
Queridos hermanos y hermanas, vivir este «"alto grado" de la vida
cristiana ordinaria» (cf. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio
ineunte, 31), significa algunas veces ir a contracorriente, y comporta
también encontrarse con obstáculos, fuera y dentro de nosotros. Jesús mismo nos
advierte: La buena semilla de la Palabra de Dios a menudo es robada por el
Maligno, bloqueada por las tribulaciones, ahogada por preocupaciones y
seducciones mundanas (cf. Mt 13,19-22). Todas estas dificultades podrían
desalentarnos, replegándonos por sendas aparentemente más cómodas. Pero la
verdadera alegría de los llamados consiste en creer y experimentar que él, el
Señor, es fiel, y con él podemos caminar, ser discípulos y testigos del amor de
Dios, abrir el corazón a grandes ideales, a cosas grandes. «Los cristianos no
hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Id siempre más allá, hacia
las cosas grandes. Poned en juego vuestra vida por los grandes ideales» (Homilía
en la misa para los confirmandos, 28 de abril de 2013). A vosotros obispos,
sacerdotes, religiosos, comunidades y familias cristianas os pido que orientéis
la pastoral vocacional en esta dirección, acompañando a los jóvenes por
itinerarios de santidad que, al ser personales, «exigen una auténtica pedagogía
de la santidad, capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía
debe integrar las riquezas de la propuesta dirigida a todos con las formas
tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes
ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia»
(Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 31).
Dispongamos
por tanto nuestro corazón a ser «terreno bueno» para escuchar, acoger y vivir
la Palabra y dar así fruto. Cuanto más nos unamos a Jesús con la oración, la
Sagrada Escritura, la Eucaristía, los Sacramentos celebrados y vividos en la
Iglesia, con la fraternidad vivida, tanto más crecerá en nosotros la alegría de
colaborar con Dios al servicio del Reino de misericordia y de verdad, de
justicia y de paz. Y la cosecha será abundante y en la medida de la gracia que sabremos
acoger con docilidad en nosotros. Con este deseo, y pidiéndoos que recéis por
mí, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano,
15 de Enero de 2014
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