Continuando su ciclo de catequesis sobre la
misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma después de haber
comentado algunas parábolas de la misericordia, reflexionó sobre uno de los
primeros milagros de Jesús. - AFP
08/06/2016 10:40
(RV).- TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA
FRANCISCO
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Antes de comenzar la catequesis, quisiera saludar a
un grupo de parejas – ahí al final – que celebran cincuenta años de matrimonio.
¡Aquello sí que es el vino bueno de la familia! El suyo es un testimonio que
los nuevos esposos – que saludare después – y los jóvenes deben aprender. Es un
bello testimonio. Gracias por su testimonio. Después de haber comentado algunas
parábolas de la misericordia, hoy nos detenemos en uno de los primeros
milagros de Jesús, que el evangelista Juan llama “signos”, porque Jesús no los
hizo para suscitar maravilla, sino para revelar el amor del Padre. El primero
de estos signos prodigiosos es narrado justamente por Juan (2,1-11) y se
cumplió en Caná de Galilea. Se trata de una especie de “puerta de ingreso”, en
la cual se han esculpido palabras y expresiones que iluminan el entero misterio
de Cristo y abren el corazón de los discípulos a la fe. Veamos algunos.
En la introducción encontramos la expresión «Jesús
también fue invitado con sus discípulos» (v. 2). A aquellos que Jesús ha
llamado a seguirlo, los ha ligado a sí en una comunidad y ahora, como una única
familia, son invitados todos a la boda. Dando inicio a su ministerio público en
las bodas de Caná, Jesús se manifiesta como el esposo del pueblo de Dios,
anunciado por los profetas, y nos revela la profundidad de la relación que nos
une a Él: es una nueva Alianza de amor. ¿Qué cosa hay en el fundamento de nuestra
fe? Un acto de misericordia con el cual Jesús nos ha ligado a sí. Y la vida
cristiana es la respuesta a este amor, es como la historia de dos enamorados.
Dios y el hombre se encuentran, se buscan, se hallan, se celebran y se aman:
exactamente como el amado y la amada del Cantar de los Cantares. Todo lo demás
viene como consecuencia de esta relación. La Iglesia es la familia de Jesús en
el cual se vierte su amor; es este amor que la Iglesia cuida y quiere donar a
todos.
En el contexto de la Alianza se comprende también
la observación de la Virgen: «No tienen vino» (v. 3). ¿Cómo es posible celebrar
las bodas y hacer fiesta si falta aquello que los profetas indicaban como un
elemento típico del banquete mesiánico (Cfr. Am 9,13-14; Jo 2,24; Is 25,6)? El
agua es necesaria para vivir, pero el vino expresa la abundancia del banquete y
la alegría de la fiesta. Es una fiesta de bodas en la cual falta el vino; los
nuevos esposos pasan vergüenza, sienten vergüenza y se avergüenzan de esto.
Pero imaginen terminar una fiesta de bodas bebiendo te; sería una vergüenza. El
vino es necesario para la fiesta. Transformando en vino el agua de las tinajas
destinadas «a los ritos de purificación de los Judíos» (v. 6), Jesús realiza un
signo elocuente: transforma la Ley de Moisés en Evangelio, portador de alegría.
Como dice en otro pasaje el mismo Juan: «La Ley fue dada por medio de
Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (1,17).
Las palabras que María dirige a los sirvientes
coronan el cuadro nupcial de Caná: «Hagan todo lo que él les diga» (v. 5). Es
curioso: son sus últimas palabras reportadas en los Evangelio: son la herencia
que nos entrega a todos nosotros. También hoy la Virgen nos dice a todos
nosotros: «Hagan todo lo que él les diga». Es la herencia que nos ha dejado:
¡es bello! Se trata de una expresión que evoca la fórmula de fe utilizada por
el pueblo de Israel en el Sinaí como respuesta a las promesas de la alianza:
«Estamos decididos a poner en práctica todo lo que ha dicho el Señor» (Ex 19,8).
Y en efecto en Caná los sirvientes obedecen. «Jesús dijo a los sirvientes:
Llenen de agua estas tinajas. Y las llenaron hasta el borde. Saquen ahora,
agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete. Así lo hicieron» (vv. 7-8).
En estas bodas, de verdad viene estipulada una Nueva Alianza y a los servidores
del Señor, es decir a toda la Iglesia, le es confiada la nueva misión: «Hagan
todo lo que él les diga». Servir al Señor significa escuchar y poner en
práctica su Palabra. Es la recomendación simple pero esencial de la Madre de
Jesús y es el programa de vida del cristiano. Para cada uno de nosotros, sacar
de las tinajas equivale a confiar en la Palabra de Dios para experimentar su
eficacia en la vida. Entonces, junto al encargado del banquete que ha probado
el agua convertida en vino, también nosotros podemos exclamar: «Tú, en cambio,
has guardado el buen vino hasta este momento» (v. 10). Si, el Señor continúa
reservando aquel vino bueno para nuestra salvación, así como continua brotando
del costado atravesado del Señor.
La conclusión de la narración suena como una
sentencia: «Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de
Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él» (v. 11). Las
bodas de Caná son mucho más que una simple narración del primer milagro de
Jesús. Como en un cofre, Él cuida el secreto de su persona y el fin de su
venida: el esperado Esposo da inicio a las bodas que se cumplen en el Misterio
pascual. En estas bodas Jesús liga a sí a sus discípulos con una alianza nueva
y definitiva. En Caná los discípulos de Jesús se convierten en su familia y en
Caná nace la fe de la Iglesia. ¡A estas bodas todos nosotros estamos invitados,
porque el vino nuevo no faltará más! Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio
Vaticano)
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