31 de
marzo, 2013. (Romereports.com)
Para
celebrar el Domingo de Pascua el papa Francisco bendijo “a la ciudad y
al mundo”, Urbi et orbi.
El Papa
pidió la paz en Corea, Irak, Siria, Israel y Palestina, y también los
lugares olvidados como Mali, Congo y la República Centroafricana.
Además,
lamentó la “avidez de quien busca ganar dinero fácil” y el egoísmo como amenaza
a la vida humana y la familia.
Asistieron
muchos más peregrinos de lo habitual. Aunque todos los años los papas suelen
saludar en decenas de idiomas, Francisco prefirió saludar sólo en italiano.
TEXTO COMPLETO:
Queridos
hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo: ¡Feliz Pascua!
Es una
gran alegría para mí, al comienzo de mi ministerio, poderos dar este anuncio:
¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a todas las casas, a todas las
familias, especialmente allí donde hay más sufrimiento, en los hospitales, en
las cárceles...
Quisiera que
llegara sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere
sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, hay esperanza para ti, ya no
estás bajo el dominio del pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la
misericordia.
También
nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús que fueron al sepulcro y lo
encontraron vacío, podemos preguntarnos qué sentido tiene este evento (cf. Lc
24,4). ¿Qué significa que Jesús ha resucitado? Significa que el amor de Dios es
más fuerte que el mal y la muerte misma, significa que el amor de Dios puede
transformar nuestras vidas y hacer florecer esas zonas de desierto que hay en
nuestro corazón.
Este
mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha ido hasta el
fondo por la senda de la humildad y de la entrega de sí, hasta descender a los
infiernos, al abismo de la separación de Dios, este mismo amor misericordioso
ha inundado de luz el cuerpo muerto de Jesús, y lo ha transfigurado, lo ha
hecho pasar a la vida eterna. Jesús no ha vuelto a su vida anterior, a la vida
terrenal, sino que ha entrado en la vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella
con nuestra humanidad, nos ha abierto a un futuro de esperanza.
He aquí
lo que es la Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del pecado,
del mal, a la libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo vida, y
su gloria es el hombre vivo (cf. san Ireneo, Adv. haereses, 4,20,5-7).
Queridos
hermanos y hermanas, Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos,
pero el poder de la resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la
libertad del bien, debe ponerse en práctica en todos los tiempos, en los
momentos concretos de nuestra vida, en nuestra vida cotidiana. Cuántos
desiertos debe atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que
está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es
consciente de ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero
la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede
hacer revivir incluso a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14).
He aquí,
pues, la invitación que hago a todos: Acojamos la gracia de la Resurrección de
Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de
su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta
misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda regar la tierra,
custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la paz. Así, pues,
pidamos a Jesús resucitado, que transforma la muerte en vida, que cambie el
odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra
paz, e imploremos por medio de él la paz para el mundo entero.
Paz para
Oriente Medio, en particular entre israelíes y palestinos, que tienen
dificultades para encontrar el camino de la concordia, para que reanuden las
negociaciones con determinación y disponibilidad, con el fin de poner fin a un
conflicto que dura ya demasiado tiempo. Paz para Iraq, y que cese
definitivamente toda violencia, y, sobre todo, para la amada Siria, para su
población afectada por el conflicto y los tantos refugiados que están esperando
ayuda y consuelo. ¡Cuánta sangre derramada! Y ¿cuánto dolor se ha de causar
todavía, antes de que se consiga encontrar una solución política a la
crisis?
Paz para
África, escenario aún de conflictos sangrientos. Para Malí, para que vuelva a
encontrar unidad y estabilidad; y para Nigeria, donde lamentablemente no cesan
los atentados, que amenazan gravemente la vida de tantos inocentes, y donde
muchas personas, incluso niños, están siendo rehenes de grupos terroristas. Paz
para el Este la República Democrática del Congo y la República Centroafricana,
donde muchos se ven obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con
miedo.
Paz en
Asia, sobre todo en la península coreana, para que se superen las divergencias
y madure un renovado espíritu de reconciliación.
Paz a
todo el mundo, aún tan dividido por la codicia de quienes buscan fáciles
ganancias, herido por el egoísmo que amenaza la vida humana y la familia,
desgarrado por la violencia ligada al tráfico de drogas y la explotación inicua
de los recursos naturales.
Paz a
esta Tierra nuestra. Que Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son
víctimas de calamidades naturales y nos haga custodios responsables de la
creación.
Queridos
hermanos y hermanas, a todos los que me escuchan en Roma y en todo el mundo,
les dirijo la invitación del Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, /
porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: / "Eterna es
su misericordia"» (Sal 117,1-2).
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