Catequesis del Papa: “Lázaro, representa el grito
silencioso de los pobres de todos los tiempos y las contradicciones de un mundo
en el cual inmensas riquezas están en manos de pocos”. - REUTERS
18/05/2016 10:22
(RV).- “La misericordia de Dios hacia nosotros está
relacionada con nuestra misericordia hacia el prójimo; cuando falta esto,
también aquella no encuentra espacio en nuestro corazón cerrado, no puede
entrar”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del tercer miércoles
de mayo, donde explicó la relación entre “misericordia y pobreza”.
Continuando su ciclo de catequesis sobre la
misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma meditó sobre la
parábola del “rico epulón y el pobre Lázaro”, descrito en el capítulo 16 del
Evangelio de San Lucas.
(Renato Martinez – Radio Vaticano)
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Deseo detenerme con ustedes hoy en la parábola del
hombre rico y del pobre Lázaro. La vida de estas dos personas parece recorrer
caminos paralelos: las condiciones de vida son opuestas y del todo
incomunicadas. La puerta de la casa del rico está siempre cerrada al pobre, que
reposa allí afuera, buscando comer cualquier residuo de la mesa del rico. Él
usa vestidos de lujo, mientras que Lázaro está cubierto de llagas; el rico cada
día come generosamente, mientras que Lázaro muere de hambre. Sólo los perros
cuidan de él, y lamen sus llagas. Esta escena recuerda el duro reclamo del Hijo
del hombre en el juicio final: «Porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de
comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba […] desnudo, y no me
vistieron» (Mt 25, 42-43).
Lázaro representa bien el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y
la contradicción de un mundo en el cual las inmensas riquezas y recursos están
en las manos de pocos.
Jesús dice que un día aquel hombre rico murió -los
pobres y los ricos mueren, tienen el mismo destino, todos nosotros, no hay
excepciones a esto- y entonces se dirigió a Abraham suplicándole con el
apelativo de “padre” (v. 24.27). Reclama, por lo tanto, de ser su hijo
perteneciente al pueblo de Dios. Y sin embargo en vida no ha mostrado alguna
consideración hacia Dios, más bien ha hecho de sí mismo el centro de todo,
cerrado en su mundo de lujo y de desperdicio. Excluyendo a Lázaro, no ha tenido
en cuenta ni al Señor, ni a su ley. ¡Ignorar al pobre es despreciar a Dios! Y
esto debemos aprenderlo bien ¡Ignorar al pobre es despreciar a Dios! Hay un
particular en la parábola que cabe señalar: el rico no tiene un nombre, sólo el
adjetivo “el rico”, mientras que aquel del pobre es repetido cinco veces, y
“Lázaro” significa “Dios ayuda”. Lázaro, que reposa delante a la puerta, es una
llamada viviente al rico para recordarse de Dios, pero el rico no acoge tal
llamado. Será condenado por lo tanto no por sus riquezas, sino por haber sido
incapaz de sentir compasión por Lázaro y socorrerlo.
En la segunda parte de la parábola, reencontramos a
Lázaro y el rico después de su muerte (v. 22-31). En el más allá la situación
se ha invertido: el pobre Lázaro es llevado por los ángeles al cielo con
Abraham, el rico en cambio cae entre los tormentos. Entonces el rico
«levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro a su lado». Le parece
ver a Lázaro por primera vez, pero sus palabras lo traicionan: «Padre Abraham
–dice– ten piedad de mí y manda a Lázaro, lo conocía eh, manda a Lázaro a meter
en el agua la punta del dedo y a mojarme la lengua, porque sufro terriblemente
en esta llama». Ahora el rico reconoce Lázaro y le pide ayuda, mientras que en
vida fingía no verlo. Cuántas veces, cuántas veces, tanta gente finge no ver a
los pobres, para ellos los pobres no existen ¡Antes le negaba los residuos de
su mesa, y ahora querría que le llevara de beber! Cree todavía poder poseer
derechos por su precedente condición social. Declarando imposible cumplir su
solicitud, Abraham en persona ofrece las claves de toda la narración: él
explica que los bienes y males han sido distribuidos de modo de compensar la
injusticia terrena, y la puerta que separaba en vida al rico del pobre, se ha transformado
en «un gran abismo». Hasta que Lázaro estaba bajo su casa, para el rico había
posibilidad de salvación, abrir la puerta, ayudar a Lázaro, pero ahora que
ambos están muertos, la situación se ha transformado en irreparable. Dios no es
nunca llamado directamente en causa, pero la parábola pone claramente en
guardia: la misericordia de Dios hacia nosotros está vinculada a nuestra
misericordia hacia el prójimo; cuando falta esta, también aquella no encuentra
espacio en nuestro corazón cerrado, no puede entrar. Si yo no abro la puerta de
mi corazón al pobre, aquella puerta permanece cerrada, también para Dios, y
esto es terrible.
A este punto, el rico piensa en sus hermanos, que
corren el riesgo de tener el mismo fin, y pide que Lázaro pueda volver al mundo
a advertirles. Pero Abraham responde: «Tienen a Moisés y a los profetas, que
escuchen a ellos». Para convertirnos, no debemos esperar eventos prodigiosos,
sino abrir el corazón a la Palabra de Dios, que nos llama a amar a Dios y al
prójimo. La Palabra de Dios puede hacer revivir un corazón árido y curarlo de
su sequedad. El rico conocía la Palabra de Dios, pero no la ha dejado entrar en
el corazón, no la ha escuchado, por eso ha sido incapaz de abrir los ojos y de
tener compasión del pobre. Ningún mensajero y ningún mensaje podrán sustituir
los pobres que encontramos en el camino, porque en ellos nos viene al encuentro
Jesús mismo: «Todo aquello que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo
hicieron conmigo» (Mt 25,40),
dice Jesús. Así en la inversión de las suertes que la parábola describe está
escondido el misterio de nuestra salvación, en que Cristo une la pobreza a la
misericordia.
Queridos hermanos y hermanas, escuchando este
Evangelio, todos nosotros, junto a los pobres de la tierra, podemos cantar con
María: «Derribó a los poderosos de su trono, elevó a los humildes; colmó de
bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lc 1,52-53). Gracias.
(Traducción
del italiano, Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).
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