(RV).- “Para hablar de
esperanza con quien está desesperado, se necesita compartir su desesperación;
para secar una lágrima del rostro de quien sufre, es necesario unir a su llanto
el nuestro. Solo así, nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un
poco de esperanza”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la
Audiencia General del primer miércoles de enero, el significado de la esperanza
cristiana.
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En la catequesis de hoy quisiera
contemplar con ustedes la figura de una mujer que nos habla de la esperanza
vivida en el llanto. La esperanza vivida en el llanto. Se trata de Raquel, la
esposa de Jacob y la madre de José y Benjamín, aquella que, como nos narra el
Libro del Génesis, muere dando a la luz a su segundo hijo, es decir, a
Benjamín.
El profeta Jeremías hace
referencia a Raquel dirigiéndose a los Israelitas en exilio para consolarlos,
con palabras llenas de emoción y de poesía; es decir, toma el llanto de Raquel
pero da esperanza: «Así habla el Señor: ¡Escuchen! En Ramá se oyen lamentos,
llantos de amargura: es Raquel que llora a sus hijos; ella no quiere ser
consolada, porque ya no existen» (Jer 31,15).
En estos versículos, Jeremías
presenta a esta mujer de su pueblo, la gran matriarca de su tribu, en una
realidad de dolor y llanto, pero junto a una perspectiva de vida impensada.
Raquel, que en la narración del Génesis había muerto dando a luz y había
asumido esta muerte para que su hijo pudiese vivir, ahora en cambio, es
presentada nuevamente por el profeta como viva en Ramá, allí donde se reunían
los deportados, llora por sus hijos que en cierto sentido han muerto andando en
exilio; hijos que, como ella misma dice, “ya no existen”, han desaparecido para
siempre.
Y por esto Raquel no quiere ser
consolada. Este rechazo expresa la profundidad de su dolor y la amargura de su
llanto. Ante la tragedia de la pérdida de sus hijos, una madre no puede aceptar
palabras o gestos de consolación, que son siempre inadecuados, nunca capaces de
aliviar el dolor de una herida que no puede y no quiere ser cicatrizada. Un
dolor proporcional al amor.
Toda madre sabe todo esto; y son
muchas, también hoy, las madres que lloran, que no se resignan a la pérdida de
un hijo, inconsolables ante una muerte imposible de aceptar. Raquel contiene en
sí el dolor de todas las madres del mundo, de todo tiempo, y las lágrimas de
todo ser humano que llora pérdidas irreparables.
Este rechazo de Raquel que no
quiere ser consolada nos enseña también cuanta delicadeza se nos pide ante el
dolor de los demás. Para hablar de esperanza con quien está desesperado, se
necesita compartir su desesperación; para secar una lágrima del rostro de quien
sufre, es necesario unir a su llanto el nuestro. Solo así, nuestras palabras
pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza. Y si no puedo decir
palabras así, con el llanto, con el dolor, mejor el silencio. La caricia, el
gesto y nada de palabras.
Y Dios, con su delicadeza y su
amor, responde al llanto de Raquel con palabras verdaderas, no fingidas; de
hecho, así prosigue el texto de Jeremías: «Así habla el Señor: Reprime tus
sollozos, ahoga tus lágrimas, porque tu obra recibirá su recompensa – oráculo
del Señor – y ellos volverán del país enemigo. Sí, hay esperanza para tu futuro
– oráculo del Señor – los hijos regresarán a su patria» (Jer 31,16-17).
Justamente por el llanto de la
madre, hay todavía esperanza para los hijos, que volverán a vivir. Esta mujer,
que había aceptado morir, en el momento del parto, para que el hijo pudiese
vivir, con su llanto es ahora el principio de una vida nueva para los hijos
exiliados, prisioneros, lejos de la patria. Al dolor y al llanto amargo de
Raquel, el Señor responde con una promesa que ahora puede ser para ella motivo
de verdadera consolación: el pueblo podrá regresar del exilio y vivir en la fe,
libre, la propia relación con Dios. Las lágrimas han generado esperanza. Y esto
nos fácil de entender, pero es verdadero. Tantas veces, en nuestra vida, las
lágrimas siembran esperanza, son semillas de esperanza.
Como sabemos, este texto de
Jeremías es luego retomado por el evangelista Mateo y aplicado a la matanza de
los inocentes (Cfr. 2,16-18). Un texto que nos pone ante la tragedia de la
matanza de seres humanos indefensos, del horror del poder que desprecia y
destruye la vida. Los niños Belén murieron a causa de Jesús. Y Él, Cordero
inocente, luego morirá, a su vez, por todos nosotros. El Hijo de Dios ha
entrado en el dolor de los hombres: no se olviden de esto. Cuando alguien se
dirige a mí y me hace una pregunta difícil, por ejemplo: “Me diga padre: ¿Por
qué sufren los niños?”, de verdad, yo no sé qué cosa responder. Solamente digo:
“Mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo, Él ha sufrido, y tal vez ahí encontraras
una respuesta. No hay otras respuestas. Solamente mirando el amor de Dios que
da en su Hijo que ofrece su vida por nosotros, se puede indicar el camino de la
consolación”. Y por esto decimos que el Hijo de Dios ha entrado en el dolor de
los hombres, los ha compartido y ha recibido la muerte; su Palabra es
definitivamente palabra de consolación, porque nace del llanto.
Y en la cruz estará Él, el Hijo
muriente, que dona una nueva fecundidad a su madre, confiándole al discípulo
Juan y convirtiéndola en madre del pueblo de los creyentes. Allí, la muerte es
vencida, y llega así a cumplimiento de la profecía de Jeremías. También las
lágrimas de María, como aquellas de Raquel, han generado esperanza y nueva
vida. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato
Martinez – Radio Vaticano)