Audiencia del Papa Francisco a los Dirigentes de
las Asociaciones Médicas de España y de América Latina. - ANSA
09/06/2016 12:20
(RV).- “La tradición médica cristiana siempre se ha
inspirado en la parábola del Buen Samaritano. Es un identificarse con el amor
del Hijo de Dios, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos”,
lo dijo el Papa Francisco a los Dirigentes de las Asociaciones Médicas de
España y de América Latina, a quienes recibió en Audiencia en la Sala
Clementina del Vaticano.
(Renato
Martinez – Radio Vaticano)
TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
Gentiles señoras y señores, ¡buenos días!
Me alegra encontrarme con todos ustedes, miembros
de las Asociaciones médicas latinoamericanas. Agradezco al Dr. Rodríguez
Sendín, Presidente de la Organización médica colegial de España, sus amables
palabras.
En este año la Iglesia Católica celebra el Jubileo
de la Misericordia, y esta es una buena ocasión para manifestar reconocimiento
y gratitud a todos los profesionales de la sanidad que, con su dedicación,
cercanía y profesionalidad a las personas que padecen una enfermedad, pueden
convertirse en verdadera personificación de la misericordia. La identidad y el
compromiso del médico no sólo se apoya en su ciencia y competencia técnica,
sino principalmente en su actitud compasiva padece-con y misericordiosa hacia
los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. La compasión, el padecer-con, es
de alguna manera el alma misma de la medicina. La compasión no es lástima, es
padecer-con.
En nuestra cultura tecnológica e individualista, la
compasión no siempre es bien vista; en ocasiones, hasta se la desprecia porque
significa someter a la persona que la recibe a una humillación. E incluso no
faltan quienes se escudan en una supuesta compasión para justificar y aprobar
la muerte de un enfermo. Y no es así, la verdadera compasión no margina a
nadie, ni la humilla, ni la excluye, ni mucho menos considera como algo bueno
su desaparición. La verdadera compasión, la asume. Ustedes saben bien que eso
significaría el triunfo del egoísmo, de esa «cultura del descarte» que rechaza
y desprecia a las personas que no cumplen con determinados cánones de salud, de
belleza o de utilidad. A mí me gusta bendecir las manos de los médicos como
signo de reconocimiento a esa compasión que se hace caricia de salud.
La salud es uno de los dones más preciados y
deseados por todos. En la tradición bíblica siempre se ha puesto de manifiesto
la cercanía entre salvación y la salud, así como sus mutuas y numerosas
implicaciones. Me gusta recordar ese título con el que los padres de la Iglesia
solían denominar a Cristo y a su obra de salvación: Christus medicus, Cristo
médico. Él es el Buen Pastor que cuida a la oveja herida y conforta a la
enferma (cf. Ez 34,16); Él es el Buen Samaritano que no pasa de largo ante la
persona malherida al borde del camino, sino que, movido por la compasión, la
cura y la atiende (cf. Lc 10,33-34). La tradición médica cristiana siempre se
ha inspirado en la parábola del Buen Samaritano. Es un identificarse con el
amor del Hijo de Dios, que «pasó haciendo el bien y curando a todos los
oprimidos» (Hch 10,38). ¡Cuánto bien hace al ejercicio de la medicina pensar y
sentir que la persona enferma es nuestro prójimo, que él es de nuestra carne y
sangre, y que en su cuerpo lacerado se refleja el misterio de la carne del
mismo Cristo! «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
La compasión, este padecer-con, es la respuesta
adecuada al valor inmenso de la persona enferma, una respuesta hecha de
respeto, comprensión y ternura, porque el valor sagrado de la vida del enfermo
no desaparece ni se oscurece nunca, sino que brilla con más resplandor
precisamente en su sufrimiento y en su desvalimiento. Qué bien se entiende la
recomendación de san Camilo de Lellis para tratar a los enfermos, dice así:
«Pongan más corazón en esas manos», «pongan más corazón en esas manos». La
fragilidad, el dolor y la enfermedad son una dura prueba para todos, también
para el personal médico, son un llamado a la paciencia, al padecer-con; por
ello no se puede ceder a la tentación funcionalista de aplicar soluciones
rápidas y drásticas, movidos por una falsa compasión o por meros criterios de
eficiencia y ahorro económico. Está en juego la dignidad de la vida humana;
está en juego la dignidad de la vocación médica. Vuelvo a lo que dije sobre
bendecir las manos de los médicos. Y si bien en el ejercicio de la medicina,
técnicamente hablando, es necesaria la asepsia, en el meollo de la vocación
médica la asepsia va contra la compasión, la asepsia es un medio técnico
necesario en el ejercicio pero no debe afectar nunca lo esencial de ese corazón
compasivo. Nunca debe afectar el “pongan más corazón en esas manos”.
Queridos amigos, les aseguro mi aprecio por el
esfuerzo que realizan para dignificar cada día más su profesión y para
acompañar, cuidar y valorizar el inmenso don que significan las personas que
sufren a causa de la enfermedad. Les aseguro mi oración por ustedes, pueden
hacer tanto bien, tanto bien; por ustedes y sus familias, porque cuántas veces
sus familias tienen que acompañar soportando la vocación del o de la médico,
que es como un sacerdocio; y les pido también que no dejen de rezar por
mí, que algo de médico tengo. Muchas gracias.
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