Encuentro del Papa Francisco con los participantes
en la IX Peregrinación Internacional de Acólitos y Monaguillos – Roma 2015. -
AP
04/08/2015 18:00
(RV).- «Experimenten en la Eucaristía y en los
demás sacramentos la cercanía de Jesús», lo dijo el Papa Francisco la
tarde de este martes, al encontrar a los más de nueve mil niños y adolescentes
que participan en la IX Peregrinación Internacional de Acólitos y Monaguillos –
Roma 2015.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
Queridos
monaguillos, ¡buenas tardes!
Agradezco
vuestra presencia tan numerosa, que ha desafiado el sol romano de agosto.
Agradezco al Obispo Nemet, vuestro Presidente, las palabras con las que ha
introducido este encuentro. Os habéis puesto en camino desde diversos países
para peregrinar a Roma, el lugar del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo.
Es importante ver que la proximidad y la
familiaridad con Jesús en la Eucaristía sirviendo el altar se convierte también
en una oportunidad para abrirse a los demás, para caminar juntos, para marcarse
metas comprometidas y encontrar la fuerza para alcanzarlas. Es fuente de
verdadera alegría reconocerse pequeño y débil, pero saber que, con la ayuda de
Jesús, podemos ser revestidos de fuerza y emprender un gran viaje en la vida a
su lado.
También el profeta Isaías descubre esta verdad, a
saber, que Dios purifica sus intenciones, perdona sus pecados, sana su corazón
y lo hace idóneo para llevar a cabo una tarea importante, la de llevar al
pueblo la palabra de Dios, convirtiéndose en un instrumento de la presencia y
de la misericordia divina. Isaías descubre que, poniéndose confiadamente en
manos del Señor, toda su vida se transformará.
El pasaje bíblico que hemos escuchado nos habla
precisamente de esto. Isaías tiene una visión que le permite percibir la
majestad del Señor, pero, al mismo tiempo, le revela que él, aun revelándose,
sigue estando muy distante.
Isaías
descubre con asombro que Dios es quien da el primer paso – no se olviden de
esto: siempre es Dios a realizar la
primera iniciativa en nuestra vida – descubre que es Dios el primero en
acercarse; se da cuenta de que la acción divina no se ve obstaculizada por sus
imperfecciones, que únicamente la benevolencia divina es lo que le hace idóneo
para la misión, transformándole en una persona totalmente nueva y, por tanto,
capaz de responder a su llamada y decir: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8).
Hoy, vosotros sois más afortunados que el Profeta
Isaías.
En la Eucaristía y en los demás sacramentos
experimentáis la íntima cercanía de Jesús, la dulzura y la eficacia de su
presencia. No encontráis a Jesús en un inalcanzable trono alto y elevado, sino
en el pan y el vino eucarísticos, y su palabra no hace vibrar las paredes, sino
las fibras del corazón. Al igual que Isaías, cada uno de vosotros descubre
también que Dios, aunque en Jesús se hace cercano y se inclina sobre vosotros
con amor, sigue siendo siempre inmensamente más grande y permanece más allá de
nuestra capacidad de comprender su íntima esencia. Como Isaías, también
vosotros tenéis la experiencia de que la iniciativa es siempre de Dios, porque
es él quien os ha creado y querido. Es él quien, en el bautismo, os ha hecho
criaturas nuevas, y es siempre él quien espera pacientemente la respuesta a su
iniciativa y el que ofrece el perdón a todo el que se lo pida con humildad.
Si no ponemos resistencia a su acción, él tocará
nuestros labios con la llama de su amor misericordioso, como lo hizo con el
profeta Isaías, y esto nos hará aptos para acogerlo y llevarlo a nuestros
hermanos. Como Isaías, también a nosotros se nos invita a no permanecer
cerrados en nosotros mismos, custodiando nuestra fe en un depósito subterráneo
en el que nos retiramos en los momentos difíciles. Estamos llamados más bien a
compartir la alegría de reconocerse elegidos y salvados por la misericordia de
Dios, a ser testigos de que la fe es capaz de dar un nuevo rumbo a nuestros
pasos, que ella nos hace libres y fuertes para estar disponibles y aptos para
la misión.
Qué bello es descubrir que la fe nos hace salir de
nosotros mismos, de nuestro aislamiento y que, precisamente rebosantes de la
alegría de ser amigos de Cristo, el Señor, nos mueve hacia los demás,
convirtiéndonos naturalmente en misioneros. ¡Monaguillos misioneros: así los
quiere Jesús!
Vosotros, queridos monaguillos, cuanto más cerca
estéis del altar, tanto más os recordaréis de dialogar con Jesús en la oración
cotidiana, más os alimentaréis de la Palabra y del Cuerpo del Señor y seréis
más capaces de ir hacia el prójimo llevándole el don que habéis recibido, dándole
a su vez con entusiasmo la alegría que se os ha dado.
Gracias por vuestra disponibilidad de servir en el
altar del Señor, haciendo de este servicio una cancha de educación en la fe y
en el amor al prójimo. Gracias por haber iniciado también vosotros a responder
al Señor como el profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8).
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